John Evelyn, el representante de la parte más estimable de la vida media superior de su tiempo, que tan elocuentemente expuso las alabanzas de la dieta vegetal.
También reclama con Ray el honor de haber excitado primero, entre las clases opulentas de sus compatriotas, un gusto racional por el conocimiento botánico.
Especialmente meritorio y verdaderamente patriótico fue su llamamiento a los propietarios de la tierra, cultivando árboles para proporcionar al país madera útil y ornamental en beneficio de la posteridad. Fue uno de los primeros en tratar la jardinería y la plantación de forma científica; y su propio cultivo de plantas exóticas y otras valiosas fue un ejemplo muy útil seguido demasiado tarde por los terratenientes ignorantes o egoístas de aquellos tiempos y los siguientes. Habría sido en verdad bueno para la mayoría de la gente de estas islas, si los propietarios de la tierra se hubieran preocupado por desarrollar la enseñanza de Evelyn llenando el país con varios árboles frutales, y así suministrar a la vez un alimento fácil y saludable. ¡Oh fortunatos nimium, sua si bona nôrint, Agricolas!… Fundit humo facilem victum justissima Tellus. [1]
La familia de Evelyn se instaló en Wooton, en Surrey. Durante la lucha entre el Parlamento y la Corte, viajó al extranjero y viajó durante algunos años a Francia e Italia, donde parece haber empleado su tiempo libre de una manera más refinada y útil de lo que suele ser la mayoría de sus compatriotas viajeros. Regresó a casa en 1651. En la fundación de la Royal Society, unos diez años más tarde, Evelyn se convirtió en uno de sus primeros miembros. Su primera obra se publicó en 1664, Sylva; or, a Discourse of Forest Trees and the Propagation of Timber (“Sylva; o un Discurso de los árboles del bosque y la propagación de la madera”). Su causa inmediata fue la solicitud de consejo de los Comisionados Navales a la Royal Society en vista de la creciente escasez de madera, especialmente de roble, en Inglaterra. Una gran cantidad de la madera más valiosa que existe ahora es el resultado práctico de su oportuna publicación.
En 1675 apareció su Terra: a Discourse of the Earth Relating to the Culture and the Improvement of it, to Vegetation and the Propagation of Plants (Terra: un discurso de la tierra relativo a la cultura y el mejoramiento de la misma, a la vegetación y la propagación de las plantas). El libro por el que más se le conoce popularmente es su Diary and Correspondence, una de las producciones más interesantes del género. Además de su valor para dar una idea de la forma de vida en la sociedad de moda de la mayor parte del siglo XVII, es importante como crónica independiente de los acontecimientos públicos del día. La obra que más interés y valor tiene para nosotros es su Acetaria (Ensaladas o Hierbas que se comen con vinagre), en la que el autor profesa su fe en la verdad y excelencia de la dieta vegetariana. Desafortunadamente, de acuerdo con la perversidad habitual de la empresa literaria, es uno de esos pocos libros que, representando una verdad más profunda, son sin embargo los más descuidados por aquellos que se comprometen a suplir las necesidades mentales y morales del público lector.
Evelyn ocupó muchos altos cargos bajo los distintos gobiernos de la época; y estando, por tradición y conexión, unido al partido monárquico, atrajo (contrariamente a la experiencia general) el agradecido reconocimiento de la dinastía restaurada.
Habiendo aducido otros argumentos a favor de la abstinencia de la carne, Evelyn continúa:
“Y ahora, después de todo lo que hemos avanzado a favor de la dieta herbácea, todavía surge otra pregunta, a saber, si el uso de hierbas y plantas crudas es tan saludable como se alega. Qué opinión tenía de ellos el príncipe de los médicos, lo veremos más adelante; como también lo que parecen inferir los registros sagrados de los tiempos antiguos, antes de que hubiera ningún desastre de carne en el mundo; junto con los informes de personas que a menudo están versadas entre muchas naciones y pueblos, quienes, hasta el día de hoy, viviendo de hierbas y raíces, llegan a una edad increíble en constante salud y vigor, lo cual, ya sea atribuible al aire y al clima, costumbre, constitución, etc., deben ser investigados.”
