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Lo que está en juego en el maltrato animal

Publicación: 14 noviembre, 2020 |

La violencia contra los animales es un ataque directo a nuestra humanidad. Eso demuestra Corine Pelluchon en este breve ensayo, pragmático, controvertido y que supone una contribución radical a la ética y la filosofía política.

Nuestra relación con los animales es un espejo que nos muestra en qué nos hemos convertido con el paso de los tiempos. En el espejo no solo aparecen los horrores cometidos por nuestra especie al explotar a otros seres sensibles, sino el rostro macilento de una humanidad que está perdiendo su alma.

Las jaulas donde se encierra a miles de conejos, gallinas, patos, cerdos, zorros y visones, ratones y monos, perros y gatos para producir carne, ser despiezados o servir de material de experimentación, los delfinarios y circos donde a los cetáceos, los elefantes y las fieras, abatidos por la privación de libertad, se los obliga a exhibirse a cambio de un poco de comida o por miedo al látigo, son el vivo retrato de nuestra vergüenza común. Ninguna descripción puede plasmar su tristeza infinita. Las carreteras donde todos los años, en Francia, cerca de cien mil animales de compañía son abandonados, los refugios superpoblados, las lejanas selvas, pulmón de la Tierra y hogar de los orangutanes, incendiadas para producir aceite de palma, los mares donde agonizan los peces, las plazas donde se tortura a los toros, los mataderos donde casi todos los animales acaban su vida aterrorizados –hasta los recién nacidos, las crías de las vacas, las ovejas y las cabras–, todos ellos son lugares donde reina la desdicha y la injusticia.

En estas prácticas, organizadas a pesar del buen sentido que debería dictar límites a nuestro uso de los seres vivos, impera la ley del máximo beneficio. A él se someten los humanos, los animales, la calidad del trabajo y el medio ambiente. Las normas de una economía de mercado globalizada que exige la reducción constante de los costes de producción se han impuesto en todas partes.

La violencia que sufren hoy los animales en el comercio de las pieles y del cuero, la piscicultura, la industria de la carne, el entretenimiento, la cosmética y la farmacia ilustra las aberraciones de un sistema que, a grandes rasgos, podemos llamar capitalismo. Pero si usamos este nombre no podemos limitarnos a una ideología que enfrenta a la patronal y los asalariados, pues este planteamiento pasa por alto la dimensión universal de la causa animal, que va más allá de las divisiones políticas y tiene un carácter estratégico. En efecto: otros combates contra la explotación, como la lucha contra la esclavitud y el sometimiento de las mujeres, están presentes en la lucha a favor de los animales. Además, el maltrato que estos sufren pone en evidencia muchos de los trastornos de nuestra sociedad.

Es importante saber qué es lo que está en juego en nuestra relación con los animales para entender por qué hemos llegado a tales extremos y llevar a término la transición hacia otro modelo de desarrollo, que será la oportunidad para nuestra regeneración social, política y espiritual. También es preciso articular todos los factores antropológicos, económicos y políticos que explican la resistencia de este sistema basado en la explotación sin límites de los otros seres vivos y en la dominación de los humanos que contribuyen a mantener sus consecuencias, a pesar de que ellos también las pagan.

Cuando despreciamos a los animales, cuando los tratamos como objetos al aceptar con indiferencia que la suya sea una vida de sufrimiento, no solo nos comportamos con un despotismo que ninguna religión podría justificar sin caer en la contradicción de confundir la administración humana de lo creado con el derecho a dominarlo sin rendir cuentas. También, al acallar la voz de la piedad, nos cercenamos una parte de nosotros mismos. Una piedad que es repugnancia innata ante el sufrimiento de cualquier ser sensible.

