Este artículo es una respuesta a cierto tipo de argumentos en favor de los derechos de los animales.
La Parte I contiene una breve explicación de los antecedentes y los argumentos que pretendo rechazar; la Parte II presenta un intento de caracterización de dichos argumentos, en los que observo confusiones elementales en torno a las relaciones morales entre los humanos y entre los humanos y los animales. Y la Parte III muestra lo que considero que cabe aún decir —por decirlo de algún modo— en favor de los animales.
Parte I
El trasfondo de este artículo son las recientes discusiones en torno a los derechos de los animales suscitadas por Peter Singer, Tom Regan y otra serie de filósofos [1]. El argumento básico de muchas de estas discusiones gira alrededor del concepto de «especismo». Creo que el término fue originalmente acuñado por Richard Ryder, pero fue Peter Singer quien lo popularizó en asociación con un tipo obvio de argumento: que nuestra actitud hacia los individuos de otras especies está marcada por unos prejuicios completamente análogos a los prejuicios de algunas personas hacia los individuos de otras razas, volviéndonos ciegos a la opresión y explotación que nosotros mismos ejercemos. Estamos ciegos a la violación de derechos que nosotros mismo ejercemos sobre otros; no queremos verlo porque nos conviene, y, para justificarnos, nos servimos de diferencias entre ellos y nosotros que en realidad resultan moralmente irrelevantes. Dicho de forma cruda: se supone que decir «No puedes vivir aquí porque eres negro» es equivalente a decir «Podemos utilizarte en nuestros experimentos porque sólo eres un animal y no puedes hablar«. Si lo primero es un prejuicio injustificable, lo segundo también. De hecho, tanto Singer como Regan sostienen que, si para justificar nuestro trato diferenciado a los animales apelamos a cosas como su incapacidad de hablar, entonces deberíamos, por coherencia, tratar igual que a los animales a aquellos miembros de nuestra propia especie que (por ejemplo) tengan un daño cerebral que les impida el desarrollo del lenguaje —aceptando así que sean utilizados para experimentación, comida o lo que sea—. Si decimos: «Tenemos derecho a matar y comernos a los animales porque no son racionales«, pero no aceptamos lo mismo con respecto a los humanos cuyas capacidades racionales estén subdesarrolladas o dañadas, entonces es evidente que no estaremos aplicando un tratamiento igualitario. El principio fundamental aquí es el siguiente (según la fórmula de Peter Singer): debemos dar la misma consideración a los intereses de cualquier ser que sea capaz de tener intereses; y la capacidad de tener intereses depende esencialmente sólo de la capacidad de sufrir y disfrutar. Por supuesto, ésta es una capacidad que los animales tienen compartida con nosotros.
Llegados aquí quiero mencionar un punto sólo para quitármelo de en medio. Aunque estoy en desacuerdo con buena parte de los planteamientos de Singer, Regan y otros defensores de los derechos de los animales, está lejos de mi intención entrar a cuestionar si podemos o no estar seguros de que los animales son capaces de sentir dolor. Creo que Singer y Regan tienen razón cuando dicen que cualquier duda a ese respecto está, en la mayoría de los casos al menos, tan fuera de lugar como lo estaría en relación con los humanos.
Se hace evidente que la argumentación que he descrito es muy parecida a la que podemos encontrar en Bentham y Mill; Mill, en su defensa de los derechos de las mujeres, ataca a aquellos cartistas [2] que luchaban por los derechos de los hombres pero abandonaban el asunto en cuanto salían a relucir los derechos de las mujeres con un argumento idéntico al que vemos emplear en Singer. Que restringieran la preocupación por los derechos sólo cuando atañía a los derechos de los hombres mostraba que no estaban tan preocupados por la igualdad como afirmaban. Eran cartistas sólo porque no se eran nobles [3]. Ahora, un siglo más tarde, se nos dice que restringir la consideración moral a los animales humanos es igualmente una negación de la igualdad. De hecho, describir a los humanos como «animales humanos» es una parte característica del argumento. Lo que se quiere decir es que, al igual que nuestro lenguaje puede encarnar prejuicios contra los negros o contra las mujeres, también puede hacerlo contra los animales no humanos. Por tanto, utilizar la palabra «animal» como algo distinguido de lo humano, como si nosotros mismos no fuésemos animales, es, supuestamente, una encarnación de nuestros prejuicios.
Sobre esta afirmación de que los derechos de todos los animales merecen igual consideración es sobre lo que Singer, Regan, Ryder y otros sostienen que deberíamos abandonar la matanza de animales para alimentación o reducir drásticamente —cuando menos— el uso de animales en el campo de la investigación científica, entre otras cosas.
A mí esta clase de argumentos me parecen confusos. No discuto que haya analogías entre nuestra relación con los animales y las relaciones de algunos grupos humanos dominantes con otros a quienes se explota o trata de un modo arbitrario. Pero no me parece que puedan establecerse analogías simples y directas, y no está claro hasta dónde pueden alcanzar. El enfoque de Singer y Regan nos impide observar qué factores son los relevantes tanto en nuestra relación con otros seres humanos como en nuestra relación con los animales. Eso es lo que trataré de esclarecer en la Parte II. Mi discusión se limitará al consumo de animales, pero mucho de lo que digo pretende aplicarse también a otros usos que hacemos de ellos.
Cora Diamond
Octubre de 1978
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
Artículo original en inglés, «Eating meat and Eating people», [PDF], de Cora Diamond, 1978. Traducción al español de Igor Sanz y publicado el 18 de marzo de 2019 en lluvia-con-truenos.blogspot.com
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1— Véase en especial Peter Singer, Animal Liberation (Nueva York, Nueva York Review, 1975) [trad. cast.: Liberación animal, Madrid, Taurus, 2018], Tom Regan y Peter Singer, eds, Animal Rights and Human Obligations (Englewood Cliffs: Prentice-Hall, 1976), Stanley y Roslind Godlovitch y John Harris, eds., Animals, Men and Morals (Nueva York: Grove, I972), y Richard Ryder, «Speciesism: The Ethics of Vivisection» (Edimburgo: Scottish Society for the Prevention of Vivisection, 1974).
2— Nota del Traductor: Miembros del movimiento obrero inglés que a mediados del siglo XIX iniciaron acciones sociales y políticas en favor de la reforma democrática y el sufragio universal.
3— «The Enfranchisement of Women»; Dissertations and Discussions (Boston: Spencer, 1864), vol. III, págs. 99-100. Se cuestiona que Mill estuviese inmiscuido en la redacción del ensayo, pero su participación es evidente en los comentarios sobre el cartismo.
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