Cardan, —el pseudo-sabio del siglo XVI—, había escrito, al parecer, a favor de la carne. Evelyn nos informa que:
“Esto, [la supuesta superioridad de la carne] su erudito antagonista, lo niega por completo. Naciones enteras, —devoradoras de carne, como las más al norte—, se vuelven pesadas, aburridas, inactivas y mucho más estúpidas que las del sur; y las que se alimentan más de plantas son más agudas, sutiles y de mayor penetración. Testimonio de los caldeos, asirios, egipcios, etc. Y argumenta además a partir de las cortas vidas de la mayoría de los animales carnívoros, en comparación con los que se alimentan de hierba y los rumiantes, como el venado, el camello y el longevo elefante, y otros que se alimentan de raíces y vegetales.
“Tan pronto como el viejo Parr vino a cambiar su dieta sencilla y hogareña por la de la Corte y Arundel House, rápidamente se hundió y se desmayó; porque, como hemos mostrado, el estómago prepara con facilidad alimentos sencillos y familiares, pero le resulta una tarea dura y difícil vencer y dominar las carnes de diferentes sustancias. De donde vemos tan a menudo a personas templadas y abstemias de dieta colegiada [de una edad lejana, debemos suponer] muy sanas; labradores y gente laboriosa más robusta y longeva que otras de costumbre incierta y extravagante.”
Apela a la reverencia bíblica de sus lectores y les dice:
“Cierto es, Dios Todopoderoso ordena hierbas y frutas para el alimento del hombre, no habla una palabra acerca de la carne por dos mil años; y cuando después, por la constitución mosaica, hubo distinciones y prohibiciones sobre la impureza legal de los animales, las plantas de cualquier clase quedaron libres e indiferentes para que cada uno eligiera lo que más le gustaba. ¿Y si se considerara indecente e impropio la excelencia de la naturaleza del hombre, antes de que el pecado entrara y se volviera enormemente perverso, que cualquier criatura fuera condenada a muerte y dolor por él que tenía una provisión tan infinita del fruto más delicioso y nutritivo para deleitar, y el árbol de la vida para sustentarlo? Sin duda no había necesidad de ello. Los infantes buscaban los pezones de la madre tan pronto como nacían, y cuando crecían y eran capaces de alimentarse por sí mismos, corrían naturalmente hacia la fruta, y aun así elegirían comerla en lugar de la carne, y ciertamente podrían persistir en hacerlo, si la Costumbre no prevaleciera incluso contra la mismos dictados de la Naturaleza. [2]
“Y ahora, para recapitular por qué otras prerrogativas se ha celebrado la disposición hortulana además de su antigüedad, y la salud y longevidad de los antediluvianos, —a saber, la templanza, la frugalidad, el ocio, la comodidad y otras innumerables virtudes y ventajas que la acompañan, no son menos atribuibles a ella. Escuchemos a nuestro excelente botánico, el señor Ray.
Luego cita la profesión de fe del padre de la botánica y la zoología inglesas; y continúa explayándose elocuentemente sobre los variados placeres de una dieta sin carne ni frutas:
“A esto podríamos añadir esa arrebatadora consideración, que se convierte a la vez en nuestra veneración y admiración, del infinitamente sabio y glorioso Autor de la Naturaleza, que ha dado a las plantas propiedades tan asombrosas; tal calor ardiente en algunos para calentar y apreciar; tal frialdad en otros para templar y refrescar; tal jugo pinguido para nutrir y alimentar el cuerpo; tales ácidos vivificantes para obligar al apetito, y vehículos agradecidos para cortejar la obediencia del paladar; tal vigor para renovar y apoyar nuestra fuerza natural; sabores y perfumes tan arrebatadores para recrearnos y deleitarnos; en fin, tal fuerza espirituosa y activa para animar y revivir cada parte y facultad a toda clase de capacidad humana y, casi diría, celestial.
