Dice la Madre Tierra a Watákame al prepararlo para el diluvio: “Guarda contigo cinco granos de maíz de cada color y cinco semillas de frijol, también de cada color.” [1]
Existen miles de especies de leguminosas, pero la de mayor consumo es la alubia, conocida también como frijol común, judía, frijol, a frísol, frejol, habichuela, caraota, poroto, …. La alubia se cultiva en más de 3 millones de hectáreas en África para subsistencia, y de manera creciente como entrada de efectivo para los campesinos de bajos recursos, la mayoría de ellos mujeres. Por ejemplo, cerca del 40% de la cosecha de alubia de África se destina al mercado, lo que genera, directamente y sin recurrir a intermediarios, ingresos anuales cercanos a los 250.000 millones de dólares. América Latina es la principal región productora de alubia del mundo y representa casi la mitad de la producción mundial.
México es reconocido como centro primario de domesticación y diversidad genética de la alubia (Gepts y Debouck, 1991). En el país se conoce como frijol a diferentes especies del género Phaseolus, entre las cuales, las de mayor importancia económica son: Phaseolus vulgaris (frijol común), Phaseolus coccineus (frijol ayocote), Phaseolus lunatus (frijol lima) y Phaseolus acutifolius (frijol tépari).
Desde que fue domesticada, la alubia combinada con el maíz ha constituido la base de la alimentación de los mexicanos. Esta leguminosa se ha cultivado en América durante miles de años (Brick y Burgener, 2007), debido a su disponibilidad y al hecho de que es una excelente fuente de proteínas, hidratos de carbono, fibra y minerales. En algunos países, como México y Brasil, y los que rodean los Grandes Lagos en África Oriental (Burundi, Rwanda, Kenya, Tanzania), los frijoles son la principal fuente de proteína en la dieta humana, ya que contienen aminoácidos esenciales como lisina, treonina, valina, isoleucina y leucina (MA y BLISS, 1978), y esto los sitúa entre las especies ideales para estudios de nutrición (FAO: fao.org/es). Existen numerosos estudios clínicos que avalan que el consumo regular de frijol ayuda a la prevención y tratamiento de enfermedades cardiovasculares, diabetes mellitus, obesidad y enfermedades relacionadas con el aparato digestivo, ya que reduce el nivel de colesterol y glucosa en la sangre (Singh, 1992; Thompson et al., 2009; Bennink, 2010).
Además de su calidad como alimento, la alubia desempeña una importante tarea, ya que posee la capacidad de fijar nitrógeno en el suelo, dado que forma asociaciones simbióticas con bacterias que fijan nitrógeno atmosférico. De ahí su importancia en la milpa, agroecosistema mesoamericano originario de la tradición maya, cuyos principales componentes productivos son maíz, alubia y calabaza, denominados «las tres hermanas» por la manera en que se complementan. La caña del maíz sirve como soporte al frijol trepador. A su vez, la alubia aporta nitrógeno en la parte subterránea, elemento necesario para el crecimiento del maíz. Las grandes hojas de la calabaza cubren la parte superficial del suelo y ayudan a mantenerlo libre de plantas no deseadas, contribuyendo además a disminuir la evaporación del agua en la superficie. A pesar de que muchas y diversas asociaciones contribuyen a la fijación simbiótica del nitrógeno, en la mayor parte de los sistemas agrícolas la fuente primaria (80%) de nitrógeno fijado se debe a la simbiosis Rhizobium-leguminosa.
El alubia es fundamental en la gastronomía y en la cultura mexicana y, sin embargo, su cultivo ha sido desplazado en muchos casos a regiones marginales, lo que ha derivado en pérdidas de diversidad genética, reducción de rendimiento y disminución de competitividad de este cultivo (Bellón et al., 2009). La diversidad genética existente en las poblaciones silvestres de alubia, así como en otros parientes silvestres del género Phaseolus, constituye un recurso importante para el fitomejoramiento, ya que dichas poblaciones albergan genes de tolerancia a factores ambientales adversos —frío, sequía, calor, enfermedades y plagas—, que podrían ser empleados para ampliar la base genética de la alubia cultivada en programas de mejora.
