Es muy breve y agitada la vida de aquellos que se olvidan de los tiempos pasados, desprecian el presente y temen el futuro.
Si es verdad que el entendimiento y la voluntad son las dos facultades eminentes del alma racional, se sigue necesariamente que la sabiduría y la virtud —que son los mejores perfeccionamientos de estas dos facultades— deben ser la perfección también de nuestro ser racional; y en consecuencia, el fundamento innegable de una vida feliz. No hay deber al que la Providencia no haya anexado una bendición; ni ninguna institución del Cielo por la cual, aun en esta vida, no seamos mejores; ninguna tentación, ni de la fortuna ni del apetito, que no esté sujeta a nuestra razón; ni ninguna pasión o aflicción a la que la virtud no haya dado remedio. De modo que es culpa nuestra si tememos o esperamos algo; cuyos dos afectos son la raíz de todas nuestras miserias. De esta perspectiva general del fundamento de nuestra tranquilidad, pasaremos poco a poco a una consideración particular de los medios por los cuales puede procurarse, y de los impedimentos que la obstruyen; comenzando con aquella filosofía que se ocupa principalmente de nuestros modales y nos instruye en las medidas de una vida virtuosa y tranquila.
La filosofía se divide en moral, natural y racional: la primera se refiere a nuestras costumbres; el segundo busca las obras de la Naturaleza; y el tercero nos proporciona la propiedad de las palabras y los argumentos, y la facultad de distinguir, para que no seamos engañados con trucos y falacias. Las causas de las cosas pertenecen a la filosofía natural, los argumentos a la racional y las acciones a la moral. La filosofía moral se divide de nuevo en materia de justicia, que surge de la estimación de las cosas y de los hombres; y en afectos y acciones; y una falla en cualquiera de estos desórdenes todos los demás: porque ¿de qué nos sirve saber el verdadero valor de las cosas, si estamos transportados por nuestras pasiones? o dominar nuestros apetitos sin comprender el cuándo, el qué, el cómo y otras circunstancias de nuestros procederes? Pues una cosa es conocer el ritmo y la dignidad de las cosas, y otra conocer los pequeños roces y resortes del actuar. La filosofía natural está versada en cosas corpóreas e incorpóreas; la disquisición de causas y efectos, y la contemplación de la causa de las causas. La filosofía racional se divide en lógica y retórica; el que cuida las palabras, el sentido y el orden; el otro trata apenas de palabras y de los significados de ellas. Sócrates sitúa toda la filosofía en la moral; y sabiduría en la distinción del bien y del mal. Es arte y ley de vida, y nos enseña qué hacer en todos los casos, y como buenos tiradores, a dar en el blanco a cualquier distancia. La fuerza de esto es increíble; porque nos da en la debilidad de un hombre la seguridad de un espíritu: en la enfermedad es tan bueno como un remedio para nosotros; porque todo lo que tranquiliza la mente es provechoso también para el cuerpo. El médico puede prescribir dieta y ejercicio, y acomodar su regla y medicina a la enfermedad, pero es la filosofía la que debe llevarnos a despreciar la muerte, que es el remedio de todas las enfermedades. En la pobreza nos da riquezas, o tal estado de ánimo que nos las hace superfluas. Nos arma contra todas las dificultades: un hombre está apremiado por la muerte, otro por la pobreza; unos con envidia, otros ofendidos de la Providencia e insatisfechos con la condición de la humanidad; pero la filosofía nos impulsa a socorrer al cautivo, al enfermo, al necesitado, al condenado; para mostrar a los ignorantes sus errores y rectificar sus afectos. Nos hace inspeccionar y gobernar nuestros modales; nos despierta donde estamos débiles y somnolientos; ata lo que está suelto y humilla en nosotros lo que es rebelde; libera la mente de la esclavitud del cuerpo y la eleva a la contemplación de su divino original. Honores, monumentos y todas las obras de vanidad y ambición, son demolidas y destruidas por el tiempo; pero la reputación de la sabiduría es venerable para la posteridad; y aquellos que fueron envidiados o desatendidos en sus vidas son adorados en su memoria y exentos de las mismas leyes de la naturaleza creada, que ha puesto límites a todas las demás cosas. La sombra misma de la gloria lleva a un hombre de honor sobre todos los peligros, al desprecio del fuego y la espada; y sería una vergüenza que la recta razón no inspirara resoluciones tan generosas en un hombre virtuoso.
