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Una llamada a la razón y a la bondad humana

Publicación: 12 enero, 2024 |

En la primavera de 2014 tuve la ocasión de conocer a Ólafur Tagnar Grímsson, el presidente islandés, con motivo del Foro sobre el Espíritu de la Humanidad.

Ólafur Tagnar Grímsson nos explicó que, desde la clausura de la base estadounidense en 2006, en la isla no había ni un soldado. Además, precisó que la tasa de muertes anuales por arma de fuego no era más que del 0,6 por cada 100.000 habitantes. Islandia, nos dijo, es ‘un país donde las personas confían unas en las otras y al que todos ustedes son bienvenidos’. De hecho, a la entrada de la residencia presidencial no existe ningún control de seguridad, y se entra como a una casa normal. Esa es una lección que podría inspirar a quienes preconizan la venta libre de armas de fuego y sostienen sin vacilar, como en el caso de EEUU, que cuanto más armada está la población, más reina la seguridad. [1] Mientras intercambiaba algunas palabras con el presidente, de repente me permití mencionar que Islandia ofrecía ciertamente un admirable ejemplo al resto del mundo, pero que la imagen de ese remanso de paz sería sin duda todavía más perfecto si los islandeses renunciasen a matar a cientos de ballenas cada año. Efectivamente, una curiosa paradoja: en el avión que me llevaba a Reikiavik, miré un documental que presentaba a Islandia como uno de los mejores lugares del mundo para el avistamiento de ballenas, alentando así el turismo ecológico. Al mismo tiempo, no lejos de esas zonas de observación, los cazadores de la empresa Hvalur Whaling se libran cada año a una matanza masiva de estos mismos cetáceos. [2] El presidente murmuró una disculpa, desvió la mirada y se dirigió al siguiente invitado…

Una semana más tarde me encontraba en Chile, donde visité la Escuela Francisco Varela, así llamada en honor del gran neurocientífico chileno, un añorado amigo, que fundó el Instituto Mente y Vida, del que formo parte. Tras haber realizado la visita de las clases, hablé con los 300 alumnos de la escuela reunidos en una gran sala. Uno de ellos me preguntó: ”¿Comes carne?». Tras contestarle en sentido negativo, pregunté a los niños:

—¿Son las vacas amigas vuestras?

—¡Sí!

—¿Son los peces amigos vuestros?

—¡Sí!

—¿Son los pájaros amigos vuestros?

—¡Sí!

Todos daban muestras de entusiasmo. Así que les pregunté: —¿Os gustaría comeros a vuestros amigos?

Clamaron un ‘¡No!’ al unísono. Para los alumnos de este centro que tiene por vocación ser una ”escuela de felicidad», el respeto por la vida animal parecía ser una evidencia. No obstante, la mayoría de ellos no eran vegetarianos, pues Chile es, al igual que su vecina, Argentina, uno de los países del mundo donde la carne está más presente en la alimentación.

Estas dos anécdotas muestran la incoherencia que existe entre nuestros pensamientos, nuestros sentimientos profundos y nuestros comportamientos. La mayoría de nosotros amamos a los animales, pero nuestra compasión se detiene en el borde del plato. Por otra parte, padecemos los efectos contraproducentes de nuestras conductas egoístas: como ya hemos visto, la cría industrial es una de las causas más importantes de los cambios climáticos, y el consumo regular de carne perjudica la salud humana. Una situación tal no solo es contestable en lo ético, sino que también resulta irracional desde todos los puntos de vista.

Procede también de una falta de respeto hacia otras formas de vida e incluso de una falta de respeto por ignorancia, orgullo, egoísmo o ideología. En lo tocante a los animales, faltar al respeto por ignorancia consiste, concretamente, en no reconocer que tienen emociones y son sensibles al dolor. También es ignorar el continuo que vincula al conjunto de las especies animales. Cuando resulta que disponemos de los suficientes conocimientos científicos y elegimos ignorarlos, estamos negando la realidad.

