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Breve historia de las relaciones entre humanos y animales

Publicación: 10 enero, 2024 |

La evolución de los seres vivos va acompañada de la búsqueda de un equilibrio, siempre cuestionado, entre la cooperación, la competición y la indiferencia.

Matthieu Ricard

La biosfera en su conjunto está regida por el principio de interdependencia: habiendo evolucionado de común acuerdo, las especies vegetales y animales dependen estrechamente las unas de las otras para sobrevivir. Esta interdependencia podría traducirse, según los casos, en la cooperación o en la competición entre los miembros de una misma especie o de especies diferentes. La depredación permite sobrevivir a costa de otras especies. Pero un gran número entre ellas solo se ignoran o evitan, careciendo de las ventajas de cooperar y sin hallarse en una situación de competencia directa para sobrevivir.

La aparición de comportamientos de complejidad creciente se ha manifestado sobre todo en la territorialidad, la sincronización de los ritmos de actividades, el comensalismo (una asociación de individuos de especies diferentes que resulta provechosa para uno de ellos, sin implicar peligro para el otro), el parasitismo, la vida gregaria, la vida en colonias (en cuyo seno las hembras se reúnen en un lugar de cría ocupándose únicamente de sus propias crías), la vida en comunidades (en las que los adultos cooperan para ofrecer cuidados a los jóvenes) y, finalmente, la eusocialidad, la organización social más elaborada. Esta se caracteriza por estructuras jerárquicas, por la colaboración y el intercambio de informaciones, una división y especialización de los papeles entre los miembros (reina, obreros, guerreros), la existencia de una casta reproductora y otras que son estériles y la cohabitación de diferentes generaciones en un ‘nido’ en donde los adultos se ocupan colectivamente de los jóvenes. Entre las especies eusociales figuran las abejas, las hormigas, las termitas, los topos y algunas especies de gambas.

La complejidad de las sociedades animales ha llevado a la aparición de culturas que han alcanzado un elevado nivel de sofisticación en la especie humana gracias a la transmisión acumulativa del saber y las costumbres entre generaciones. A medida que se ha ido desarrollando la inteligencia, en concreto en la especie humana, la facultad de representar la situación y los estados mentales del otro ha engendrado la empatía afectiva (que permite entrar en resonancia con los sentimientos ajenos), y la empatía cognitiva (que permite representar los estados mentales ajenos). Los individuos también han podido establecer relaciones a largo plazo basadas en el reconocimiento del valor del otro y la reciprocidad.

En el curso del 99% de su historia, el ser humano ha vivido de la recolección y la caza, desplazándose constantemente, evolucionando con muy pocas posesiones en el seno de un sistema social basado en la cooperación y muy poco jerarquizado. Las primeras sociedades humanas vivían en grupos pequeños apartados, alejados entre sí, y no existían muchas razones para entrar en guerra. Durante esta fase de cazadores-recolectores, la falta de pruebas arqueológicas de la guerra sugiere que fue algo muy inusual o ausente durante la mayor parte de la prehistoria humana. [1] Contrariamente a la imagen que a veces ofrecen los libros de historia y los medios de información, que insisten sobre todo en los dramas y conflictos más que en la realidad de la vida cotidiana, la naturaleza no solo es ‘roja en diente y garra, como escribió Alfred Tennyson. [2] La mayoría de las especies vivas existe de manera relativamente apacible, aunque las manifestaciones episódicas de violencia pueden ser espectaculares. Incluso entre las fieras, la caza no ocupa más que una pequeña fracción del tiempo. La etóloga Shirley Strum afirma: ‘La agresión no tiene una influencia en la evolución tan omnipresente e importante como pudiera creerse’. [3]

Durante la última era glacial, una gran parte del hemisferio norte estuvo recubierta de glaciares de varios kilómetros de espesor, lo que impidió la formación de sociedades humanas importantes y la práctica de la agricultura. Sin embargo, la temperatura media no era más que 4-5 “C más baja que la actual, lo que demuestra hasta qué punto las diferencias de temperatura que a priori pueden parecer mínimas son susceptibles de engendrar condiciones de vida radicalmente distintas.