Tampoco la filosofía es sólo provechosa para el público, sino que un sabio ayuda a otro, aun en el ejercicio de las virtudes; y el uno tiene necesidad del otro, tanto para la conversación como para el consejo; porque encienden una emulación mutua en los buenos oficios. Todavía no somos tan perfectos, pero que aún quedan muchas cosas nuevas por descubrir, que nos darán las ventajas recíprocas de instruirnos unos a otros: porque como un malvado se contagia a otro, y cuanto más se mezclan los vicios, peor es, así es por el contrario con los hombres buenos y sus virtudes. Así como los hombres de letras son los más útiles y excelentes de los amigos, también son los mejores súbditos; como mejores jueces de los bienes que gozan bajo un gobierno bien ordenado, y de lo que deben al magistrado por su libertad y protección. Son hombres de sobriedad e instrucción, y libres de jactancia e insolencia; reprueban el vicio sin reprochar a la persona; porque han aprendido a ser sabios sin pompa ni envidia. Lo que vemos en las altas montañas, lo encontramos en los filósofos; parecen más altos de cerca que de lejos. Se elevan por encima de otros hombres, pero su grandeza es sustancial. No se paran de puntillas, para parecer más altos de lo que son, sino que, contentos con su propia estatura, se consideran bastante altos cuando la fortuna no los alcanza. Sus leyes son breves y, sin embargo, exhaustivas también, ya que obligan a todos.
Es la generosidad de la naturaleza que vivimos; sino de filosofía que vivamos bien, que es en verdad mayor beneficio que la vida misma. No es sino que la filosofía es también don del Cielo, en cuanto a la facultad, pero no a la ciencia; porque ese debe ser el negocio de la industria. Ningún hombre nace sabio; pero la sabiduría y la virtud requieren un tutor, aunque fácilmente podemos aprender a ser viciosos sin un maestro. Es la filosofía que nos da una veneración por Dios, una caridad por nuestro prójimo, que nos enseña nuestro deber para con el Cielo, y nos exhorta a un acuerdo unos con otros; desenmascara cosas que nos son terribles, mitiga nuestras lujurias, refuta nuestros errores, refrena nuestro lujo, reprende nuestra avaricia y obra extrañamente sobre las naturalezas tiernas. Jamás podría oír a Attalus (dice Séneca) sobre los vicios de la época y los errores de la vida, sin compasión por la humanidad; y en sus discursos sobre la pobreza había algo que me parecía más que humano. «Más de lo que usamos«, dice él, «es más de lo que necesitamos, y sólo una carga para el portador«. Esas palabras suyas me desconcertaron ante lo superfluo de mi propia fortuna. Y así, en sus invectivas contra los placeres vanos, avanzó a tal grado las felicidades de una mesa sobria, una mente pura y un cuerpo casto, que un hombre no podría oírlo sin el amor a la continencia y la moderación. Con estos sermones suyos, me negué, durante algún tiempo, ciertas delicadezas que antes había usado; pero al poco tiempo volví a caer en ellas, aunque con tanta moderación, que la proporción se acercó a una abstinencia total.
