¿Alguna vez te han preguntado con aire de preocupación si consumes suficiente proteína?

¿Te han aconsejado tomar leche “por si te falta calcio”? ¿Te han insinuado, entre risas nerviosas, que sin B12 podrías enloquecer? Si es así, puedes estar seguro de algo: no estás solo. Y, sobre todo, no eres el primero.
Un caldo cultural de carne y licor
Volvamos por un momento a la América de 1830. Según registros de la época de Jackson, el estadounidense promedio consumía casi 225 gramos de carne al día, acompañada de manteca, salsas grasas, pan blanco y alcohol. Era una dieta intensa, densa, saturada. Tan saturada que, como relata un observador de la época, el whisky era el único líquido capaz de “penetrar la grasa”. La escena culinaria de los restaurantes más prestigiosos ofrecía un desfile zoológico: ardilla, paloma, ciervo, urogallo, conejo, langosta, cerdo, ternera y lo que uno pueda imaginar.
No solo se celebraba esta dieta: se promovía médicamente. A quienes enfermaban, los médicos recomendaban carne y licor como “estimulantes” del cuerpo. En un país plagado de dispepsia —con síntomas de estreñimiento, diarrea, gases e inflamación—, la carne era vista no como causa, sino como posible cura. Así se sentaron las bases de una resistencia cultural a cualquier intento de cuestionar el consumo de productos animales.
Nace el movimiento vegetariano en EEUU
Fue en este entorno saturado de grasa animal y supersticiones médicas que figuras como Sylvester Graham comenzaron a dar conferencias sobre los peligros del consumo excesivo de carne y los beneficios de una dieta basada en cereales integrales, vegetales y moderación. Aunque la fundación oficial del movimiento vegetariano estadounidense llegaría en 1850, las ideas ya estaban germinando desde una década antes.
Este contexto fue recogido de forma vívida en un ensayo histórico que rescatamos y reinterpretamos en este artículo:
«Quienes podían permitirse cenar fuera encontraban un bufé de carne animal variada que hoy podría horrorizar incluso a un cazador, si este tuviera un mínimo interés en la conservación.»
Y sin embargo, algunos se rebelaron. Personas que, empujadas por motivos de salud, ética o espiritualidad, decidieron abandonar la carne. Eran vistos con sospecha, ridiculizados, examinados por si mostraban signos de «emaciación» o de «demencia inducida por la dieta vegetal». Un médico llegó a publicar en una revista médica de la época que la falta de carne podía causar locura. La medicina oficial, por supuesto, defendía que para tener músculos fuertes había que comer cerdo … y volverse, con suerte, como el cerdo.
Vegetarianos y vegetarianas de voluntad férrea
A pesar de la presión social, el prejuicio médico y la burla cultural, algunos se mantuvieron firmes. Y es aquí donde la historia ofrece una lección valiosa:
“Los vegetarianos que se mantuvieron vegetarianos, tanto entonces como ahora, fueron aquellos que rechazaron el consumo de carne por razones éticas … y no solo por salud.”
Este punto es crucial y sigue vigente. Las razones éticas —ya sea por la compasión hacia los animales, el respeto por la vida, las creencias religiosas o el rechazo a la violencia— construyen una convicción mucho más resistente que la simple preocupación por el colesterol o el peso. La ética trasciende la moda, el miedo y la presión del entorno. Y por eso, aquellos primeros vegetarianos dejaron una semilla que ha llegado hasta nuestros días.
De locos a lúcidos: la inversión de los mitos
Qué irónico resulta que, casi dos siglos después, la ciencia médica contemporánea haya acabado validando lo que aquellos pioneros intuitivamente defendían:
- Las dietas vegetales reducen el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, ciertos tipos de cáncer y disfunción renal.
- Lejos de causar locura, protegen el cerebro, retrasando el deterioro cognitivo y reduciendo el riesgo de demencia.
- Y por supuesto, las personas veganas y vegetarianas no se mueren por falta de proteínas. Ni de calcio. Ni de hierro. Ni de nada que no se pueda obtener con una dieta vegetal equilibrada y mínimamente planificada.
Hoy, incluso organizaciones médicas como la Academia de Nutrición y Dietética reconocen que una dieta basada en plantas es saludable en todas las etapas de la vida.
El estigma sigue, pero el contexto ha cambiado
Todavía hoy, quienes adoptamos una alimentación basada en plantas nos enfrentamos a bromas, dudas, alarmismos e incomprensión. El eco de las sospechas del siglo XIX aún resuena en frases como:
“¿Y tus proteínas?”
“¿Y la B12?”
“¿Y si te vuelves loco?”
Pero hoy tenemos algo que los vegetarianos del siglo XIX no tenían: la ciencia de nuestro lado. Y también tenemos comunidad, recursos, alternativas culinarias, plataformas de divulgación … y la capacidad de demostrar con nuestra vida que una dieta vegana no es una excentricidad, sino una forma racional, ética y sostenible de estar en el mundo.
En conclusión
Este viaje desde la América carnívora de 1830 hasta nuestros días no es solo una curiosidad histórica. Es un recordatorio de lo difícil que fue —y sigue siendo— nadar contra la corriente alimentaria dominante. Y también de lo transformador que puede ser hacerlo. Porque ser vegano o vegana no es solo una decisión nutricional: es una declaración de valores.
En honor a quienes resistieron cuando hacerlo era mucho más difícil, continuamos hoy su legado. Con más conocimiento, con más herramientas, y con el mismo compromiso ético.
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1— culturavegana.com, «El almidón en la dieta ancestral derrumba otro mito sobre la carne», Editorial Cultura Vegana, Última edición: 29 mayo, 2021 | Publicación: 25 mayo, 2021. El reciente estudio publicado en PNAS sugiere que fue la ingesta de grandes cantidades de almidón lo que alteró la microbiota oral en los ancestros de humanos y neandertales.
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