Faltar al respeto por orgullo es imaginar que la superioridad que tenemos en ciertos campos nos confiere el derecho de vida y muerte sobre los animales. Faltar al respeto por egoísmo es utilizar a los animales como si fueran simples instrumentos destinados a satisfacer nuestros deseos o a alentar nuestros intereses económicos. Finalmente, faltar al respeto por ideología es justificar nuestra instrumentalización de los animales basándonos en dogmas religiosos, teorías filosóficas o tradiciones culturales.

Nuestra actitud frente a los animales cuestiona y fragiliza el conjunto de nuestra ética, que rige la manera en que nos comportamos los unos con los otros. Exige que les concedamos un valor intrínseco, que tengamos consideración hacia ellos y que tengamos en cuenta sus legítimas aspiraciones. Si excluimos el conjunto de seres no humanos de nuestro sistema ético, este se desestructura. Es lo que afirma con mucha claridad Milan Kundera:

El verdadero test moral de la humanidad (el más radical que se sitúa a un nivel tal que escapa a nuestra mirada) son las relaciones con quienes están a su merced: los animales. Y es aquí donde se ha producido la mayor derrota del ser humano, una debacle fundamental de la que derivan todas las demás. [3]

Como ya señalamos en la introducción, no se trata de ningún modo de querer animalizar al ser humano ni de humanizar al animal, sino de conceder a cada uno el respeto de su propio valor, sea cual sea. Parece que si nos contentásemos con ampliar a los animales la regla de oro que se reserva a los seres humanos —’Tratar al prójimo como a uno mismo’—, [4] todo el mundo saldría beneficiado. En efecto, preocuparse de la suerte de los animales no disminuye en nada la necesidad de preocuparse del destino de los seres humanos, más bien al contrario, porque ambas preocupaciones proceden del altruismo y no están generalmente, aparte de algunos casos particulares, en directa competencia.

Así pues, podemos hacerlo bastante mejor. El altruismo y la verdadera compasión no deberían conocer barreras. No son simplemente ‘recompensas’ atribuidas en función de buenos comportamientos o del valor que se concede al otro. La compasión, en particular, se dirige a todos los sufrimientos y a todos los que sufren. Quien está impregnado de verdadera compasión no puede infligir sufrimientos a otros seres sensibles, como incide Schopenhauer en El fundamento de la moral:

Una compasión sin límites que nos una a todos los seres vivos, esta es la garantía más sólida y segura de la moralidad: con ella no hay necesidad de casuística. Quien la posea será bien incapaz de perjudicar a nadie, de violentar a nadie, de hacer daño a quien sea; sino que, más bien, mostrará tolerancia para con todos, perdonará, ayudará con todas sus fuerzas, y cada una de sus acciones estará del lado de la justicia y de la caridad. [5]

No obstante, en la medida en que una parte de entre nosotros no sienta la suficiente compasión hacia los animales para renunciar a maltratarlos, es indispensable apelar al derecho y a crear leyes que los protejan. El derecho de vivir y de no sufrir no puede ser solo privilegio de los seres humanos. Cuando el hombre intenta justificar la explotación de los animales, no hace más que perpetuar el derecho del más fuerte, un derecho moralmente discutible: ‘No existe ninguna razón objetiva —decía Bertrand Russell— para considerar que los intereses de los seres humanos son más importantes que los de los animales. Nosotros podemos destruir a los animales con más facilidad que ellos a nosotros: esa es la única base sólida sobre la que se sustenta nuestra pretensión de superioridad’. [6]

Los adversarios de los defensores de los animales experimentan un malvado placer al presentarlos como idealistas utópicos, zoólatras que mejor harían ocupándose de los innumerables sufrimientos humanos, almas demasiado sensibles que no dejan de apiadarse de sus perros y gatos, incluso fanáticos tan estúpidos como peligrosos que flirtean con el terrorismo. [7] Ante tales prejuicios, ¿cómo adoptar una actitud realista que cuente con alguna opción de cambiar las cosas? Según James Serpell, profesor de ética animal:

A mi modo de ver, sería igualmente poco realista imaginar que podemos esperar alcanzar un vegetarianismo mundial o poner un fin definitivo a la utilización económica de los animales y de nuestro medio ambiente. En ese sentido, el paraíso no ha llegado nunca a existir. Sin embargo, lo que está claro es que no podemos continuar tratando el mundo y su contenido como un gigantesco supermercado. Las ideologías que favorecen la explotación desenfrenada de este mundo son peligrosas. Amenazan nuestra supervivencia no solo a causa de los daños irreparables que provocan, sino también negándose, rechazando y corrompiendo los sentimientos y la moral. Por suerte, y en gran parte en razón de nuestros excesos pasados, los argumentos éticos basados en los principios de la empatía y del altruismo, así como los objetivos económicos basados en los intereses humanos a largo plazo, empiezan por fin a converger. Solo podemos esperar que de esta unión nazca un compromiso razonable y responsable. [8]

¿Cómo se han producido los grandes cambios de actitud en la sociedad, aunque a primera vista esos cambios parezcan improbables o irreales? ¿Cómo lo que antes se consideraba normal se convierte ahora en inaceptable? Al principio, algunos individuos se hacen conscientes de que una situación particular es moralmente indefendible. Adquieren la convicción de que el statu quo no puede seguir manteniéndose sin sacrificar los valores éticos que respetan. De entrada aislados e ignorados, estos pioneros acaban por unir sus esfuerzos para convertirse en activistas que revolucionan las ideas y sacuden las costumbres. Por lo general, suelen ser ridiculizados o vilipendiados. Pero, poco a poco, otras personas, inicialmente reticentes, se dan cuenta de que tienen razón y simpatizan con la causa que aquellos defienden. Cuando el número de esos defensores alcanza una masa crítica, la opinión pública da un vuelco en su favor. Gandhi resumía así esta evolución: ‘Primero te ignoran, luego se ríen de ti, a continuación te combaten y luego ganas’. Pensemos en la abolición de la esclavitud, en la defensa de los derechos humanos, en el voto de las mujeres y en tantas otras evoluciones.

Son varios los factores que facilitan este cambio y que contribuyen a la evolución de las culturas. El primero es la fuerza de las ideas (satyagraha, el principio de resistencia no violenta desarrollado por Gandhi, significa ‘aferrarse a la verdad’ o ‘insistencia en la verdad’). El segundo es el instinto de imitación. La mayoría de los seres humanos se sienten inclinados a someterse a las actitudes, costumbres, creencias y valores dominantes. La conformidad con las normas morales es fomentada por la comunidad, mientras que la inconformidad implica reprobación. El tercero es la molestia y la sensación de vergüenza experimentadas cuando se insiste en defender una postura moral desaprobada por la mayor parte de la sociedad. Las culturas evolucionan. Al hilo de las generaciones, los individuos y las culturas no dejan de influirse mutuamente. Los individuos que crecen en el seno de un medio social nuevo son diferentes por el hecho de que adquieren nuevas costumbres que, a su vez, transforman su manera de ser. Ellos mismos contribuyen a hacer evolucionar más su cultura, y así sucesivamente.

La abolición de la esclavitud en Inglaterra constituye un ejemplo impresionante de este tipo de giro. Como explicaba el historiador y escritor Adam Hochschild, del Londres de 1787: ‘Si decías en un rincón de la calle que la esclavitud era moralmente condenable y que había que ilegalizarla, nueve personas de cada diez se partirían de risa creyendo que eras un cabeza hueca. La décima tal vez estaría de acuerdo en el principio, pero aseguraría que acabar con la esclavitud sería una insensatez. La economía del Imperio británico se hubiera hundido. Era un país en que la mayoría de las personas, de los campesinos a los obispos, aceptaban la esclavitud como algo totalmente normal’. [9] Estaban en juego importantes intereses económicos. No obstante, una minoría de abolicionistas acertaron a ganarse en pocos años a una opinión pública inicialmente indiferente, y a menudo hostil, a la abolición de la esclavitud.

