La revolución industrial produjo una combinación sin precedentes de energía barata y abundante y de materias primas baratas y abundantes.
El resultado fue una explosión de productividad humana. Esa explosión se notó primero y sobre todo en la agricultura. Por lo general, cuando pensamos en la revolución industrial pensamos en un paisaje urbano de chimeneas humeantes, o en la difícil situación de los explotados mineros del carbón sudando en las entrañas de la Tierra. Pero la revolución industrial fue, por encima de todo, la segunda revolución agrícola.
Durante los últimos 200 años, los métodos de producción industrial se convirtieron en la base fundamental de la agricultura. Máquinas como los tractores empezaron a desempeñar tareas que previamente efectuaba la energía muscular, o que no se realizaban en absoluto. Los campos y los animales fueron muchísimo más productivos gracias a los fertilizantes artificiales, los insecticidas industriales y todo un arsenal de hormonas y medicamentos. Los frigoríficos, los barcos y los aviones han hecho posible almacenar productos durante meses, y transportarlos rápidamente y a bajo precio al otro extremo del mundo. Gracias a esto, los europeos empezaron a comer carne de res argentina y sushi japonés frescos.
Incluso las plantas y los animales se mecanizaron. En la época en que Homo sapiens era elevado al nivel divino por las religiones humanistas, los animales de granja dejaron de verse como criaturas vivas que podían sentir dolor y angustia, y en cambio empezaron a ser tratados como máquinas. En la actualidad, estos animales son producidos en masa en instalaciones que parecen fábricas, y su cuerpo se modela según las necesidades industriales. Pasan toda la vida como ruedas de una línea de producción gigantesca, y la duración y calidad de su existencia están determinadas por los beneficios y pérdidas de las empresas. Incluso cuando la industria se ocupa de mantenerlos vivos, razonablemente saludables y bien alimentados, no tiene ningún interés intrínseco en las necesidades sociales y psicológicas de los animales, excepto cuando estas tienen un impacto directo en la producción (véase la figura 25).
Las gallinas ponedoras, por ejemplo, tienen un mundo complejo de necesidades de comportamiento e instintos. Sienten fuertes impulsos por explorar su entorno, buscar comida y picotear, determinar jerarquías sociales, construir nidos y acicalarse. Pero la industria productora de huevos suele encerrar a las gallinas dentro de jaulas minúsculas, y no es extraño que metan cuatro gallinas en una jaula, cada una de las cuales dispone de un espacio de unos 25 por 22 centímetros de suelo. Las gallinas reciben suficiente comida, pero no pueden disponer de un territorio, construir un nido o dedicarse a otras actividades naturales. De hecho, la jaula es tan pequeña que a menudo las gallinas no pueden batir las alas ni erguirse completamente.
Los cerdos son tal vez los animales más inteligentes y curiosos, y quizá solo van a la zaga en ello a los grandes simios. Pero las granjas industrializadas de cerdos confinan de manera rutinaria a las puercas que crían dentro de cajas tan pequeñas que son literalmente incapaces de darse la vuelta (por no mencionar andar o buscar comida). Las cerdas son mantenidas en estas cajas día y noche durante cuatro semanas después de parir. Después se les quitan los cochinillos para engordarlos, y las cerdas son preñadas con la siguiente camada de cerditos.
Muchas vacas lecheras viven casi todos los años que les son permitidos dentro de un pequeño recinto; allí están de pie, se sientan, y duermen sobre sus propios orines y excrementos. Reciben su ración de comida, hormonas y medicamentos de un conjunto de máquinas, y son ordeñadas cada pocas horas por otro conjunto de máquinas. La vaca promedio es tratada como poco más que una boca que ingiere materias primas y una ubre que produce una mercancía. Es probable que tratar a animales vivos que poseen un mundo emocional complejo como si fueran máquinas les cause no solo malestar físico, sino también un gran estrés social y frustración psicológica. [1]
De la misma manera que el comercio de esclavos en el Atlántico no fue resultado del odio hacia los africanos, tampoco la moderna industria animal está motivada por la animosidad. De nuevo, es impulsada por la indiferencia. La mayoría de las personas que producen y consumen huevos, leche y carne rara vez se detienen a pensar en la suerte de las gallinas, vacas y cerdos cuya carne y emisiones nos comemos. Los que sí piensan en ello suelen aducir que estos animales difieren poco en realidad de las máquinas, pues carecen de sensaciones y emociones, y son incapaces de sufrir. Irónicamente, las mismas disciplinas científicas que diseñan nuestras máquinas de ordeñar y de recoger huevos han demostrado últimamente, y más allá de toda duda razonable, que los mamíferos y las aves poseen una constitución sensorial y emocional compleja. No solo sienten dolor físico, sino que pueden padecer malestar emocional.
