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Carcajadas e ideas descabelladas

Última edición: 21 junio, 2023 | Publicación: 20 junio, 2023 |

Las búsqueda de vida inteligente en la Tierra genera no pocas carcajadas en su proceder.

Una investigadora amante de los perros grabó en vídeo durante dos años a los perros del parque de un barrio antes de llegar a las siguientes conclusiones. Si un perro quería jugar con otro perro que estaba frente a él, normalmente llevaría a cabo la “invitación al juego” (la típica reverencia: cuartos delanteros agachados y cuartos traseros levantados). Pero si el perro con el que el can juguetón quería retozar estaba mirando para otro lado, el juguetón primero intentaba captar la atención el otro, por ejemplo, con una pata o ladrando. En uno de esos momentos de avance científico, la investigadora nos cuenta: “Parecen estar reaccionando ante estados cognitivos específicos” [1]. Dicho de forma sencilla: tras dos años analizando las grabaciones, descubrió que un perro es capaz de distinguir la cara de culo de otro perro. Permitidme decir esto: el trasero de un perro no es un “estado cognitivo específico”. ¿Por qué no decir simplemente que los perros llaman la atención de los demás antes de invitarles a jugar? ¿Es demasiado obvio para parecer científico?

Tan sólo unos minutos después de empezar a buscar literatura académica sobre la teoría de la mente, me topé con el típico estudio reciente. Se titulaba “Sobre la falta de pruebas que demuestren que los animales no humanos poseen nada ni remotamente semejante a una ‘teoría de la mente’” y lo publicaba la revista Philosophical Transaction of the Royal Society. El artículo empieza así: “La teoría de la mente implica la capacidad de hacer inferencias válidas sobre el comportamiento de otros agentes basándose en representaciones abstractas y teóricas de la relación causal entre estados mentales no observables y situaciones observables”. (Traducción: mediante la observación del comportamiento del otro, podemos hacer conjeturas sobre lo que podría estar pensando.) Y sigue así: “Somos completamente agnósticos (al menos para lo que aquí nos atañe) respecto a si los estados de un organismo son modales o amodales, discretos o continuos, simbólicos o conexionistas, o incluso respecto a cómo logran obtener las cualidades representativas o informativas con las que empezar. […] Por supuesto, existe un sinfín de otros factores que también contribuyen a dar forma al comportamiento de un organismo biológico”.

Seguramente soy capaz de entender ese estudio … pero la verdad es que no quiero.

Dos personas de la Universidad Rutgers (en la que me doctoré, lo que me predispone a su favor) han publicado una reseña titulada “Leer la propia mente: una teoría cognitiva sobre la autoconsciencia”. Allá vamos: “Comenzaremos examinando la que probablemente sea la explicación más ampliamente compartida sobre la autoconsciencia: la teoría de la teoría (TT) [2]. La idea fundamental de la TT de la autoconsciencia es que el acceso de cada uno a su propia mente depende del mismo mecanismo cognitivo que desempeña un papel central en la atribución de estados mentales a los demás. […] Los teóricos de la teoría defienden que la TT está respaldada por pruebas relacionadas con el desarrollo psicológico y las psicopatologías. […] Tras presentar nuestros argumentos contra la TT y a favor de nuestra teoría, consideraremos otras dos teorías de la autoconsciencia presentes en la literatura reciente”.

¡No, gracias! La teorización sobre la teoría parece un sustituto paupérrimo frente a la observación real de los seres vivos actuando a sus anchas.

La teoría de la mente es probablemente el concepto al que más bombo se le ha dado en la psicología humana, así como el aspecto más infravalorado y frecuentemente negado de las mentes no humanas. Todos hemos estado en relaciones en las que hemos pensado “no sé a qué atenerme con ella” o “no sé qué esperar de él”.

Como ya dijo John Locke en el siglo XVII, “la mente de un hombre no puede penetrar el cuerpo de otro hombre” [3]. El pintor Paul Gauguin escribió de su esposa tahitiana de trece años: “Me esfuerzo por ver y pensar a través de esta niña”. Joni Mitchell cantó: “No existe la compresión, / por mucho que puedas acercarte / al hueso, a la piel, a los ojos, a los labios, / y aun así sentirte solo”. El poeta romano Lucrecio, en lo que William Butler Yeats calificó como “la mejor descripción del acto sexual jamás escrita” (no digamos una buena traducción), comentó con tono sombrío:

Entonces se aprietan con avidez, unen las bocas, el uno respira el aliento del otro, los dientes contra sus labios; todo en vano, pues nada pueden arrancar de allí, ni penetrar en el cuerpo y fundirlo con el suyo

[…]

Sin poder descubrir artificio que venza su mal; así, en profundo desconcierto, sucumben a su llaga secreta.