INIFAP, el Banco de Germoplasma de Frijol del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, ubicado en el Estado de México, alberga más de 7.000 registros de alubia cultivadas (Vargas et al., 2006), sin embargo, las formas silvestres están poco representadas. Esta situación se repite en otros bancos de germoplasma mundiales. Según la información recogida en el portal Genesys [2], existen unas 83.000 entradas almacenadas en bancos de germoplasma de diferentes países, de las cuales sólo el 2% son silvestres.
La alubia es fundamental en la gastronomía y en la cultura mexicana y, sin embargo, su cultivo ha sido desplazado en muchos casos a regiones marginales. Estos hechos revelan la urgencia de colectar, conservar y caracterizar la diversidad inter e intraespecífica de las formas silvestres de Phaseolus, para salvaguardar la biodiversidad del género y evaluar su posible utilización en la mejora del cultivo. En el Banco de Germoplasma del Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), ubicado en Colombia y poseedor de la mayor colección de alubias del mundo, se conservan más de 6.000 entradas de alubias de origen mexicano, tanto criollas como silvestres, muchas de las cuales se han extinguido ya en México. Gracias a un acuerdo entre el CIAT y el INIFAP, en los últimos años se repatriaron miles de entradas de alubia originarias de la República Mexicana, procedentes de dicha colección y que serán albergadas en el Centro Nacional de Recursos Genéticos de México, inaugurado en Marzo de 2012 en Jalisco. Este material estará disponible para su utilización en programas de mejora del cultivo.
La mejora asistida por marcadores moleculares (MAS, del inglés Marker-Assisted Selection) es una importante herramienta en los programas de mejoramiento genético de plantas, debido a que aumenta la eficiencia y efectividad en comparación con los métodos tradicionales. Una vez que se identifican los marcadores específicos de ADN que están estrechamente ligados a un gen o QTL (del inglés Quantitative Trait Loci; Loci de carácter cuantitativo) responsables de una característica de interés para la mejora, dichos marcadores se pueden usar para identificar aquellas plantas que albergan esos genes o QTLs, y evitar así una larga y laboriosa evaluación de campo. Además, muchos caracteres, como el rendimiento, valor nutritivo o resistencia a diferentes estreses, son muy complejos y, por ello, difíciles de evaluar en el campo.
Los avances en la secuenciación genómica aportan la oportunidad de desarrollar millones de marcadores e identificar genes de importancia agronómica, y permiten, por tanto, conocer cómo se comportan los caracteres. Dichos marcadores pueden usarse en programas de mejora, análisis de diversidad genética, identificación de cultivares, análisis filogenéticos, caracterización de recursos genéticos y asociación con caracteres agronómicos (Edwars y Batley, 2010). La disponibilidad de un genoma de referencia de la especie en cuestión, permite la rápida identificación de genes candidatos a través de análisis bioinformático y la detección de marcadores tipo SNP (del inglés Single Nucleotide Polymorphism, polimorfismo de un sólo nucleótido) a través de la comparación de dicho genoma con secuencias de diferentes genotipos de la especie.
Por lo tanto, es indispensable la conservación de los parientes silvestres y de las variedades tradicionales de alubia, que podrán ser empleadas en programas de mejoramiento genético de la especie, a través de herramientas genómicas, las cuales permitirán un máximo aprovechamiento de la riqueza genética para asegurar diversidad suficiente y poder afrontar así las futuras demandas de la producción agrícola ante condiciones climáticas impredecibles.
María de la Soledad Saburido Álvarez y Alfredo Herrera Estrella
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
1— «Los mitos del tlacuache: caminos de la mitología mesoamericana», Alfredo López Austin
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