Según Olivier Grenouilleau, autor de numerosas obras sobre la esclavitud, [10] existen cuatro elementos principales que permiten definirla: 1) el esclavo es ‘otro’; 2) el esclavo es un ser humano poseído por otro; 3) el esclavo siempre es ‘útil’ a su amo; 4) el esclavo es un ser humano en remisión condicional. No hay más que sustituir ser humano por animal de cría, y se torna entonces bastante fácil el parecido, sin por ello ‘ofender al género humano’. Así es, el animal que se instrumentaliza por su labor, su carne, su piel, sus huesos y otras partes de su cuerpo, es ‘otra’ especie; también está retenido por un propietario (en la actualidad un sistema industrial con múltiples rostros anónimos); debe continuar siendo ‘útil’, si no se le ‘reforma’ (eufemismo para designar su sacrificio); y está en ‘remisión condicional», no esperando una liberación, sino a la espera de una muerte prematura y programada.

Según el filósofo de la ciencia Thomas Lepeltier, la primera tarea de los abolicionistas fue hacer conscientes a los británicos de lo que había tras el azúcar que consumían, el tabaco que fumaban y el café que bebían. No obstante, antes de que las masas se aviniesen a oponerse activamente a la esclavitud, hizo falta que empezasen a sentir que ese sistema atentaba contra la imagen que tenían de ellas mismas. No fue hasta el momento en que fueron conscientes de que eran implícitamente cómplices de un sistema que consideraban vergonzante que los británicos se opusieron a dicho sistema.

En la actualidad, al menos en Occidente, no solo la esclavitud, sino el racismo, el sexismo y la homofobia, aunque sean endémicos en nuestras sociedades, son teóricamente rechazados por la mayoría de la gente. Tal vez pronto suceda lo mismo, esperémoslo así, con nuestra actitud hacia los animales. ‘Esta idea de que resulta odioso —escribió Lepeltier en La Révolution végétarienne — ver en una cerda, no una persona, sino simplemente pulpa de paté no ha penetrado todavía en todas las conciencias y aún menos influido los comportamientos alimentarios de una gran parte de la población. Todavía son muchos a los que les cuesta establecer la conexión “entre lo próximo y lo lejano”, es decir, entre los placeres de la mesa y el sufrimiento del animal, aunque en principio ya casi nadie acepte la idea de que pueda hacerse sufrir a los animales solo por darse un placer culinario. Así pues, queda todavía camino que recorrer antes de la abolición de los mataderos».

Está claro que la alimentación y la utilización de objetos y productos basados en el sufrimiento de los animales van en contra de los valores que defiende una sociedad en la que no se dejan de airear los progresos en el campo de los derechos del hombre, de la mujer, de los niños, de las minorías y los oprimidos. ”¿Cómo reconocerse —prosigue Lepeltier— en la igualdad, la fraternidad y la libertad cuando se somete, explota, encierra y masacra al prójimo, sea este una persona de otro color de piel o un ser que camine a cuatro patas, tenga una pilosidad desarrollada, viva en el agua o posea otras características de las que nosotros carezcamos?».

Es hora pues de ampliar la noción de ‘prójimo’ a otras formas de vida. Si comprendemos y sentimos conscientemente que en realidad todos somos ‘ciudadanos del mundo’, en lugar de considerar a los animales como una subcategoría de seres vivos, no nos permitiremos seguir tratándoles como lo hacemos. Émile Zola escribió ya en los albores del siglo XX : ‘¿No podríamos empezar por estar de acuerdo acerca del amor que se les debe a los animales? […] Y eso simplemente en nombre del sufrimiento, para matar al sufrimiento. El abominable sufrimiento que vive la naturaleza y que la humanidad debería esforzarse en reducir todo lo posible, mediante una lucha continua, la única lucha a la que sería sabio lanzarse’. [11]