Hace unos 12.000 años, al principio del Holoceno, un período caracterizado por una notable estabilidad climática, el ser humano pudo cultivar la tierra y empezó a almacenar bienes y provisiones, así como a domesticar animales. En esta misma época, el lobo doméstico, luego el perro y, a continuación, ovejas y cabras aparecieron también cerca de los hombres. Hace 9.000 años, en algunas regiones de Asia, les tocó el turno de ser domesticados a los bovinos y los cerdos. Más tarde llegaron los caballos, los camellos y las aves de corral y, finalmente, hace 3.000 o 4.000 años, los gatos fueron domesticados en Egipto. En el Nuevo Mundo, los animales familiares para los seres humanos fueron las llamas, los guanacos, los pavos y las cobayas. También las plantas fueron domesticadas y numerosas variedades, resultantes de plantas silvestres, vieron la luz: el trigo y la cebada en Europa, el arroz en Asia, el maíz, las patatas y las alubias en el Nuevo Mundo. [4]

Las sociedades se jerarquizaron, aparecieron jefes, la agricultura, la matanza de animales, el trueque y luego el comercio, que se extendieron por toda la tierra. A medida que fueron apareciendo distintas civilizaciones, los seres humanos fueron aprendiendo a vivir en sociedades compuestas de personas que no se conocían entre sí. Fue necesario pues establecer reglas y contratos sociales para defenderse contra los abusos y facilitar las interacciones entre miembros de las sociedades. Las disputas y las venganzas personales evolucionaron dando paso a guerras organizadas entre grupos de personas que no mantenían relaciones personales, y se establecieron convenciones para restablecer y mantener la paz. [5]

Hace apenas 10.000 años, justo antes de la sedentarización de los cazadores-recolectores y del desarrollo de la agricultura, el planeta contaba con una población de entre 1 y 10 millones de seres humanos. [6] Lo que en principio no era más que la búsqueda de medios para prosperar y vivir mejor condujo, con la explosión demográfica y la expansión de la tecnología, a una sobreexplotación de los terrenos mediante monocultivos, a una deforestación sin precedentes [7] y, finalmente, a la transformación de la cría animal en producción industrial que cada año cuesta la vida a centenares de millardos de animales. Hacia la década de 1950, nos vimos sorprendidos por la ‘gran aceleración’ que ha señalado nuestra entrada en el Antropoceno, la ‘era de los humanos’, en la que las actividades del ser humano tienen un gran impacto en el conjunto del planeta. En efecto, a partir de 1950, la población mundial (que ha pasado de 2,5 millardos en 1950 a 7 millardos en la actualidad), las emisiones de CO, y de metano, la deforestación, el uso de pesticidas y fertilizantes químicos y el consumo de agua potable, por no citar más que esas variables, no solo han aumentado, sino que se han acelerado considerablemente sus tasas de crecimiento. La transgresión de los límites de la resistencia planetaria ha hecho que la biosfera entre en una zona peligrosa. [8] La pérdida de la biodiversidad es particularmente grave. Al ritmo que van las cosas, antes del final del siglo XXI estarán en peligro de extinción el 30% de todos los mamíferos, aves y anfibios. [9]

La tasa de extinción de las especies se ha acelerado entre 100-1.000 veces a causa de las actividades humanas a lo largo del siglo XX, comparada con la tasa media en ausencia de catástrofes graves (del tipo que provocó la extinción de los dinosaurios). Se espera que en el siglo XXI ese nivel se vea incluso multiplicado por diez. Esas desapariciones son irreversibles.

