¿Avanzar hacia un ideal o tropezar con la salud?

Aceptar que una transición hacia una alimentación vegetal es una decisión ética y medioambiental poderosa ya no sorprende a nadie; sin embargo, en esa misma encrucijada se desliza un dilema menos evidente: reemplazar carne por ultraprocesados veganos. ¿Estamos avanzando hacia una alimentación saludable o simplemente tropezando con un espejismo verde?
Lo primero es reconocer que no todos los planteamientos “plant‑based” son iguales. Desde perspectivas ambientales o de compasión animal, se celebra la sustitución de carne; la cría industrial contribuye de forma abrumadora a emisiones, uso del suelo y pérdida de biodiversidad (Unión Vegetariana Española (UVE)). Es una decisión cargada de responsabilidad. Pero la urgencia de esa moralidad a veces nos precipita hacia atajos nutricionalmente cuestionables: los productos ultraprocesados veganos —hamburguesas, salchichas, nuggets— entran al escenario ofrecidos como salvadores de la vida vegetal, sin que preguntes si realmente nos cuidan.
El problema radica en el propio término “ultraprocesados”. No es una etiqueta trivial: estos alimentos están diseñados para maximizar placer y conveniencia, pero a costa de densidad nutricional. Contienen más sal, azúcar, aditivos, grasas refinadas; suelen ser pobres en fibra, saciedad y nutrientes esenciales. El resultado es una dieta desequilibrada que alienta la sobreingesta y favorece obesidad, hipertensión, diabetes y enfermedades cardiovasculares.
Un estudio del biobanco del Reino Unido (UK Biobank) arrojó luz sobre un hallazgo preocupante: por cada 10% más de ultraprocesados vegetales en la dieta, el riesgo de morir por enfermedad cardíaca o accidente cerebrovascular aumentaba un 12% (Business Insider). Pero aquí debe alzarse la voz del matiz: esos ultraprocesados vegetales no eran principalmente hamburguesas veganas sino bollería industrial, panes empaquetados o patatas fritas — productos poco representativos de las alternativas cárnicas modernas.
Es decir: los titulares que culpaban directamente a las hamburguesas veganas por la mortalidad cardiovascular eran exagerados y simplistas. La contribución energética de esas alternativas al total era tan mínima (0,2%) que no permite concluir nada concluyente sobre su impacto individual (Vox). Es una llamada al rigor: distinguir entre ultraprocesados que sólo contienen ingredientes insanos y aquellos que, aunque industrializados, aportan cierta calidad nutricional.
Sin embargo, incluso esos productos específicos no son necesariamente inofensivos. Sus perfiles nutricionales suelen superar el sodio, mantener grasas saturadas y prevenir contenidos de micronutrientes como vitamina B₁₂, zinc, vitamina D, calcio, omega‑3 o yodo, todos críticos en dietas 100% vegetales. Incluso el metabolismo del calcio ha sido implicado en una mayor incidencia de fracturas en veganos con ingestas bajas de este mineral, aunque una ingesta adecuada (al menos 525 mg/día) puede equiparar ese riesgo al de omnívoros.
En paralelo, recientes estudios apuntan a efectos inesperados: uno de la Universidad de Surrey encontró que vegetarianos que consumían alternativas de carne vegetal tenían un 42% más de probabilidades de sufrir depresión, así como mayores niveles de presión arterial e inflamación. Curiosamente, también se observó una menor incidencia de síndrome del intestino irritable (The Sun). ¿Acaso los ingredientes ultraprocesados afectan al humor? Es plausible, aunque las investigaciones aún son incipientes.
Y no solo la salud puede tambalearse: el impacto ambiental de los ultraprocesados vegetales también merece debate. Aunque, en general, estos generan menos emisiones de gases que la carne animal, su producción intensiva implica monocultivos, empaquetado, transporte y energía en procesamiento —factores que reducen parte de su “ventaja verde”. En todo caso, el principal beneficio ambiental proviene de aumentar la proporción de alimentos vegetales reales en la dieta, no necesariamente de consumir sus imitaciones ultraprocesadas.
¿Esto significa que debemos renunciar a los productos veganos ultraprocesados? No necesariamente. Pero sí implica que deben pensarse como convenientes ocasionales, no como pilares nutritivos. Si un consumidor elige una hamburguesa vegana, conviene que tenga claro que ofrece menos proteínas saturadas y más fibra que una de carne, pero no sustitutos nutricional completos. Lo esencial es priorizar legumbres, cereales integrales, frutas, verduras, frutos secos, semillas, hongos y tubérculos —alimentos mínimamente procesados con densidad nutricional real.
Lo paradójico es que muchas personas que inician el camino vegano lo hacen en busca de la salud, y terminan dando un salto desde la carne al ultraprocesado vegetal pensando “es mejor”, sin haber hecho antes la transición hacia alimentos frescos. Desde esa lógica, se invierte el orden correcto: primero internalizar hábitos de cocina sencilla, luego sí, incorporar –con medida– ultraprocesados si queremos. Algunos estudios incluso señalan que los veganos tienen mayor exposición a ultraprocesados que los omnívoros o vegetarianos, precisamente porque se lanzan a replicar productos animales en envases rosas o verdes (greatitalianfoodtrade.it, dicyt.com).
Conviene, además, mirar sin alarmismos. Una revisión de The Lancet concluyó que no hay evidencia de que las dietas veganas en sí aumenten el riesgo cardiovascular o de muerte, al contrario: por cada 10% que reduces de ultraprocesados vegetales reemplazándolos por plantas frescas, disminuye un 7% el riesgo cardiovascular y un 15% el de mortalidad prematura (The Vegan Society). Esto refuerza la idea de que el problema no es el veganismo ni los productos ultraprocesados —sino su proporción en la dieta.
En definitiva, la decisión de sustituir carne por ultraprocesados veganos no es criminal en sí misma, pero sí plantea una encrucijada: si no se maneja con consciencia, puede convertirse en un camino truncado por efectos contraproducentes en salud y en huella ecológica.
Esto nos lleva a una propuesta de reflexión. Si realmente queremos que lo vegetal sea saludable, urgente, sostenible, debemos replantear el mensaje: no “sustituye carne por ultraprocesados veganos”, sino “abraza las plantas en su estado real antes de buscar sabores imitados”. La salud no está en replicar la carne con proteínas industriales: está en resignificar la alimentación, reconectar con sabores simples y nutrientes densos, sin aditivos ni marketing verde. Hablamos de una revolución íntima, no solo de cambio de etiquetado.
El veganismo consciente es un camino noble y sostenible; pero la tentación del ultraprocesado vegetal puede desdibujarlo si se transforma en hábito central. La solución está en la coherencia, no en el atajo fácil. Cultivar legumbres, planificar micronutrientes, formarse —o acudir a profesionales en nutrición—, quizá limitar a ocasional esa hamburguesa vegana sabrosa. Así sí, podremos decir que sustituir carne por vegetal no solo es justo o necesario, sino saludablemente inteligente.
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
1— culturavegana.com, «¿Por qué la industria de la proteína ALT se ha volcado en producir ultraprocesados?», Editorial Cultura Vegana, Publicación: 27 julio, 2025. En los últimos años, hemos sido testigos de una explosión en el desarrollo y comercialización de proteínas alternativas: desde hamburguesas vegetales y «carnes cultivadas» hasta productos basados en fermentación microbial.
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