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7 cosas que necesitas saber si comes carne

Última edición: 30 junio, 2020 | Publicación: 22 febrero, 2018 |


Carne roja, cuerpos de animales asesinados y preparados para el consumo humano

“A este paso, en 10 años todos seremos vegetarianos, aunque no lo queramos porque nos estamos quedando sin una ganadería sostenible”, sentencia Leonardo Anselmi, portavoz de la Fundación Franz Weber, para sintetizar las carencias que muestra la ganadería intensiva industrial, “en situación crítica”.

1. Impactos ambientales

El consumo de carne vinculado a la ganadería industrial causa impactos ambientales. Es el responsable del 18% de las emisiones de gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento. La ganadería ocupa el 30% de la superficie del planeta, y se estima que es “probablemente la mayor fuente de contaminación del agua”, señala Begoña María-Tomé Gil, experta en cambio climático, según recoge el periodista y escritor Javier Morales en su libro “El día que dejé de comer animales”. Un kilo de carne necesita hasta 15 veces más agua que un kilo de cereales.

2. Contaminación por nitratos

El 37% de las fuentes naturales de la comarca de Osona están contaminadas por nitratos a causa del vertido purines en los campos, donde estos desechos se han filtrado en el suelo hasta alcanzar acuíferos y manantiales. Lo dicen los análisis del 2017 del Grup de Defensa del Ter.

En el estudio de 2017, se tomaron muestras de agua de 140 fuentes naturales en las que mana el agua en Osona; en 60 de ellas registran unos niveles de nitratos superiores a los 50 miligramos por litro, que es el límite máximo establecido por la OMS, y a partir del cual su ingestión puede suponer un riesgo para la salud. Este ejemplo puede muestra la incapacidad de la Administración autonómica para lograr una gestión respetuosa con el medio ambiente.

El exceso de nutrientes en el agua, principalmente nitrógeno y fósforo, contribuye a la eutrofización del agua. Para producir un kilo de bistec de vaca se requieren 15.000 litros de agua; para un kilo de cordero, 10.000 litros; para uno de ave de corral, 6.000 litros, y para uno de cereales de 400 a 3.000 litros.

3. Subsidios perversos

Los alimentos de origen animal cuestan muchas veces menos que los productos vegetales, aunque la fabricación de estos últimos requiere menos materia prima, energía y mano de obra. “El 40% de la PAC va a subvencionar el precio del grano, para abaratar el precio de la carne”, dice Leonardo Anselmi. “Esto se debe a que la fuerte financiación directa e indirecta que reciben de los estados y de la UE”, expone el informe de Friendly BCN-VEG. “Estos subsidios solo serían positivos si la UE apoyase y promoviera un consumo saludable y con poco impacto ambiental”, añade el informe.

La FAO ha indicado que “la eliminación de subsidios puede reducir los impactos negativos” sobre el medio ambiente. “En el sector pecuario de los países más desarrollados y de algunos países en desarrollo, los subsidios son la causa principal de una fuerte distorsión de los precios a nivel de los insumos y de los productos”, expone.


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La omnipresencia y bajo coste de los productos cárnicos es una religión de la agricultura occidental, pero esta premisa es cuestionada por quienes creen que esta industria debe incorporar costos que ahora ignora: los costes ambientales, sociales y laborales.

4. La sombra de la OMS

La Organización Mundial de la Salud OMS clasificó, el 26 de octubre del 2015, la carne procesada: salchichas, jamón, carne en conserva, carne seca y preparados y salsas a base carne, como carcinógena para humanos. Concluyó que cada porción de 50 gramos de carne procesada consumida diariamente aumenta el riesgo de cáncer colono rectal en un 18%.

Diversos estudios apuntan a que el consumo excesivo de calorías de origen animal en los países de rentas bajas y medias está asociado a un aumento de enfermedades del corazón, diabetes, algunos cánceres y otras enfermedades asociadas a la sobralimentación, las dietas altas en grasas y la reducción del ejercicio.

La FAO recomienda un consumo medio diario de 58 gramos de proteína por persona y día. Sin embargo, en los países desarrollados el consumo promedio es de 102 gramos. La OMS estimaba en un informe del 2012 que 1.400 millones de personas tienen sobrepeso y 500 son obesas. Sobrepeso y hambre, dos caras de la misma moneda.

6. Riesgo de crisis alimentarias

Sabemos que las condiciones de engorde y confinamiento representan un atentado contra el bienestar animal y las medidas de mejora que se van introduciendo aún dejan mucho que desear. También sabemos que estas condiciones son el caldo de cultivo donde se originan graves crisis alimentarias como la de las vacas locas, los casos de contaminación con E. coli, la gripe A o los repetidos brotes de gripe aviar”, señala Grain.

Para esta organización “no podemos olvidarnos de problemas asociados, como el abuso en el suministro de antibióticos a los animales en muchas de estas macrogranjas; en EEUU se aplican cuatro veces más antibióticos al ganado que a las personas. En parte, esta práctica es la responsable de la resistencia a los antibióticos que se está generando en el uso médico humano y que es la causa de que mueran cada año unas 25.000 personas solo en Europa”.

Todos estos efectos obligan a reconsiderar con urgencia el modelo de producción ganadera, señala Grain, crítica con un modelo de producción concreto que potencia las granjas enormes de gallinas, cerdos o vacas, alimentados mayoritariamente con piensos, que “en la mayoría de los casos no ven la luz y acaban siendo sacrificados en lejanos mataderos centralizados”.

Su carne, leche o huevos se comercializa en las grandes superficies o en la restauración de comida rápida, dice Grain en un artículo sobre Soberania Alimentaria.

7. Justicia alimentaria

El primer eslabón de la cadena de impactos se remonta a la masiva importación de cereales y soja transgénica, que abastece las granjas españolas. El cultivo de soja transgénica en Sudamérica (que comporta un uso intenso de herbicidas tóxicos) ha sido señalado como responsable de la contaminación de los campos, el acaparamiento de tierras y los daños en la salud en la población sudamericana.

Mientras tanto, crece la presión vegana y de los defensores de los derechos de los animales. “Decidí dedicar mi vida a esa causa y a luchar por los animales por la magnitud y por el número de individuos de los que estamos hablando, por la urgencia y por la indefensión en la que viven. A diferencia de los otros movimientos, los animales no puede rebelarse, no pueden amotinarse, no pueden ser partícipes de su propia liberación y eso es un hándicap si lo comparas con otros movimiento de la historia”. Así se manifiesta Javier Moreno, uno de los fundadores de Igualdad Animal en el libro de Javier Morales.

Lo peor es que este modelo apenas deja espacio para la ganadería sostenible, basada en la producción local, ecológica o de pequeño productor”, dice Gustavo Duch, director de la revista Soberanía Alimentaria. La solución ante la ganadería intensiva no debe ser pensar ‘dejaré de comer carne’, sino que hay que defender la ganadería de pequeña escala, ecológica, extensiva, añade Duch, pues “los pastos son necesarios para mitigar el cambio climático”.


La verdadera revolución es cambiar lo que ponemos en el plato y debemos llenarlo de productos de proximidad, ecológicos, veganos, de kilómetro cero…”,

“Sentarse a comer y decidir qué comer y cómo comer es una forma simple, diaria, repetitiva y muy influyente para la transformación social de todo el modelo alimentario


NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

[1] – Fuente: La Vanguardia, Antonio Cerrillo
[2] – «El día que dejé de comer animales«, Javier Morales. Aquí en Amazon

Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com


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