“La tragedia del acto sexual —bramó Yeats— es la virginidad perpetua del alma”. Paul Valéry, otro poeta, observó que “el intercambio de cosas humanas entre los hombres exige que los cerebros sean impenetrables”. Alabados sean los poetas por ser buenos científicos. El científico Nicholas Humphrey afirma: “No existen puertas entre una consciencia y otra. Todo el mundo conoce de forma directa sólo su propia consciencia ¡y no la de ningún otro!”.

Si quiero pillarte por sorpresa o fantasear mientras coqueteo o robarte algo, es fundamental que mi mente sea ilegible. Cuanto más pudiésemos abrir nuestra mente a los demás, más necesitaría nuestro cerebro encontrar la forma de plantar cara y cerrar la puerta. Así que de acuerdo, observamos, influimos, pero al fin y al cabo lo que hacemos es conjeturar. Eso es lo máximo que somos capaces de hacer. Podemos escoger entre exponernos u ocultar nuestras cartas, pero la elección es nuestra.

Los chimpancés tienen fundamentalmente una teoría de la mente chimpancé, por decirlo de algún modo; los delfines, de la mente delfín. Los humanos a menudo tienen dificultades para comprender incluso las necesidades humanas y para predecir las acciones de otras personas. Y los humanos que suponen que los demás animales ni siquiera son conscientes (o que no tienen en cuenta su capacidad de experiencia consciente) demuestran lo defectuosas que son nuestras habilidades en teoría de la mente.

En Japón y en las islas Feroe hay gente que mata delfines y calderones atravesándoles la espina dorsal con barras de acero mientras chillan aterrorizados por el dolor y se retuercen agonizantes. (En Japón, es ilegal matar vacas y cerdos de una forma tan dolorosa e inhumana como en la que se mata a los delfines.) La falta de compasión por los delfines y las ballenas indica que la teoría de la mente de los humanos es incompleta. Sufrimos un déficit de empatía, una falta de compasión. La violencia y los malos tratos de unos humanos contra otros, y el genocidio étnico o religioso están demasiado presentes en nuestro mundo. Ningún elefante pilotará jamás un avión de pasajeros, ni lo pilotará jamás contra el World Trade Center. Estamos capacitados para mostrar una compasión mayor, pero no estamos totalmente a la altura de nosotros mismos. ¿Por qué los egos humanos parecen sentirse tan amenazados por la idea de que otros animales piensan y sienten? ¿Es porque al reconocer la mente del otro resulta más difícil abusar de ellos? Parecemos inacabados y a la defensiva. Quizá ser incompletos es una de las cosas que “nos hace humanos”.

Mientras que hay personas que parece incapaces de reparar en las mentes de los animales no humanos, hay otras que ven mentes humanoides en todas partes [4]. Nuestras mentes distinguen automáticamente rostros humanoides en cosas como las nubes, la luna o incluso la comida. Muchos creen que las rocas, los árboles, los arroyos, los volcanes, el fuego y otras cosas tienen pensamientos, que todas las cosas tienen mente y las habitan espíritus que podrían actuar a nuestro favor o en nuestra contra. A esto se le llama “pampsiquismo”. La religión que deriva de esta presuposición humana primaria es el panteísmo. Es común entre los pueblos tribales de cazadores y recolectores, y también permanece sana y salva en la vida moderna. En la cima del monte Kilauea, en Hawai, he visto ofrendas de dinero y alcohol depositadas allí por personas que piensan que los volcanes contienen un dios que observa, concede favores y a veces actúa de forma vengativa. Si no le prestas atención, despertarás su ira. Con un poco más de whisky unos cuantos dólares más, flores, comida y un cerdo asado de vez en cuando, puede que Pele, la feroz diosa del volcán, se aplaque. Y esto ocurre en EEUU, donde cualquiera puede darse una vuelta por el centro de interpretación y aprender unas nociones de geología volcánica. (Los guardas del parque les piden a los visitantes que no dejen más ofrendas de comida, dinero, flores, incienso y alcohol en Kilauea porque, en resumen, las ofrendas son claramente más apreciadas por las ratas, las moscas y las cucarachas que por la diosa.) [5] Por lo que parece, para nosotros creer profundamente en lo sobrenatural es de lo más natural.

“Los animales no humanos pueden llegar a creencias basadas en pruebas —escribe la filósofa Christine M. Korsgaard—, pero hay que ir un paso más allá para ser el tipo de animal capaz de preguntarse si las pruebas justifican realmente la creencia, y por lo tanto capaz de ajustar las propias conclusiones en consecuencia” [6]. Aun así, está demostrado que son muchos los humanos que son incapaces de preguntarse si las pruebas justifican sus creencias y, por ende, ajustar sus conclusiones. Otros animales son unos magníficos realistas consumados. Sólo los humanos se aferran de forma inamovible a dogmas e ideologías que muestran una total independencia de las pruebas, aun cuando todas las pruebas defiendas los contrario. La gran línea divisoria entre la racionalidad y la fe depende de que algunas personas opten por la fe y no por la racionalidad, y viceversa.

