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La Persecución del Placer

Última edición: 23 abril, 2022 | Publicación: 4 abril, 2022 |

… Dijimos en el capítulo anterior que el gozo era algo enteramente distinto del placer; por tanto, descubramos lo que éste implica y si es del todo posible vivir en un mundo donde no haya placer, sino un tremendo sentido de gozo, de bienaventuranza.

Todos estamos empeñados en la persecución del placer, en una u otra forma —intelectual, sensorial o cultural: el placer de reformar, de indicar a otros lo que deben hacer, de aminorar los males de la sociedad, de hacer el bien— el placer de obtener mayor conocimiento, mayor satisfacción física, mayor experiencia, mayor comprensión de la vida —todas las ingeniosas y sagaces cosas de la mente— y último placer que es, por supuesto, alcanzar a Dios.

El placer es la estructura de la sociedad. Desde la niñez hasta la muerte estamos secretamente, astutamente y obviamente persiguiendo el placer. Así, cualquiera que sea nuestra forma de placer, creo que deberíamos tenerlo muy claro, porque es lo que está guiando y conformando nuestras vidas. Es, pues, importante para cada uno de nosotros investigar cuidadosamente, con sutileza y tanteos esta cuestión del placer, ya que el buscarlo, y luego nutrirlo y sostenerlo, es básica urgencia de la vida, y sin la cual la existencia se torna torpe, estúpida, solitaria y sin sentido.

Usted puede preguntarse: ¿Por qué entonces no es el placer lo que debiera guiar la vida?. Por la sencilla razón de que el placer ha de causar dolor, frustración, pesar y temor, y como resultado del temor, violencia. Si usted quiere vivir de ese modo, viva de ese modo. De todas maneras, casi todo el mundo así lo hace, pero si usted quiere verse libre del dolor, tiene que comprender la estructura total del placer.

Comprender el placer no es negarlo. No estamos condenándolo, ni diciendo que es bueno o malo. Pero si lo perseguimos, hagámoslo con los ojos abiertos, conscientes de que buscando siempre el placer, inevitablemente encontraremos su sombra: el dolor. No podremos separarnos, aunque al correr tras el placer, tratemos de evitar el dolor.

Ahora bien, ¿por qué está la mente exigiendo siempre placer? ¿Por qué hacemos cosas nobles e innobles guiados por la corriente oculta del placer? ¿Por qué nos sacrificamos y sufrimos en la delgada hebra del placer? ¿Qué es el placer y cómo surge? Desearía saber si algunos de ustedes se han hecho estas preguntas, y han seguido las respuestas hasta el mismo final.

El placer se produce en cuatro etapas —percepción, sensación, contacto y deseo—. Yo veo, digamos, un hermoso automóvil: enseguida tengo una sensación, una reacción por haberlo mirado; luego lo toco o imagino que lo toco, entonces viene el deseo de poseerlo y de exhibirme en él. O bien veo una hermosa nube, una clara montaña contra el cielo, o una hoja que apenas ha brotado en primavera, o un profundo valle, lleno de encanto y esplendor, o una gloriosa puesta de sol, o un rostro hermoso, vivo e inteligente, que es bello por no ser consciente de ello. Miro esas cosas con intenso deleite y mientras las observo no existe el observador sino pura belleza como el amor. Por un momento el yo está ausente con todos sus problemas, ansiedades y desdichas; sólo queda esa cosa maravillosa. La puedo mirar con gozo y al siguiente momento olvidarlo, o bien la mente se detiene ahí, y el problema empieza. Mi mente piensa en lo que ha visto, y cuán hermoso era: me digo a mí mismo que me gustaría verlo de nuevo muchas veces. El pensamiento empieza a comparar, a juzgar y dice: “Debo volver a disfrutarlo mañana”. De ese modo mantiene la continuidad de la experiencia que nos ha deleitado por un segundo.

Sucede lo mismo con el deseo sexual o con cualquiera otra forma de deseo. No hay nada malo en el deseo. Reaccionar a él es perfectamente normal. Si usted me pincha con un alfiler, yo reaccionaré, a menos que esté paralizado. Pero entonces interviene el pensamiento y comienza a rumiar el deleite convirtiéndolo en placer. El pensamiento quiere repetir la experiencia, y mientras la repite, más mecánica se vuelve; mientras más usted piense en ello, más pujanza le da el pensamiento al placer. Así el pensamiento crea y alimenta el placer por medio del deseo, y le da continuidad. De este modo, el pensamiento pervierte la reacción natural del deseo ante cualquier cosa bella. El pensamiento se convierte en memoria, y la memoria a su vez se nutre pensando lo mismo una y otra vez.

