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Nostalgia de lo animal

Publicación: 1 octubre, 2022 |

Hoy más que nunca sentimos esa nostalgia porque no sabemos qué hacer con nuestro lado animal. [1]

Durante gran parte de la existencia de la humanidad la dimensión de lo animal, enraizada en nuestro cuerpo, fue administrada desde la parte superior, desde el «alma» y custodiada por una mitología o una teología que hacían del hombre una criatura única en el universo por retener en su naturaleza una chispa de la divinidad.

Llegó luego Darwin y con él la tercera herida narcisista de que habla Freud. Herida a nuestro narcisismo por no ocupar ya un lugar privilegiado en el cosmos ni ser semejantes a los dioses, por reconocer que somos animales evolucionados de ancestros animales. Desde entonces, hemos fracasado a la hora de crear un nuevo orden en nuestra propia intimidad. El humanismo moderno, demasiado dependiente del humanismo cristiano que nos convierte automáticamente en hijos de Dios y «herederos» legítimos de la Tierra, no ha conseguido recuperar una imagen convincente de lo humano en su relación con el universo. Fracaso de la religión y de la filosofía, de las ciencias llamadas humanas y de la política. [2]

Las pulsiones utópicas que atravesaron los siglos XIX y XX, concibiendo la historia como partera del «hombre nuevo», cuando la ciencia ya resultaba incompatible con nuestros mitos religiosos del origen (Génesis, 3), puede que también estén en el origen de esa nostalgia de lo animal que se manifiesta en muchos registros de nuestro presente, tanto en la vida cotidiana como en las tendencias de las ciencias sociales y la filosofía.

La posesión de mascotas, el rechazo de cualquier forma de crueldad para con la vida animal, la necesidad de acercarnos emocionalmente a ésta, conviviendo, cuidando y protegiendo a los animales que habitan con nosotros, la tendencia a plantear terapias con animales, la condena social de su maltrato, las legislaciones protectoras en relación con los «derechos» de los animales, especialmente los de granja, algunos de los cuales, empiezan a ser recogidos en reglamentos y legislaciones, las protestas contra experimentos que producen dolor, la falta de cuidados en los zoológicos o en el uso de animales en los circos para divertir si ello implica sufrimiento o trato «indigno»; el uso de pieles o, en el caso español, el rechazo a los festejos relacionados con los toros bravos… y, más recientemente, la creciente tendencia «vegana» en alimentación que defiende activamente el fin del sacrificio de animales para que los humanos coman carne o se sirvan a su antojo de los productos segregados por sus organismos son indicios claros de ese acercamiento sin precedentes a nuestros hermanos animales.

Desde nuestro ingreso en el siglo XXI nunca ha estado tan abierta a discusión la pregunta ¿en qué reside lo específicamente humano? Las polémicas recientes en torno a los programas más innovadores de las ciencias biomédicas y de la cibernética dan por hecho que el concepto filosófico de «naturaleza humana» se ha evaporado. ¿Y ahora qué? Podría preguntar algún avisado, ¿acaso es posible seguir estableciendo alguna diferencia con la vida animal?

Vivimos un momento extraño. Sólo la tecnología parece hacer lo suyo y avanzar en línea recta. El común de los mortales nos vamos convirtiendo en extraños animales consumidores que avanzan en círculos mirando compulsivamente pantallitas de las que surgen destellos metálicos que atesoran nuestra intimidad y nos ordenan los acontecimientos. La religión es un recuerdo del pasado, al igual que la filosofía, aunque de un pasado más reciente. La política y la educación fracasan en dar seguridades o crear convicciones capaces de inducir confianza y proyectar futuro. Se vive al día, buscando un goce inmediato y avasallador que llene el vacío interior como un muñeco de trapo se rellena de paja.

«Vida humana», «naturaleza humana», ¿qué significan aún estas expresiones? Se hallan tan abiertas a discusión, especialmente en su frontera con lo animal, siempre reconocido como el fondo opaco sobre el que se levanta la «humanitas», que es difícil llegar a alguna conclusión. Basta con postular un punto de convergencia, por ejemplo, la sensibilidad, para que sea muy difícil reclamar algún tipo de diferencia con la vida animal …. Y sin embargo …

Vemos pues «la nostalgia de lo animal» como un síntoma que precisa de comprensión. No se trata, a mi juicio, de una moda banal o inocua sino de una de las marcas más significativas de nuestro presente. No es posible recoger el conjunto de pruebas y argumentos que demostrarían que vivimos el momento final de la historia de Occidente, y por tanto lo propongo como una convicción que, estoy seguro, algunos lectores compartirán. Pero reparemos en que quizá sea la única cultura que se ha pensado a sí misma fuera de la naturaleza cuando no en oposición a ella. Dicha historia comienza en Grecia y Jerusalén y se reconfigura con la síntesis entre Roma y el cristianismo. Aquellas formas de vida basadas en cierta idea de la divinidad y de la humanidad y de sus relaciones con la naturaleza, la idea del lugar que debía ocupar el «hombre en el cosmos» para decirlo con el título de un libro que tuvo éxito en los años veinte del siglo pasado, [3] son las que se han debilitado, junto con las verdades y valores que la cultura occidental situó hasta hace un rato en la vida del espíritu, para decirlo con el título de otro libro importante. [4]

Pero no sólo es en las modas «animalistas» en donde hallamos síntomas de esta creciente demanda de comprensión del animal, sino también en los estudios culturales y en la filosofía.

José Lasaga Medina

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

[1]— El 30 de junio de 2018 presenté una primera versión, notablemente más resumida, de este texto en la Noche de la Filosofía que se celebró en el Centro Cultural Kirchner de Buenos Aires. Deseo mostrar mi agradecimiento a todos los que hicieron posible mi participación en dicho encuentro: los responsables del evento, Inés Viñuales, de la Fundación Ortega y Gasset Argentina, que tuvo la iniciativa de proponerme, y al Consulado de España en Buenos Aires.

[2]— Me refiero en lo esencial a la idea de que el hombre tiene un alma inmortal, creada ex profeso por Dios para cada humano, «a su imagen y semejanza». Esta idea bien asentada racionalmente en los textos de San Agustín y Santo Tomás, tiene vigencia hasta bien entrado el darwinismo en la segunda mitad del XIX. Y cabe decir, que nunca termina de perderla del todo ya que lo propiamente humano, en cuanto que no animal, no puede surgir de las estructuras materiales de nuestro organismo, puesto que esto es lo que compartimos con los animales. Aun siendo sumamente incómodos al lenguaje filosófico contemporáneo conceptos como «alma» o «espíritu», no es fácil deshacerse de ellos si queremos dar a la especie humana algún tipo de exclusividad.

[3]— Me refiero al libro de Max Scheler, El puesto del hombre en el cosmos.

[4]— La vida del espíritu de Hannah Arendt.


Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

1— cuadernoshispanoamericanos.com, «Nostalgia de lo animal», José Lasaga Medina, Cuadernos Hispanoamericanos, 15 de enero de 2020


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