Las acciones y creencias de otros animales se basan en la evidencia; no creen nada a menos que las pruebas lo justifiquen. Otros animales atribuyen la consciencia sólo a cosas que son realmente conscientes. Un perro es capaz de ladrar para despertar a alguien que duerme en el sofá de la sala de estar, pero jamás pedirá ayuda al propio sofá, o a un volcán. Discriminan con facilidad las cosas vivas de los objetos inanimados e incluso de los impostores. Es cierto, algunos señuelos y llamadas empleados por hábiles cazadores engañan a los patos que pasan hasta el punto de lograr que se desvíen y se pongan a tiro de escopeta, pero la estratagema ha de ser muy elaborado o, de lo contrario, funcionaría. Los peces pueden resultar muy difíciles de engañar, incluso con cebos artificiales diseñados para tener el mismo aspecto y actuar de la misma forma que el reclamo real.

Hace años, mientras trabajaba en una investigación que implicaba el etiquetado de halcones migratorios, logré atraer a los halcones hasta mi red con estorninos vivos amarrados. A los asustados estorninos no les gustó mi invento, ni a mi tampoco, así que até un estornino de trapo a una cuerda, con las alas en posición de vuelo, detrás de la red. Es obvio que, en la naturaleza, absolutamente cualquier cosa que parezca un pájaro, esté cubierto de plumas, tenga un ojo reluciente y se mueva de arriba abajo es un pájaro. Aun así, el ave de trapo jamás engañó ni a un solo halcón; todos lo calaron con un simple vistazo, adivinaron que no era real y no le hicieron caso. Es algo impresionante. Otros animales son extraordinariamente hábiles a la hora de identificar y reaccionar ante depredadores, rivales y amigos. Nunca actúan como si creyesen que los ríos a los árboles están habitados por espíritus que vigilan. De todas estas formas, los demás animales demuestran sin parar que tienen los conocimientos básicos para saber no sólo que viven en un mundo rebosante de otras mentes, sino también cuáles son los límites de éstas. Su capacidad de comprensión parece más perspicaz, pragmática y, francamente, mejor que la nuestra a la hora de distinguir lo falso de lo real.

Por lo que me pregunto: ¿tienen realmente los humanos una teoría de la mente más desarrollada que la del resto de animales? Las personas que ven unos dibujos animados en los que no aparece nada más que un círculo y un triángulo que se mueven e interactúan casi siempre infieren una historia, en la que aparecen motivos, personalidades y géneros. Los niños les hablan a los muñecos durante años, creyendo a medias (o del todo) que el muñeco oye y siente y es un confidente de fiar. Muchos adultos les rezan a estatuas, creyendo con fervor que los escuchan. Cuando era adolescente, nuestros vecinos de al lado (estadounidenses nacidos y criados en Nueva York) tenían estatuilllas religiosas en todas las habitaciones excepto en su dormitorio, para evitar que la Virgen fuese testigo de la lujuria humana. Todo esto indica una extendida incapacidad humana a la hora de distinguir las mentes conscientes de los objetos inanimados, y la evidencia del disparate.

Los niños hablan a menudo con un amigo totalmente imaginario que ellos creen que escucha y piensa. El monoteísmo podría ser la versión adulta. Poblamos nuestro mundo de fuerzas y seres conscientes imaginarios, buenos y malos. Hoy día, la mayor parte de las personas cree contar con la ayuda o las trabas de familiares fallecidos, ángeles, santos, guías espirituales, demonios y dioses. En las sociedades tecnológicamente más avanzadas y más informadas, la mayoría de las personas da por descontado que hay espíritus incorpóreos que las vigilan, las juzgan y actúan sobre ellas. Casi todos los lideres de las naciones modernas confían en la posibilidad de pedirle a un dios celestial que proteja a su país durante los desastres naturales y los conflictos con otras naciones.

Todo esto no es más que una teoría de la mente desbocada, como una manguera antiincendios descontrolada, que rocía a todo el universo de una supuesta consciencia. La teoría de la mente pretendidamente superior de los humanos es en parte una patología. La tan trillada expresión “los humanos son seres racionales” es probablemente la mayor verdad a medias sobre nosotros mismos. Existe en la naturaleza una sensatez preponderante y a menudo, en la humanidad, una insensatez que la desautoriza. Nosotros, de entre todos los animales, somos los que con más frecuencia nos mostramos irracionales, tergiversadores, ilusos e inquietos.