La piedad se basa en una identificación inmediata anterior a la reflexión y a la distinción entre el otro y yo. Significa que veo al otro como un ser vivo y no en función de su pertenencia a una especie, a un género o a una comunidad determinada. La piedad no es la moral ni la justicia, sino su condición. La moral supone que asumo mi responsabilidad, implica elección y decisión. Por su parte, la justicia, que se refiere a unos principios, se aplica a todos los seres, incluidos aquellos a los que no conozco pero que no por ello dejan de ser mis conciudadanos y de compartir el mismo espacio político que yo. Como obedece a la razón y no a los sentimientos, la justicia necesita basarse en unas leyes que le confieran un carácter imperativo. Pero ¿qué son la moral y la justicia sin piedad?

¿Qué significa la moral cuando se reserva la benevolencia a ciertos seres? ¿Se puede hablar de justicia cuando reina el maltrato institucionalizado a los animales, justificando así un sistema basado en su explotación? Invocar el amor al prójimo, que en la parábola del Buen Samaritano no es mi semejante sino cualquier individuo que se cruce en mi camino, y hacer oídos sordos al clamor inmenso de los otros seres vivos que sufren los peores tormentos, es consagrar una moral chauvinista.

Si permanecemos impávidos ante los sufrimientos de los animales, que comparten con nosotros el hecho de ser seres sensibles, nos deshumanizamos. La sensibilidad, definida inicialmente como la capacidad de sufrir, de sentir de manera singular el dolor, la pena, el miedo y el hastío, así como el placer y la alegría, y llamada sentiencia* a partir de J. Bentham, subraya también la vulnerabilidad del ser vivo, la pasividad y la impotencia frente a un poder cuyas manifestaciones son el hambre, la fatiga y la mortalidad. Por último, remite a la agentividad* de los animales. Como estos tienen la capacidad de expresar sus necesidades básicas y las preferencias que han conformado su historia individual, no son meros objetos de nuestra protección, sino sujetos morales, y debería tenerse en cuenta lo que ellos tienen que comunicar.

Correr un velo púdico sobre el sufrimiento animal, pese a que es tan evidente, o acordarnos de él de vez en cuando porque un vídeo revela lo que pasa en edificios por lo general cerrados al público y al día siguiente seguir viviendo como si no ocurriese nada espantoso o como si fuese imposible acabar con esa matanza diaria, es aceptar que el mal nos ha contaminado. Para perpetrarse necesita cómplices que participen, directa o indirectamente, como agentes económicos o como consumidores, en un sistema caracterizado por la explotación sin límites de los animales. También se nutre de la pasividad social. Porque la mayoría de los ciudadanos no son enemigos de los animales, pero sí individuos capaces de poner anteojeras a su vida moral y psíquica.

Al excluir de la esfera de su consideración moral a otros seres, pese a estar reconocidos como sintientes,* aprenden a reprimir su sensibilidad y tratan con dureza a todos aquellos que, ya sea por raza, género, religión, nacionalidad o especie, no reconocen como semejantes. Olvidándose del niño o la niña que fueron y que no habrían soportado comer la carne de un pollo después de haberlo visto colgado por las patas para desangrarlo, ni beber la leche de una madre a la que le habían arrebatado sus crías nada más nacer, estos seres se hacen adultos y dedican su sudor, su sangre y su voto a sostener un sistema que, en contra de lo que les dicta la biblia economista, solo sirve de provecho a una minoría de personas.

Corine Pelluchon

Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

1- culturavegana.com, «El Manifiesto animalista de Corine Pelluchon sonroja a la clase política«, Editorial Cultura Vegana, última edición: 13 noviembre, 2020 | publicación: 18 septiembre, 2020

2- clarin.com, «Corine Pelluchon: “El coronavirus nos muestra vulnerables, pero puede traer una toma de conciencia”, Hector Pavon, 24 de abril de 2020

4- Amazon.com, «Manifiesto animalista«, Corine Pelluchon, traductor: Juan Vivanco Gefaell, Editorial RESERVOIR BOOKS, 18 de enero de 2018

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