Más allá de ser una corriente, una tendencia o una moda, escoger una opción vegana es el mayor ejercicio de libertad individual y honestidad.
Son cada vez más las personas que deciden cambiar sus vidas para minimizar la huella de carbono que cada uno deja en el planeta, y cada vez más adoptan un estilo de vida acorde con la filosofía y cultura del veganismo.
En el verano de 2010, el activista Gary Yourofsky ofrecía una conferencia en la Universidad Georgia Tech durante la que desmontaba mitos, presentaba evidencias y retaba a los oyentes a elegir de forma consciente y ética los productos que consumen. Tras advertir de que no hablaba en nombre de la institución que acogía su charla y de que no pretendía desmitificar ninguna religión, ya que sus principios están muy en línea con la moral de las mismas, todas las cuales ordenan claramente “no matarás”, definía como esclavitud y holocausto animal el trato que los seres humanos estamos dando a los animales.
No importa la religión que profeses, tu ideología política ni tu clase social. Si hay algo claro es que el mundo en que vivimos necesita paz y compasión entre los seres que lo habitan. Al contrario de lo que afirman los dogmas religiosos y políticos, los animales no nos pertenecen. No son bienes, ni propiedad, ni son cosas inanimadas sin capacidad de razonar ni de sentir. Esa forma de verlos como si fueran máquinas no solamente es un error garrafal: es una auténtica locura. Todos sabemos que los animales utilizan los ojos para ver, las patas para caminar, las alas para volar, las aletas para nadar, la boca para comer, … ¿Por qué nos empeñamos en afirmar que los animales no utilizan el cerebro para pensar, para ser conscientes de sí mismos, para observar su medio y para sentir? ¿Así que absolutamente todos sus órganos tienen utilidad excepto el cerebro? No nos dejemos engañar por la enorme propaganda de quienes abusan de los animales. Todos los anuncios que nos indican que debemos comer carne, que debemos sazonarla con un montón de queso, que tenemos que beber más leche, etc. siempre van entrelazados por anuncios de clínicas contra el cáncer, bebidas energéticas y píldoras dietéticas. Y nosotros, con nuestra ceguera, no nos damos cuenta de la relación, no vemos que no solamente están matando a los animales, también nos están matando a nosotros y al planeta.
Un tercio de la cosecha mundial de cereales y el 70 por ciento de la cosecha mundial de soja es utilizado para alimentar a animales de granja. Si estos cultivos se pusieran a disposición de las personas, hoy podríamos erradicar el hambre en el mundo.
El objetivo es abrir la mente, quitarnos esa ceguera y reconectarnos con los animales, despertar las emociones, los sentimientos y la lógica que han sido reprimidos de forma intencionada por nuestra sociedad. Todos los niños son amantes y defensores de los derechos animales. Cuando somos pequeños, los animales nos hacen felices y nosotros hacemos todo lo posible para protegerlos. Porque los niños diferencian muy bien lo que está bien de lo que está mal. Sin embargo, con el tiempo se nos enseña a ignorar su sufrimiento, a excusar su dolor, a burlarnos de su existencia. ¿Dónde comienza el cambio? ¿Quién nos enseña a ser tan malvados, crueles e indiferentes hacia los animales, que antes eran nuestros amigos, hacia esos seres inofensivos que nunca nos han hecho nada?
Todos son comportamientos adquiridos. A los niños pequeños no les importa el color ni la religión de sus compañeros de juegos en el parque. Lo mismo ocurre con el especismo, el amoral convencimiento de que la especie humana tiene todo el derecho de explotar, esclavizar y asesinar a otras especies, solamente porque está convencida de que es especial, superior a las demás especies. Pues bien, este convencimiento es la base de todas las formas de discriminación y la discriminación nunca es bondadosa: se ceba en quien es distinto.
Es todo una mentira, un lavado de cerebro, una programación de la mente para que no te importen las cosas por las que normalmente te preocuparías, cosas que solían importarte. Los consumidores de carne, de leche, huevos, queso y pieles caminan por la calle como si su estilo de vida no estuviera causando ningún daño, como si fuera normal y natural consumir violencia y muerte.
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
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