Aun así, también me pregunto: ¿es también nuestra capacidad patológica para generar creencias falsas, para elucubrar sobre lo que no existe, el verdadero origen de la creatividad humana? ¿Es nuestra tendencia a imaginar, e incluso a aferrarnos a lo falso, la base de todo nuestro espíritu inventor?

Quizá el creer en cosas falsas sea un aspecto indisociable de nuestra peculiar y curiosamente brillante capacidad de concebir lo que aún no existe, y de imaginar un mundo mejor. Nadie ha explicado de dónde surge la creatiidad, pero algunas mentes humanas lanzan chispazos de ideas nuevas, como un tren con una rueda atascada. No es la racionalidad lo que es exclusivamente humano, sino la irracionalidad, la capacidad fundamental de concebir lo que no existe y de perseguir ideas imposibles.

Tal vez otros animales no tengan que manipular la lógica porque sus acciones son lógicas. No necesitan herramientas porque son autosuficientes con sus capacidades particulares. Tal vez los humanos necesitemos la lógica y las herramientas porque sin ellas no sabemos sobrevivir, y en cierto modo somos incapaces de salir adelante tal como somos. Tal vez todo esto se intuya en la historia de la caída de Adán, el precio que hay que pagar por pasar de ser criaturas independientes como el resto a ser criaturas que necesitan una nueva vía para acceder a nuevos conocimientos, de forma que, con mucho oficio y esfuerzo, nuestras capacidades inconfundiblemente humanas puedan remediar nuestras flaquezas inconfundiblemente humanas.

La perspectiva, compartida en diverso grado con otros simios, perros y lobos, delfines, cuervos y unas cuantas criaturas más, se basa en la capacidad de ver lo que no está, o de darle la vuelta para dirigirse a casa o de esperar al compañero que acaba de desaparecer. Quizá la profundidad de la perspectiva humana venga con unos genes que nos conceden la habilidad no sólo de imaginar lo que no está, sino de insistir en ello, de sostener con fervor y perseguir creencias infundadas. ¿Qué es más irracional que una melodía inexistente, o el sueño humano de poder volar, o mantener fija la luz de una imagen, o capturar una actuación musical para poder escucharla una y otra vez, o bucear en aguas profundas y respirar bajo el agua? ¿Quién podía haber imaginado tales cosas? Quién si no.

En el mismo lote que esa singular capacidad de imaginar se incluye la pura genialidad y la locura absoluta. Y puede que, más que cualquier otra cosa, lo que “nos hace humanos” no sea más que nuestra capacidad de generar ideas descabelladas.

Carl Safina
2015

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

1— Harmon, K. (2012): “The Social Genius of Animals”, Scientific American Mind, 23, pp. 66-71. Véase también Horowitz, A. (2011): “Theory of Mind in Dogs?” Learning and Behavior, 39(4), pp. 314-17.

2— Nichols, S. y Stich, S. (2005): “Reading One’s Own Mind: A Cognitive Theory of Self-Awareness”, en New Essays in Philosophy of Language and Mind, editado por M. Ezcurdia, R. Stainton y C. Viger, pp. 297-339. Canadá: University of Calgary Press.

3— Citado en Humphrey, N. (2007): “The Society of Selves”, Philosophical Transactions of the Royal Society B, 362, pp. 745-54.

4— Berrett, L., P. Henzi y D. Rendall (2007): “Social Brains, Simple Minds: Does Social Complexity Really Require Cognitive Complexity?”, Philosophical Transactions of the Royal Society B, 362, pp. 561-75.

5— Associated Press (2007): “Hawaii Aims to Deter Volcano Offerings”, Washington Post, 21 de abril.

6— “Morality and the Distinctiveness of Human Action”, en De Waal, F., Primates and Philosophers, p. 114.


Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com

FUENTES BIBLIOGRÁFICAS

1— culturavegana.com, «Las granjas de pulpos abren el debate sobre ética y derechos animales», Editorial Cultura Vegana, Publicación: 18 enero, 2021. Nueva Pescanova anunciaba en 2019 que en 2023 llegarían a nuestros platos pulpos nacidos y criados en cautividad. Ello abre de nuevo un debate sobre ética, medio ambiente y derechos animales.

El etólogo Carl Safina, autor de Mentes maravillosas, describe su experiencia ante los pulpos como “lo más parecido a estar ante una inteligencia extraterrestre“. En su libro ofrece una visión iluminadora de las personalidades únicas de los animales a través de historias extraordinarias sobre su alegría, pena, celos, ira y amor.

2— culturavegana.com, «La teoría de la mente», Carl Safina, Editorial Cultura Vegana, Publicación: 21 junio, 2023. En un principio, los experimentos mostraron que los lobos no seguían el dedo humano para encontrar comida escondida. Los perros, en general, sí.


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