En The Politics of Species, La política de las especies, Raymond Corbey, Amnette Lanjouw y otros muchos autores hablan de ‘coexistencia respetuosa», al referirse a la posibilidad de compartir los recursos y el espacio con el resto de especies de la Tierra, así como respetar las necesidades de unas y otras. Esta expresión implica un reconocimiento de la relevancia moral y social de los animales. Existen connotaciones de solicitud, de tener en cuenta sus necesidades, de cuidado y respeto al otro. [10]

Matthieu Ricard
2020

Cada año matamos 60 mil millones de animales terrestres y 1 billón de animales marinos para nuestro consumo. Una masacre sin parangón en la historia de la humanidad que plantea un desafío ético de primera magnitud. Este consumo desbocado agrava el problema del hambre en el mundo, provoca desequilibrios ecológicos y es nocivo para nuestra salud. Además, instrumentalizamos los animales por razones puramente venales (tráfico de fauna salvaje), para la investigación científica o por mera diversión (corridas de toros, circos, zoológicos, etcétera). ¿Y si hubiera llegado la hora de considerar los animales no ya como seres inferiores sino como nuestros “conciudadanos” planetarios? Vivimos en un mundo interdependiente en el que la suerte de cada ser vivo está íntimamente ligada a la de los otros. Este clarificador ensayo pone al alcance de todos los conocimientos actuales sobre los animales y nuestra manera de tratarlos. Una invitación para que cambiemos nuestra mentalidad y nuestros comportamientos y una invitación a expandir la benevolencia al conjunto de los seres vivos.

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Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

1— Fry, D.P., Beyond War: The Human Potential for Peace, Oxford University Press, Oxford, 2007. Sponsel, L.E. (1996), ‘The Natural History of Peace: A Positive View of Human Nature and its Potential‘, A Natural History of Peace, págs. 908-912.

2— Lord Alfred Tennyson (1809-1892), In Memoriam A.H.H., 1850. ds

3— Strum, S.C., Almost Human: A Journey into the World of Baboons, University of Chicago Press, 2001.

4— Clutton-Brock, J., Domesticated Animals from Early Times, Heineman — British Museum of National History, 1981, pág. 34 y ss.. Davis, S., ‘The Taming of the Few‘, New Scientist, 95 (1322), 1982, págs. 697-700. Citado en Serpell, J., In the Company of Animals: A Study of Human-Animal Relationships, B. Blackwell, 1986, pág. 4.

5— Fry, D.P., Beyond War, op. cit. Fry, D.P., y Sóderberg, P., ‘Lethal Aggression in Mobile Forager Bands and Implications for the Origins of War‘, Science, 341 (6143), 2013, págs. 270-273. Según el antropólogo Jonathan Haas: ‘Las pruebas arqueológicas de cualquier forma de guerra que haya tenido lugar hace más de diez mil años en el planeta son insignificantes’. Haas, J., The Origins of War and Ethnic Violence. Ancient Warfare: Archaeological Perspectives, Sutton Publishing, 1999,

6— Según los datos reunidos por el United States Census Bureau y publicados en: census.gov/population/international/data/worldpop/table_history.php

7— En 2011, la mitad de los bosques de la Tierra estaban destruidos, la mayoría a lo largo de los últimos cincuenta años y, después de 1990, ha desaparecido la mitad de los bosques tropicales (es posible que desaparezcan por completo de aquí a cuarenta años). Elli, E.C., Klein Goldewijk, K., Siebert, S., Lightman, D., y Ramankutty, N., ‘Anthropogenic Transformation of the Biomes‘, 1700 to 2000, Global Ecology and Biogeography, 19 (5), 2010, págs. 589-606.

8— Rockstróm, J., Steffen, W., Noone, K., Persson, Á., Chapin, E.S., Lambin, E.F., Schellnhuber, H.J.,’A Safe Operating Space for Humanity‘, Nature, 461 (7263), 2009, págs. 472-475.

9— Díaz, S., et al., Biodiversity Regulation of Ecosystem Services in Ecosystems and Human Well-Being: Current State and Trends (Hassan, H., Scholes, R. y Ash, N., comps.), Island Press, 2005, págs. 297-329.

10— Corbey, R., y Lanjouw, A. (comps.). (2013). The Politics of Species (1* edición). Cambridge University Press.


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