La psicología evolutiva sostiene que las necesidades emocionales y sociales de los animales de granja evolucionaron en la naturaleza, cuando eran esenciales para la supervivencia y la reproducción. Por ejemplo. una vaca salvaje tenía que saber cómo formar relaciones estrechas con otras vacas y toros; de lo contrario, no podía sobrevivir y reproducirse. Con el fin de aprender habilidades necesarias, la evolución implantó un fuerte deseo de jugar (el juego es la manera que tienen los mamíferos de aprender comportamiento social). E implantó en ellos un deseo todavía más fuerte de establecer lazos con la madre, cuya leche y cuidados eran esenciales para la supervivencia.
¿Qué ocurre si ahora el granjero toma una ternera joven, la separa de la madre, la pone en una jaula cerrada, le da comida, agua e inoculaciones contra enfermedades, y después, cuando ya tiene la edad suficiente, la insemina con esperma de toro? Desde una perspectiva objetiva, esta ternera ya no necesita ni el lazo con la madre ni compañeras de juego para sobrevivir y reproducirse. Pero desde una perspectiva subjetiva, la ternera siente todavía un impulso muy fuerte para relacionarse con su madre y para jugar con otras terneras. Si estos impulsos no se satisfacen, la ternera sufre mucho. Esta es la lección básica de la psicología evolutiva: una necesidad modelada en la naturaleza continúa sintiéndose subjetivamente, incluso si ya no es realmente necesaria para la supervivencia y la reproducción. La tragedia de la ganadería industrial es que se cuida mucho de las necesidades objetivas de los animales al tiempo que se olvida de sus necesidades subjetivas.
La verdad de dicha teoría se conoce al menos desde la década de 1950, cuando el psicólogo estadounidense Harry Harlow estudió el desarrollo de los monos. Harlow separó a crías de mono de sus madres varias horas después del nacimiento. Los monos estaban aislados en el interior de jaulas, y fueron criados por maniquíes que funcionaban como madres sustitutas. En cada jaula, Harlow situó a dos madres sustitutas. Una estaba hecha de alambre, y disponía de una botella de leche de la que la cría de mono podía mamar. La otra estaba hecha de madera cubierta de tela, lo que hacía que se pareciera a una madre de mono real, pero no proporcionaba a la cría de mono ningún tipo de sustento material. Se suponía que los monitos se agarrarían a la madre de metal y nutritiva en lugar de hacerlo a la de trapo y yerma.
Para sorpresa de Harlow, las crías de mono mostraron una marcada preferencia por la madre de trapo, y pasaban con ella la mayor parte del tiempo. Cuando las dos madres se situaban muy cerca una de otra, los monitos se agarraban a la madre de trapo aunque se estiraban para mamar la leche de la madre de metal. Harlow sospechó que quizá los monitos hacían aquello porque tenían frío. De modo que instaló una bombilla eléctrica dentro de la madre de alambre, que ahora radiaba calor. La mayoría de monitos, excepto los muy pequeños, continuaron prefiriendo a la madre de trapo (véase la figura 26).