Pero también hay buenas noticias. En los últimos treinta años no ha dejado de aumentar la movilización en favor de los animales. No es obra de algunos ‘animalistas’ enconados, sino de personas sensatas cuya empatía y compasión se han vuelto hacia los animales. Cada vez resulta más difícil pretender ignorar la relación entre los sufrimientos de la ternera y la chuleta que uno se come. La simpatía con respecto a la protección de los animales no deja de aumentar entre la opinión pública. El número de vegetarianos se incrementa regularmente en el mundo (medio millardo en la actualidad), sobre todo entre los jóvenes. En Francia hay ahora tantos vegetarianos (1-2 millones) como cazadores (alrededor de 1,2 millones), y el número de estos últimos disminuye cada año en el mundo. El porcentaje de cazadores en la población francesa ha pasado del 4,5 al 1,5% [12] en el período 1970-2014. Este porcentaje disminuye sobre todo entre los jóvenes. Lo mismo sucede en EEUU, donde el porcentaje de los hogares que cuentan con un cazador ha pasado del 32% al 19% en el período 1977-2006. [13]

En abril de 2014 se introdujo una enmienda en el Código Civil y, a partir de entonces, el conjunto del sistema legal francés reconoce a los animales como ‘seres sensibles’. El lógico avance de la historia va en dirección a desacreditar el asesinato en masa de los animales. Un día, esperémoslo, se promulgará una Convención Internacional sobre el Zoocidio, y la visión de H.G. Wells se convertirá en realidad:

Nada de carne en el planeta redondo de Utopía. En otro tiempo había. Pero hoy no soportamos más la idea de sacrificar… Recuerdo todavía mi alegría, de niño, cuando cerraron el último matadero. [14]

Cada vez somos más los que no nos contentamos con una ética restringida al comportamiento del ser humano hacia sus semejantes y consideramos que la benevolencia hacia todos los seres no es un añadido facultativo, sino un componente esencial de esta ética. Nos incumbe a todos continuar alentando la aparición de una justicia y de una compasión imparciales hacia el conjunto de los seres sensibles. [15] La bondad no es una obligación, sino la más noble expresión de la naturaleza humana.

Matthieu Ricard
THEGCHOG CHÓLING
Paro, Bután, 21 de mayo de 2014

Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

1— En EEUU hay en circulación unos 300 millones de armas de fuego, que causan unas 30.000 muertes al año, de las cuales 12.000 son asesinatos.

2— En 2012, en Islandia se mataron 370 ballenas. En el caso de Japón, que mata cada año 1.000 ballenas, la Corte Internacional de Justicia, que recientemente ha condenado la ‘pesca científica’ japonesa, ha señalado que en quince años solo se han publicado dos artículos científicos al respecto sin gran valor, lo que demuestra claramente que en realidad se trata de una pesca comercial. En Islandia, la matanza de ballenas ha pasado a ser asunto de una sola empresa, Hvalur Whaling, cuyo propietario, Kristian Loftsson está decidido a proseguir con la pesca ballenera por principio, pues ni siquiera es rentable comercialmente. Según un informe de la Comisión Ballenera Internacional (CBD), Hvalur Whaling ha capturado a centenares de rorcuales comunes y boreales de tamaño muy pequeño y exportado su carne a Japón. Algunos de los hijos de Loftsson se oponen actualmente a esta práctica y por ello es de esperar que acabe en pocos años. Aparte de Japón e Islandia, solo Noruega y las Islas Feroe continúan matando ballenas.

3— Kundera, M., L’insoutenable légereté de l’étre, op. cit., págs. 361-366.