Ahora bien, para mostrarles (dice nuestro autor) cuán más seria fue mi entrada en la filosofía que mi progreso, mi tutor Sotion me dio una maravillosa bondad para Pitágoras, y después de él para Sextius: el primero se abstuvo de derramar sangre sobre su metempsicosis: y poner a los hombres en temor de ella, para que no ofrecieran violencia a las almas de algunos de sus amigos o parientes difuntos. Si, dice, hay transmigración o no, si es verdadera, no hay daño en ella; si es falsa, hay frugalidad: y nada se consigue con la crueldad tampoco, sino engañando a un lobo, tal vez, o un buitre, con una cena. Ahora bien, Sextio se abstuvo por otro motivo, que era que no quería que los hombres se acostumbraran a la dureza de corazón por la laceración y tormento de las criaturas vivientes; además, que la naturaleza había provisto suficientemente para el sustento de la humanidad sin sangre. Esto me afectó tanto que dejé de comer carne, y en un año lo hice no solo fácil para mí sino placentero; mi mente pensó que era más en libertad (y sigo siendo de la misma opinión), pero la entregué de todos modos; y la razón fue esta: se imputaba como una superstición a los judíos, la tolerancia de algunos tipos de carne, y mi padre me trajo de vuelta de nuevo a mi antigua costumbre, para que no se me considere contaminado con su superstición. No, y me costó mucho convencerme de sufrirla también. Hago uso de este ejemplo para mostrar la aptitud de la juventud para tomar buenas impresiones, si hay un amigo a mano para presionarlas. Los filósofos son los tutores de la humanidad; si han descubierto remedios para la mente, debe ser una parte aplicarlos. No puedo pensar en Catón, Lelio, Sócrates, Platón, sin veneración: sus mismos nombres son sagrados para mí. La filosofía es la salud de la mente; miremos primero a esa salud, y en segundo lugar a la del cuerpo, que se puede tener en términos más fáciles; porque un brazo fuerte, una constitución robusta, o la habilidad de conseguir esto, no es asunto de un filósofo. Algunas cosas las hace como sabio, y otras como hombre; y puede tener fuerza tanto de cuerpo como de mente; pero si corre o tira el trineo, sería injurioso atribuir a su sabiduría lo que es común al mayor de los necios. Estudia más para llenar su mente que sus arcas; y sabe que el oro y la plata estaban mezclados con lodo, hasta que la avaricia o la ambición los separó. Su vida es ordenada, intrépida, ecuánime, segura; se mantiene firme en todas las extremidades y lleva la suerte de su humanidad con temperamento divino. Hay una gran diferencia entre el esplendor de la filosofía y el de la fortuna; el uno brilla con una luz original, el otro con una prestada; además de que nos hace felices e inmortales: porque el saber sobrevivirá a los palacios y monumentos. La casa del sabio es segura, aunque estrecha; no hay en él ruido ni muebles, ni portero a la puerta, ni cosa vendible ni mercenaria, ni negocio de fortuna; porque ella no tiene nada que hacer donde no tiene nada que cuidar. Este es el camino al cielo que la Naturaleza ha trazado, y es a la vez seguro y agradable; no se necesita séquito de sirvientes, ni pompa ni equipo, para hacer bien nuestro viaje; ni dinero ni cartas de crédito para los gastos del viaje; pero las gracias de una mente honesta nos servirán en el camino y nos harán felices al final de nuestro viaje.
Para decirles ahora mi opinión de las ciencias liberales; No tengo gran estima por nada que termine en ganancia o dinero; y, sin embargo, les dejaré ser tan provechosos, que sólo preparan el entendimiento sin detenerlo. No son más que los rudimentos de la sabiduría, y sólo deben aprenderse cuando la mente no es capaz de nada mejor, y vale más la pena conservar su conocimiento que adquirirlo. No pretenden tanto como hacernos virtuosos, sino sólo darnos una aptitud de disposición para serlo. La tarea del gramático consiste en una sintaxis del habla; o si procede a la historia, o a la medida de un verso, está al final de su línea; pero ¿qué significa una congruencia de períodos, el cómputo de sílabas o la modificación de números, para domar nuestras pasiones o reprimir nuestras lujurias? El filósofo demuestra que el cuerpo del sol es grande, pero por las verdaderas dimensiones del mismo debemos preguntar al matemático: la geometría y la música, si no nos enseñan a dominar nuestras esperanzas y miedos, todo lo demás es de poca utilidad. ¿Qué nos importa quién era el mayor de los dos, Homero o Hesíodo? o ¿cuál era más alta, Helena o Hécuba? Nos esforzamos mucho en rastrear a Ulises en sus andanzas; pero ¿no sería tiempo bien empleado en mirarnos a nosotros mismos para no desviarnos en absoluto? ¿No somos nosotros mismos sacudidos por pasiones tempestuosas? y ambos asaltados por terribles monstruos por un lado, y tentados por sirenas por el otro? Enséñame mi deber con mi país, con mi padre, con mi esposa, con la humanidad. ¿Qué me importa si Penélope fue honesta o no? enséñame a saber serlo yo mismo, y a vivir de acuerdo con ese conocimiento. ¿Qué soy mejor para juntar tantas partes en la música y crear una armonía a partir de tantos tonos diferentes? enséñame a afinar mis afectos y a mantenerme constante en mí mismo. La geometría me enseña el arte de medir acres; enséñame a medir mis apetitos y a saber cuándo tengo suficiente; enséñame a dividirme con mi hermano, y a gozarme en la prosperidad de mi prójimo. Tú me enseñas cómo puedo valerme por mí mismo y conservar mi patrimonio; pero prefiero aprender cómo puedo perderlo todo y, sin embargo, estar contento. «Es duro«, dirás, «que un hombre se vea obligado a abandonar la fortuna de su familia«. Esta propiedad, es verdad, era de mi padre; pero ¿de quién era en tiempos de mi bisabuelo? No digo sólo, ¿de qué hombre era? pero ¿de qué nación? El astrólogo me habla de Saturno y Marte en oposición; pero yo digo, que sean como quieran, sus cursos y sus posiciones les están ordenados por un decreto inmutable del destino. O producen y señalan el efecto de todas las cosas, o las significan; si es lo primero, ¿qué somos mejores para el conocimiento de lo que necesariamente debe suceder? Si es esto último, ¿de qué nos sirve prever lo que no podemos evitar? De modo que, lo sepamos o no, el evento seguirá siendo el mismo.