Por supuesto, la memoria tiene su lugar a cierto nivel. En la vida diaria no podríamos actuar sin ella. En su propio campo debe ser eficiente, pero existe un estado mental donde tiene muy poco sitio. Una mente que no está deformada por la memoria tiene verdadera libertad.

¿Ha notado alguna vez que cuando responde a algo totalmente, con todo su corazón, usa muy poco la memoria? Sólo cuando no responde a un reto con todo su ser hay conflicto, lucha, lo que produce confusión y también dolor o placer. Y la lucha genera memoria. Ésta se suma continuamente a otras, y son esas memorias las que responden. Todo aquello que sea resultado de la memoria es viejo y por lo tanto, nunca puede ser libre. No existe la libertad de pensamiento. Eso es pura tontería.

El pensamiento nunca es nuevo, porque es la respuesta de la memoria, de la experiencia, del conocimiento. El pensamiento, por ser del pasado, envejece esa cosa que usted ha mirado con deleite y ha sentido tremendamente por un instante. De lo viejo deriva usted el placer, nunca de lo nuevo. No existe el tiempo en lo nuevo.

Por lo tanto, si usted puede mirar todas las cosas, sin permitir que el placer intervenga —un rostro, un pájaro, el color de un sari, la belleza de una superficie de agua titilando al sol, o cualquier cosa que produzca deleite— si usted lo mira sin desear repetir la experiencia, entonces no habrá dolor, ni temor, sino, en cambio, una tremenda alegría.

La lucha por repetir y perpetuar el placer lo convierte en dolor. Obsérvelo en usted mismo. La misma urgencia por repetir el placer produce dolor porque ya no es lo que fue ayer. Usted se esfuerza por alcanzar ese goce nuevamente, no sólo para su sentido estético, sino para la misma cualidad interna de la mente, y usted se siente herido y decepcionado por que está impedido de hacerlo.

¿Ha observado usted lo que ocurre cuando se le niega un pequeño placer? Cuando no consigue lo que quiere, se torna ansioso, envidioso, odioso. ¿Ha visto usted cuando se le ha negado el placer de beber, de fumar, del sexo o de lo que sea, ha notado cuántas batallas tiene que sostener? Y todo esto es una forma del temor, ¿no es verdad? Usted teme no conseguir lo que quiere, o perder lo que tiene. Cuando alguna creencia o ideología particular que ha sostenido por años es sacudida o arrebatada por la lógica o la vida, ¿no teme usted quedarse solo? Esa creencia le ha dado satisfacción y placer durante años y cuando se la quitan usted se queda desamparado, vacío y el temor permanece hasta que encuentra otra forma de placer, otra creencia.

Esto me parece muy sencillo, y por ser tan sencillo, rehusamos ver su simplicidad. Nos gusta complicarlo todo. Cuando su esposa lo abandona, ¿no está usted celoso? ¿No está usted enojado? ¿No odia al hombre que la ha atraído? ¿Y qué es todo esto, sino temor de perder algo que le ha dado mucho placer, compañía, cierta clase de seguridad y el gozo de la posesión?

Si usted comprende, pues, que cuando se busca el placer tiene que haber dolor, viva de esa manera si así lo quiere, pero no caiga en ello por ignorancia. Sin embargo, si quiere dar fin al placer, acabando así con el dolor, debe estar totalmente atento a toda la estructura del placer, no extirparlo como hacen los monjes y sannyasis, que nunca miran una mujer porque piensan que es un pecado y, por lo tanto, destruyen la vitalidad de su comprensión, sino ver todo el sentido y significado del placer. Entonces disfrutará de gran alegría en la vida. Usted no puede pensar en la alegría. La alegría es una cosa inmediata y cuando piensa en ella, la convierte en placer. Vivir en el presente es la percepción instantánea de la belleza y de su gran deleite sin derivar placer de ella.

Jiddu Krishnamurti
Libérese del Pasado

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NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

1- culturavegana, «Matar por la paz, por comer o por diversión son la misma cosa», Kiddu Krishnamurti, Editorial Cultura Vegana, Última edición: 24 diciembre, 2021 | Publicación: 1 octubre, 2020

2- alfaomega.es, «Libérese Del Pasado», Jiddu Krishnamurti, Editorial‎ Gaia Ediciones, edición Nº 5, junio de 2021. A lo largo de todos los tiempos el hombre ha buscado algo más allá de sí mismo, más allá del bienestar material, lo que llamamos Dios o realidad, un estado sin temporalidad.


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