4— La regla de oro ‘Tratar al prójimo como a uno mismo‘ es común a casi todas las culturas. Aunque en las religiones del Libro, no atañe más que a los seres humanos, no es el caso con otras religiones y culturas. Desde los siglo IV-III aC, el Mahábhárata hindú (5:15:17) nos dice: ‘Esta es la suma del deber: “No hagas a los demás lo que no te gustaría que te hiciesen a tí»; el budismo (UdanaVarga 5:18) hace la pregunta: ‘¿Cómo podría infligir a otros lo que me resulta penoso?’; el jainismo (Sutrakritanga 1.11.33) afirma: «Todo hombre debe tratar a todas las criaturas como desearía ser tratado«; y el confucianismo declara: ‘Lo que no desees para ti no lo amplíes a los demás’. El judaísmo (Torá, Levítico 19:18) enseña: ‘No te vengarás, y no mantendrás ninguna amargura contra los hijos de tu pueblo, amarás a tu prójimo como a ti mismo’; mientras que en el Evangelio, Jesús (Mateo 22, 36-40) exhorta: ‘Amarás a tu prójimo como a tí mismo’. Después, en el siglo VI-VII, Mahoma (Hadiz 13 del imán al-Nawawi) asegura: ‘Ninguno de vosotros habrá de completar su fe hasta que quiera para su hermano lo que quiere para sí mismo’. También puede hallarse esta regla entre taoístas, zoroástricos, egipcios, sijs, amerindios y en otras muchas culturas (Fuente: Wikipedia, artículo ‘Reégle d’or’).

5— Schopenhauer, A., Le Fondement de la morale, Le Livre de Poche, 2012, págs. 97-202.

6— Russell, B., ‘If Animals Could Talk‘, en Mortals and others: Bertrand Russsel ‘s American Essays 1931-1935, vol. 1, Allen y Unwin, 1975, págs. 120-121.

7— Sobre esta cuestión, véase la exposición de Lestel, D., L’animal est l’avenir de l’homme, Fayard, 2010, pág. 139.

8— Serpell, J., In the Company of Animals…, op. cit., pág. 186. A

9— Hochschild, A., Bury the Chains: Prophets and Rebels in the Fight to Free an Empires Slaves. Houghton Mifflin Harcourt, 2006. Nuestro texto está compuesto a partir de extractos de ese libro, compilados y traducidos por Antoine Comiti (http://abolitionblog.blogspot.co.uk ). Agradecemos la autorización para utilizarlo.

10— El último es Grenouilleau, O., Ou ‘est-ce que l’esclavage?: Une histoire globale, Gallimard, 2014.

11— Émile Zola, ‘L’Amour des bétes‘, Le Figaro, 24 de marzo de 1896. Citado en Jeangene Vilmer, J.-B., Anthologie d’éthique animale (dir.), op. cit., pág. 206.

12— Con cerca de 1,2 millones de cazadores, Francia se mantiene a la cabeza de Europa. Sin embargo, su número disminuye cada año. La imagen tradicional del cazador, es decir, del agricultor que va a disparar a un conejo el domingo, ya está superada: el cazador cada vez responde más a la tipología de un hombre urbano de 55-60 años. Los agricultores no representan más del 10% de los cazadores. La caza no atrae ya, o lo hace muy poco, a los jóvenes. Esta media de edad aumenta regularmente. Los motivos declarados por los cazadores son el contacto con la naturaleza (99%), la sociabilidad (93%) y el mantenimiento de los territorios (89%). Como afirma la asociación Rassemblement pour l’Abolition de la Chasse, no cabe menos que preguntarse para qué necesitan escopetas… En abolitionchasse.org/chasse_chasseurs.htm.

13— Según una encuesta del General Social Survey, www.norc.org/GSS+website. Citado en Pinker, S., The Better Angels of Our Nature, op. cit.

14— Wells, H. G., Une utopie moderne, Mercure de France, 1907. 15.

15— L’homme et la souffrance des animaux, extracto del Sermón del tercer domingo de Adviento, 1908 y ‘La protection des animaux et les philosophes‘ [1936], Cahiers de l’association francaise des Amis d’Albert Schweitzer, 30, primavera de 1974, págs. 3-13. Citado en Jeangéne Vilmer, J.-B., (dir.), op. cit., págs. 233-234.


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