Investigaciones posteriores demostraron que los monos huérfanos de Harlow crecieron como animales emocionalmente perturbados, aunque habían recibido todo el alimento que necesitaban. Nunca encajaron en la sociedad de los monos, tuvieron dificultades para comunicarse con otros monos y padecieron niveles elevados de ansiedad y agresión. La conclusión fue inevitable: los monos han de tener necesidades y deseos psicológicos que van más allá de sus requerimientos materiales, y si aquellos no se satisfacen, sufrirán mucho. Los monitos de Harlow preferían pasar el tiempo en manos de la madre de trapo porque buscaban un lazo emocional, y no solo por la leche. En las décadas que siguieron, numerosos estudios demostraron que esta conclusión era aplicable no solo a los monos, sino a otros mamíferos, así como a las aves. En la actualidad, millones de animales de granja están sometidos a las mismas condiciones que los monos de Harlow, pues los ganaderos separan de forma rutinaria a los terneros, los cabritos, y a otras crías de sus madres para criarlos en aislamiento. [2]
En total, decenas de miles de millones de animales de granja viven en la actualidad formando parte de una cadena de montaje mecanizada, y anualmente se sacrifican alrededor de 5.000 millones. Estos métodos de ganadería industrial han conducido a un mercado aumento de la producción agrícola y de las reservas de alimentos para los humanos. Junto con la mecanización del cultivo de plantas, la zootecnia o ganadería industrial es la base para todo el orden socioeconómico moderno. Antes de la industrialización de la agricultura, la mayor parte del alimento producido en campos y granjas se «malgastaba» al alimentar a campesinos y animales de granja. Solo se disponía de un pequeño porcentaje para alimentar a artesanos, maestros, sacerdotes y burócratas. En consecuencia, en casi todas las sociedades los campesinos suponían más del 90 por ciento de la población. Después de la industrialización de la agricultura, un número decreciente de agricultores era suficiente para alimentar a un número creciente de dependientes de comercio y obreros de fábricas. Hoy en día, en EEUU solo el 2% de la población vive de la agricultura, [3] pero este 2% produce lo suficiente no solo para alimentar a toda la población de EEUU, sino también para exportar los excedentes al resto del mundo. Sin la industrialización de la agricultura, la revolución industrial urbana no habría podido tener lugar: no habría habido manos y cerebros suficientes para llenar fábricas y oficinas.
A medida que estas fábricas y oficinas empleaban a los miles de millones de manos y cerebros que se liberaban del trabajo en los campos, empezaron a lanzar una avalancha de productos sin precedentes. Los humanos producen en la actualidad mucho más acero, fabrican muchos más vestidos y construyen muchas más estructuras que nunca. Además, producen una gama apabullante de mercancías previamente inimaginables, como bombillas eléctricas, teléfonos móviles, cámaras y lavavajillas. Por primera vez en la historia humana, la oferta empezó a superar la demanda, Y surgió un problema completamente nuevo: ¿quién iba a comprar todo ese material?
Yuval Noah Harari
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
Figura 25. Polluelos en una cinta transportadora de una granja de cría aviar comercial. Los polluelos machos o los que son hembras imperfectas son extraídos de la cinta transportadora y después son asfixiados en cámaras de gas, introducidos en trituradoras automáticas o simplemente lanzados a la basura, donde mueren aplastados. Cientos de millones de polluelos mueren cada año en estas granjas.
Figura 26. Uno de los monos huérfanos de Harlow se agarra a la madre de trapo mientras mama leche de la madre de metal.
1- G.J Benson y B.E Rollin, eds., «The Well-Being of Farm Animals: Challenges and Solutions», Ames, IA, Blackwell, 2004; M.C Appleby, J.A Mench y 2004 y B.O Hughes, «Poultry Behaviour and Welfare: Limping Toward Eden», Oxford, Blackwell Publishing, 2005; C. Druce y P. Lymbery, «Outlawed in Europe: How America Is Falling Behind Europe in Farm Animal Welfare», Nueva York, Archimedean Press, 2002.
2- Harry Harlow y Robert Zimmermann, «Affectional Responses in the Infant Monkey», Science, 130, 3373 (1959), pp. 421-432; Harry Harlow «The nature of Love», American Psychologist, 13 (1958), pp 673-685; Laurens D. Young et al., «Early Stress and Later Response to Seprate in Rhesus Monkeys», American Journal of Psychiatry, 130 4 (1973), pp. 400-405; K.D. Broad, J.P Curley y E.B Keverne, «Mother-infant Bonding and the Evolution of Mammalian Social Relationships», Philosophical Transactions of the ROyal Society B 361,1476 (2006), pp. 2.199.2.214; Florent Pittet et al., «Effects of Maternal Experience on Fearfulness and Maternal Behaviour in a Precocial Bird», Animal Behavior, marzo de 2013.
3- csrees.usda.gov, «National Institute of Food and Agriculture», United States Department of Agriculture, consultado el 10 de diciembre de 2010.
4- amazon.com, «Sapiens. De animales a dioses: Breve historia de la humanidad», Yuval Noah Harari, Editorial Debate.
5- culturavegana.com, «El progreso humano está sembrado de cadáveres», Editorial Cultura Vegana, Última edición: 6 septiembre, 2021 | Publicación: 23 mayo, 2020
6- culturavegana.com, «Víctimas de la revolución», Editorial Cultura Vegana, Última edición: 7 septiembre, 2021 | Publicación: 6 septiembre, 2021
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