El encratismo fue una herejía cristiana que surgió a mediados del siglo II, aunque sus raíces podrían rastrearse hasta la época apostólica.
Esta doctrina, que se extendió hasta finales del siglo IV, derivó su nombre del término griego enkrateia, que significa «continencia» o «moderación». Los encratitas, considerados los máximos exponentes de la continencia, practicaban un ascetismo extremadamente riguroso. Rechazaban el consumo de carne y vino, prohibían el matrimonio y defendían estas prácticas basándose en interpretaciones selectivas de pasajes del Nuevo Testamento relacionados con la templanza. Estas interpretaciones solían ser descontextualizadas, unilaterales e incluso alteradas para justificar sus creencias. Además, se les atribuye la autoría de algunos textos apócrifos, como los Hechos de Pablo, los Hechos de San Juan y los Hechos de San Pedro.
La teología del encratismo se basaba en el concepto neoplatónico y gnóstico que identificaba la materia como el principio del mal, obra del demiurgo, un ser considerado enemigo de Dios. A partir de esta premisa, los encratitas dedujeron que era necesario combatir tanto la materia como a su creador, una postura que los condujo a un dualismo similar al maniqueísmo.
Entre los precursores del encratismo se encontraban los allobianos, habitantes de las regiones sármatas, así como figuras como Cerdón y, especialmente, Marción. Los allobianos llevaban una vida ascética, residiendo al aire libre fuera de las ciudades. Según Clemente de Alejandría [1], se alimentaban exclusivamente de bellotas y frutos, bebían solo agua y se abstenían del matrimonio. Esta forma de vida atrajo a muchos neoconversos, que vieron en su doctrina un camino hacia la salvación. En la práctica, los encratitas transformaron simples consejos evangélicos en preceptos inflexibles, condenando el consumo de carne, vino y la vida conyugal. Estas prohibiciones reflejaban su teoría dualista, según la cual abstenerse y mortificarse era esencial para no colaborar con la obra del demiurgo.
La ideología encratita representaba una amenaza tanto para la Iglesia como para la sociedad, especialmente por su rechazo al matrimonio. Por ello, desde sus inicios, patriarcas y teólogos como San Ireneo, Tertuliano, Hipólito Romano y San Epifanio la combatieron como una herejía. Según estos autores, los encratitas, al rechazar el matrimonio, ponían en peligro la continuidad del género humano, lo que consideraban una ofensa directa contra Dios. Argumentaban que el matrimonio había sido instituido y santificado por Dios, como se evidenciaba en las bodas de Caná y en numerosos textos bíblicos que resaltaban su legitimidad y su carácter sagrado. Para la Iglesia, el matrimonio era una unión honrosa y conforme a la voluntad divina.
El encratismo tuvo como figura destacada, en primer lugar, a Julio Casiano, un maestro docetista que escribió una obra titulada Peri eunouchias o Peri encrateias (Sobre la continencia), aunque este texto se ha perdido con el tiempo. Posteriormente, Taciano se convirtió en el principal representante de esta corriente. San Ireneo lo acusa, junto con Saturnino y Marción, de ser uno de los responsables de esta nueva herejía [2]. Por su parte, San Jerónimo lo describe como «príncipe de los encratitas» [3]. Si bien es probable que Taciano no haya sido el iniciador absoluto del movimiento, se le atribuye la organización formal de la secta y su separación definitiva de la Iglesia.
Poco después de Taciano, aparece Severo, quien refuerza la doctrina encratita dándole un carácter marcadamente ebionita. Este líder aceptaba la Ley, los Profetas y los Evangelios, pero los reinterpretaba según su propia perspectiva. Además, rechazaba las epístolas de San Pablo y los Hechos de los Apóstoles, lo que dio lugar a la formación de una subsecta dentro del encratismo. Este grupo, conocido como los severianos, se distinguía de otros encratitas y refleja las tensiones internas y las divergencias doctrinales que caracterizaban al movimiento.
Las divisiones dentro del encratismo no se limitaron a los severianos. Algunos maniqueos adoptaron el nombre de «continentes», mientras que otros se hacían llamar «apotácticos» o «renunciadores», aludiendo a su supuesta renuncia a todos los placeres del mundo. Un grupo adicional, los «acuarianos» o «hidropasianos», rechazaba el vino en la eucaristía, utilizaban únicamente agua y se distanciaban así de las prácticas tradicionales. Por otro lado, los «sacóforos» se caracterizaban por su vestimenta peculiar, una túnica burda conocida como saccos. A pesar de estas divisiones internas, el encratismo persistió como herejía hasta finales del siglo IV, aunque en un estado fragmentado y con numerosos subgrupos.
Desde que se identificó el carácter herético del encratismo, la Iglesia Católica emprendió una campaña activa para neutralizar esta doctrina. Las medidas adoptadas fueron de tres tipos principales: la refutación teórica de sus principios doctrinales por parte de patriarcas y escritores eclesiásticos; la imposición de sanciones canónicas; y la promulgación de edictos imperiales.
Entre los autores eclesiásticos más destacados que combatieron el encratismo figuran Ireneo, Tertuliano, Hipólito, Clemente de Alejandría y Orígenes, quienes refutaron sus principios doctrinales desde un enfoque teológico. En el ámbito canónico, una medida significativa fue la decisión de las Iglesias de África de no reconocer la validez del bautismo encratita. Este conflicto dio lugar a una polémica entre San Cipriano y el Papa San Esteban. Respecto a la abstinencia extrema promovida por los encratitas, el Concilio de Ancira (314) dictaminó que sacerdotes y diáconos podían abstenerse de comer carne, siempre que hubieran demostrado inicialmente poder consumirla. Aquellos que se negaran a hacerlo eran excluidos del clero [4]. Este principio también aparece en el canon 51 de los llamados Cánones Apostólicos, que condena a los clérigos que se abstienen del matrimonio, la carne y el vino no por razones ascéticas legítimas, sino por desprecio hacia las obras de Dios.
Sin embargo, el golpe definitivo al encratismo no provino únicamente de las disposiciones eclesiásticas, sino principalmente de la legislación civil. Poco después del Concilio de Nicea, el emperador Constantino promulgó una constitución contra los herejes [5]. Posteriormente, Teodosio el Grande, en los años 381 y 383, condenó formalmente a aquellos que, bajo diferentes denominaciones, seguían los errores maniqueos, incluyendo a los encratitas, apotácticos, acuarianos y sacóforos, a quienes calificó como «sectas inaceptables» [6]. Estas medidas civiles, combinadas con las sanciones eclesiásticas, llevaron al encratismo a desaparecer como una amenaza a la ortodoxia católica a partir del siglo V, al quedar prácticamente erradicado.
Editorial Cultura Vegana
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FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
1— Stromata, 1,15: PG 7,780
2— Adversus Haereses, 1,28: PL 7,690
3— Epístola 48,2: PL 22,494
4— Canon 14: cfr. Lauchert, Die Kanones der Wichtigsten altkirchlichen Concilien, Friburgo Br. 1896, 32
5— cfr. Eusebio, Vita Constantini, 3,64-65: PG 20,1140
6— Codex Theodosianus, 16, tit. 5.1.7.11
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