El que diseña la institución de la vida humana no debe sentir demasiada curiosidad por sus palabras; no corresponde a su dignidad ser solícito con los sonidos y las sílabas, y degradar la mente del hombre con cosas pequeñas y triviales; poner sabiduría en asuntos que son más difíciles que grandes. Si es elocuente, es su buena fortuna, no su negocio. Las disputas sutiles son sólo el deporte de los ingenios, que juegan con la trampa, y son más adecuadas para ser despreciadas que resueltas. ¿No sería un loco sentarme discutiendo sobre palabras y haciendo preguntas agradables e impertinentes, cuando el enemigo ya ha abierto una brecha, la ciudad disparada sobre mi cabeza y la mina lista para jugar que me volará por los aires? ¿Era éste un tiempo para tonterías? Que me fortalezca más bien contra la muerte y las necesidades inevitables; déjame entender que el bien de la vida no consiste en la longitud o el espacio, sino en el uso de él. Cuando me voy a dormir, ¿quién sabe si alguna vez volveré a despertar? y cuando despierte, ¿volveré a dormir alguna vez? Cuando me vaya al extranjero, ¿volveré alguna vez a casa? y cuando regrese, si alguna vez volveré al extranjero? No es sólo en el mar que la vida y la muerte están a pocos centímetros una de otra; pero también están tan cerca en cualquier otro lugar, solo que no le prestamos mucha atención. ¿Qué tenemos que ver con preguntas frívolas y capciosas, y sutilezas impertinentes? Estudiemos más bien cómo librarnos de la tristeza, del temor y del peso de todas nuestras secretas concupiscencias: pasemos por alto todas nuestras más solemnes liviandades y apresurémonos a la buena vida, que es algo que nos apremia. ¿Debe un hombre que busca una partera quedarse boquiabierto sobre un poste para ver qué juega hoy? o, cuando su casa está en llamas, detener el rizado de una peluca antes de que pida ayuda? Nuestras casas están en llamas, nuestro país invadido, nuestros bienes arrebatados, nuestros hijos en peligro; y podría agregar a esto las calamidades de terremotos, naufragios y cualquier otra cosa que sea más terrible. ¿Es este un momento para que juguemos rápido y suelto con preguntas ociosas, que en realidad no son más que acertijos inútiles? Nuestro deber es la cura de la mente más que su deleite; pero sólo tenemos las palabras de sabiduría sin las obras; y convertir la filosofía en un placer que se da como remedio. ¿Qué puede ser más ridículo para un hombre que descuidar sus modales y componer su estilo? Estamos enfermos y ulcerados, y debemos ser lanceados y escarificados, y cada hombre tiene tanto trabajo dentro de sí mismo como un médico en una pestilencia común. «Las desgracias«, en fin, «no pueden evitarse; pero pueden endulzarse, si no superarse; y nuestras vidas pueden alegrarse con la filosofía«.
Séneca
Capítulo IV
La Filosofía es la Guía de la Vida.
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
1— culturavegana.com, «La dieta de Séneca», Howard Williams
The ethics of diet, 1883. Última edición: 21 diciembre, 2022 | Publicación: 12 octubre, 2022. Lucio Anneo Séneca —el más grande nombre de la escuela estoica de filosofía, y el primero de los moralistas latinos—, nació en Corduba casi al mismo tiempo que el comienzo de la era cristiana.
Comparte este post sobre Séneca en redes sociales