No es extraño que la capacidad de sentir se confunda con la capacidad concreta de sentir dolor.
Esta mala interpretación suele arrastrar consigo profundas consecuencias para el movimiento animalista, por lo que su aclaración me parece un ejercicio útil y aún diría que apremiante.
«Hay buenas razones para suponer que los animales poseen una conciencia parecida a la nuestra.»
Karl Popper
Antes de nada, debo empezar diciendo que entiendo sin dificultad las razones del malentendido. Por un lado, porque el dolor es quizá la experiencia más sencilla de identificar, sobre todo en relación con individuos de mayor proximidad genética; y por otro, porque existe la cotidiana costumbre de asociar la palabra sentir con estados vinculados al dolor, expresando así que nos «sentimos bien» o nos «sentimos mal» en función de la presencia o no de padecimientos físicos: dolor de cabeza, de estómago, de cuello, de espalda, ….
Sin embargo, el dolor es una de tantas otras categorías sensitivas. Todas y cada una de las percepciones sensoriales que experimentamos a través de la vista, el oído, el gusto, el olfato o el tacto —así como el hambre, la sed, la alegría, el miedo o cualesquiera otras emociones, deseos o intereses— conforman lo que se da en llamar sintiencia.
¿Por qué es tan importante la sintiencia?
¿Por qué es éste el factor relevante en la cosideración moral? En rigor, lo relevante no sería la sintiencia, sino la conciencia. Lo que ocurre es que lo primero no se puede disociar de lo segundo; y aunque ambas facultades son de naturaleza singular y subjetiva (indemostrables en última instancia), conocemos —aunque sea a grandes rasgos— cuales son los mecanismos que operan en las experiencias subjetivas, siendo además los signos de la sensibilidad mucho más ostensibles que los de la conciencia. Una vez reconocido al animal que siente, podemos inferior su condición consciente.
El concepto de conciencia se aviene además a mayores confusiones. El motivo es que existen diferentes tipos de conciencias, desde la conciencia sensitiva —la que aquí se está tratando— hasta la conciencia cognitiva, la conciencia abstracta o incluso la conciencia moral, la virtud de interpretar los principios de la ética. El biólogo Gerald Edelman, por ejemplo, describía dos clases fundamentales de conciencia: una conciencia primaria, calificada para discernir nuestra propia existencia en el presente más inmediato; y una conciencia secundaria o «superior», capaz de situarnos de manera abstracta tanto en el pasado como en el futuro. Dos conversaciones sobre la conciencia pueden en realidad estar tratando sobre cuestiones muy distintas.
Pero en términos generales, y para lo que ocupa a los Derechos Animales, la conciencia debería ser entendida como la noción de la existencia propia, la advertencia del ser, con independencia de su forma o su medida. Tal y como describe el neurofisiólogo Rodolfo Llinás, todo organismo con capacidad motriz sería incapaz de sobrevivir si no contara con la habilidad de anticiparse, de predecir, y para ello, el sistema nervioso lo que hace es inventar el yo subjetivo, el sí mismo (self), la conciencia, un estado mental que nace de la propia subjetividad que otorga la sintiencia.
«Aún en los niveles más primitivos de la evolución, la subjetividad
Rodolfo Llinás
es la esencia constitutiva del sistema nervioso.»
Cuando sentimos —en toda la amplitud de la palabra, insisto—, es a nosotros mismos a quien estamos sintiendo. Sentimos nuestro frío, nuestro calor, nuestro dolor, … Sentimos la reacción de nuestro propio cuerpo frente a un estímulo determinado. Todo sentir es un auto-sentir, una auto-percepción. Es entonces cuando surge el sujeto, que se diferencia del objeto en cuanto a que no sólo existe, sino que es consciente de su propia existencia, facultado así para la búsqueda de su conservación. Nace el individuo, la persona, que cobra valor sin necesidad de juicio ajeno. Se revela el valor intrínseco, ineludible ya frente a valores de tipo instrumental.
Por supuesto, evitar aquello que nos dañe o provoque sufrimiento es un deseo inherente a quienes podemos padecerlo, pero ninguno aceptaríamos que ese fuera el único interés que se nos tuviera en consideración. Limitar la relevancia a la capacidad de sentir dolor es reducir la cuestión a una grave simplicidad, fuente de las corrientes hedonistas/utilitaristas precursoras de aquellos enfoques que pretenden la regulación o «humanización» de la injusticia y que ignoran la premisa de que tanto el dolor como su antagonista, el placer, no son fines, sino medios al servicio de ese verdadero fin que es el sujeto todo.
El problema real, el de base, es que a alguien se le convierta en algo, sea en la forma que sea.
Igor Sanz
Activista en Difusión del veganismo y Derechos Animales. Divulgador y autor del blog Lluvia sin Truenos
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1—
«Al parecer, nunca dudamos de que un animal que parece hambriento tenga hambre. ¿Por qué íbamos a poner en duda la felicidad de un elefante que parece feliz?»
Carl Safina
Mentes maravillosas: Lo que piensan y sienten los animales
2— lluvia-con-truenos.blogspot.com, «Cerdos pensantes: una revisión comparada de la cognición, las emociones y la personalidad de Sus domesticus». Igor Sanz, 2 de junio de 2023
3— culturavegana.com, «Dolor animal y vegetal», Editorial Cultura Vegana. Publicación: 21 noviembre, 2022. Los críticos del vegetarianismo ético dicen que no hay acuerdo sobre dónde trazar la línea entre organismos que pueden y no pueden sentir.
4— culturavegana.com, «¿Qué sienten los animales?», Documentales Cultura Vegana. Última edición: 28 marzo, 2023 | Publicación: 21 marzo, 2023. ¿Somos tan diferentes a los animales de granja que comemos?
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