Dicen que soy poeta. No lo soy en absoluto.
Vivo en la Tierra y me apavoran enormemente los escenarios que generamos. Nombraré uno de ellos, terrible, acosadoramente terrible: matamos, según cifras oficiales, 56 mil millones de animales terrestres al año. Casi 2000 por segundo. Por segundo. Además, a casi la totalidad de ellos, los alimentamos con granos transgénicos, porque si no, el precio de mercado de cualquier “producto de origen animal” sería inaccesible para la mayoría de la población. Hectáreas de selva amazónica, o de campos pamperos, con toda su enorme belleza, su diversidad incipiente, son derribadas, intoxicadas, ferozmente expulsadas del paraíso de la Tierra, por nuestra falta de atención, nuestra ceguera, nuestra indiferencia, que va segando al mundo de esterilidad y violencia.
Pero voy a volver a los animales, porque es muy fácil leer cifras escandalosas y naturalizar el caos. Si cualquiera de nosotros se encontrase con uno solo de ellos, fácilmente descubriría cómo el Amor comienza a construir sus puentes y túneles. Fácilmente descubriría aquel mágico poder de la empatía, que nos iguala en lo amoroso de vivir, y se descubriría incapaz de generarle algún daño.
Una vaca tiene un periodo de gestación de nueve meses, como nosotras. En la industria lechera, son inseminadas artificialmente y a la fuerza, para mantener la producción de leche, en un ciclo interminable de sufrimiento en el que cada vez que paren a sus terneros, son inmediatamente apartadas de él y vueltas a inseminar. Sufren que las separen de sus hijos: son mamíferas. A los cuatro o cinco años, cuando su producción de leche ya no es rentable, son derivadas a la industria cárnica. Llegan exhaustas de dolor y vacío, de incomprensión, y aún les falta por conocer la última de las más terribles violencias. En condiciones naturales vivirían veinte años. Me parece inaceptable. Disculpadme.
Sé que muchos se sublevan contra los ecocidios que generamos. Pero me asusta que se haga mientras se alimentan con animales. Hay un principio básico de la empatía que está siendo pasado por alto, además de algo pragmático que se nos escapa. Porque hay una lógica, finalmente, detrás de todo: no podemos despreciar el resultado mientras aceptamos la ecuación. Las hermosas palabras que enarbolamos tienen que hallar su resolución en los actos. Si no, son apenas vestidos que nos ponemos, para ir más hermosos a nuestras ceremonias. La producción de granos transgénicos está absoluta y directamente relacionada con que consumamos “productos animales”. No hay forma de alimentar a esos 56 mil millones de animales si no es así. Y no hay forma de que aceptemos ese holocausto hacia los animales si no pasamos por encima el principio básico de la empatía.
La raíz de cualquier ecocidio es la creencia de que el ser humano y sus genuinas —y no tanto— necesidades son más importantes que la Tierra y los demás animales que la habitan. La raíz de cualquier ecocidio es la creencia antropocéntrica con la que avanzamos. Mi vida vale más que la de cualquier animal salvaje y que la de cualquier animal que denominamos de granja. La Tierra entera está a mi servicio. Grita el humano. La raíz de cualquier ecocidio es el antropocentrismo, por eso encuentro tan importante lo que viene a enseñarnos el veganismo, que se planta, rebelde, en el otro lado de la acera.
El otro día estaba releyendo un libro que aún mantengo inédito. El soliloquio de las flores, se titula. En él cité un texto Náhuatl, sobre la invasión de Latinoamérica (Abya Yala), que ahora traigo a colación:
[…] estaban deleitándose. Como si fueran monos levantaban el oro, como que se sentaban en ademán de gusto, como que se les renovaba y se les iluminaba el corazón. Como que cierto es que eso anhelan con gran sed. Se les ensancha el cuerpo por eso, tienen hambre furiosa de eso.
No pretendo con esto hacer un cuestionamiento histórico, sólo pretendo ver el hilo que une todas las cosas. Aquellos humanos llegaron codiciosos, por sólo nombrar un adjetivo, y no vieron las civilizaciones que tenían delante. Las civilizaciones indígenas del amazonas, por ejemplo, ya comprendían aquello que ahora entendemos como un gran paso a realizar como humanidad: la agroecología. Plantaban agroflorestas, dialogaban con la naturaleza. Aquellos otros humanos llegaron callándolos de golpe. Y quedamos todos sordos. Ya lo dijo Ailton Krenak: el futuro es ancestral.
A mi, personalmente, me gusta la igualdad. Sentirme en igualdad entre los humanos, sin importar ningún tipo de preconcepto. No me gustan los preconceptos: me gusta la igualdad y la elevo mas allá de mi condición de humana. No me siento más que un perro ni una vaca ni una flor. Tan sólo diferente. Por eso, no acepto que se los violente. Yo apelo a que nos preguntemos por qué somos capaces de aceptar las barbaridades que les hacemos a nuestros hermanos, los animales. Por qué no vemos nada terrible en ello. Por qué pasa tan inadvertido semejante infierno. ¿Será que nos creemos superiores? ¿Será que aún creemos que alguien es superior a otro?
Dicen que soy poeta, quizás lo sea. No me interesan los títulos ni todo aquel ritual de colocarse con elegancia la máscara. Ni siquiera me interesa aquello de tener cultura, aunque lea con curiosidad versos y conceptualizaciones de nuestras diferentes civilizaciones. Me gusta más desnudarme y encontrar el reflejo de la luna en el reflejo de mi piel. Me gusta más desnudarme y encontrar resquicios de alas, de barro, de sueños, de presencia.
Dicen que soy poeta, no sé si sea cierto: sólo quiero incubar al mundo como un pájaro. Sólo quiero libertad y justicia, como una semilla que crece en todas las direcciones, alcanzándonos, alcanzándonos.
Mientras has leído esta nota, y si has sido rápido, se han matado 36.000 animales.
Por ellos.
Amanda Eznab
Abril de 2024
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1— Amanda Eznab es una poeta española nacida en Sitges, Barcelona, en 1993. Sus poemas han sido publicados en diversas antologías y revistas de España, Argentina y Portugal. Ha publicado los poemarios La placenta del mundo (Amargord Ediciones, 2019) y Sonatas y naufragios (Buenos Aires Poetry, 2022). Actualmente reside en Alter do Chão, Brasil.
2— amazon.com, «Sonatas y naufragios», Amanda Eznab, Editorial Buenos Aires Poetry, 17 de octubre de 2022. «La lucha por la liberación de un otro es el ejercicio empírico de la empatía: necesito sentir para comprender íntegramente. Desde el instinto sabemos que la libertad es un elemento ineludible de la vida, imprescindible. Desde el instinto sabemos que encerrar a millones de animales para matarlos es algo profundamente errado. Desde la razón podemos obcecarnos, paralizarnos en el hábito, sedientos de seguridad, de anclas.», Amanda Eznab.
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