“¿Qué añadiremos más? Nuestros jardines nos los presentan todos: y, mientras los Shambles están cubiertos de sangre y hedor, nuestras Ensaladas escapan a los insultos de la mosca del verano, purifican y calientan la sangre contra la ira del invierno. Ni quiere que haya variedad en más abundancia que la que cualquiera de las edades anteriores pudiera mostrar.”
Evelyn produce una serie imponente de los «Padres Antiguos»:
“En resumen, tantos, especialmente de profesión cristiana, la defienden [la comida sin sangre] que algunos incluso de los mismos padres antiguos han pensado que el permiso de comer carne a Noé y sus hijos les fue concedido no de otra manera que el repudio de esposas era para los judíos, —a saber—, para la dureza de sus corazones y para satisfacer a una generación murmuradora”. [3]
Está “persuadido de que se ha derramado más sangre entre cristianos” por la adicción al alimento sanguinario que por cualquier otra causa:
“No es que lo impute solo a que comamos sangre; pero a veces me pregunto cómo sucedió que una sanción tan estricta, tan solemne y famosa, no sobre una cuenta ceremonial, sino (como algunos afirman) moral y perpetua, para la cual también parece haber pruebas más justas que para la mayoría de los otros controversias agitadas entre los cristianos— deben ser tan generalmente olvidadas, y dar lugar a tantas otras disputas impertinentes y cavilaciones sobre supersticiones supersticiosas que frecuentemente terminan en sangre y degüellos”. [4]
Es oportuno aquí referirse a los sentimientos del opuesto político y eclesiástico contemporáneo de Evelyn, —el gran poeta y patriota puritano—, uno de los nombres más grandes de toda la literatura. El sentimiento de Milton, en la medida en que tuvo ocasión de expresarlo, está bastante al unísono con los principios de la reforma dietética y en simpatía con las aspiraciones de una vida más espiritual.
En uno de sus primeros escritos, en vísperas de la producción de uno de los mejores poemas de su tipo en lengua inglesa, —la Ode to Christ’s Nativity, compuesta a la edad de veintiún años—, escribe en verso latino a su amigo Charles Deodati, recomendando la dieta más pura en todo caso a aquellos que aspiraban a las creaciones más nobles de la poesía:
“Simplemente deja que aquellos, como él de Samos, vivan:
Que las hierbas les den un banquete sin sangre.
En copas de hayas dejen brillar su bebida,
¡Fresca del manantial de cristal su vino sobrio!
Su juventud debe pasar en inocencia segura
De mancha licenciosa, y de modales puros.
* * * * * * *
Porque estos son bardos sagrados y, desde arriba,
Bebe grandes infusiones de la mente de Júpiter”. [5]
Para los lectores de su obra maestra Paradise Lost, tal vez sea un trabajo supererogatorio señalar los encantadores pasajes en los que describe con simpatía la comida de la Era de la Inocencia:
“Frutas saladas, de gusto para complacer
Verdaderos apetitos.”
En el discurso de Rafael con sus animadores terrestres, el mensajero etéreo pronuncia una profecía (como podemos tomarla) de la futura adopción general por parte de nuestra raza de “fruto, alimento del hombre”, y podemos interpretar su insinuación:
“Puede llegar el momento en que los hombres
Con los ángeles pueden participar, y encontrar
Sin dieta inconveniente, ni comida demasiado ligera.
Y de esos nutrientes corporales tal vez
Vuestros cuerpos pueden por fin volverse todos en espíritu,
Mejorado por la extensión del tiempo, y ascender alado
Etéreo como nosotros; o puede, a elección,
Aquí, mora o en los paraísos celestiales”
… como una imagen del verdadero paraíso terrenal que será: “el Paraíso de la Paz”.
Con estas exquisitas imágenes de la vida de festines incruentos y comidas ambrosiales podemos comparar la temible imagen de la Corte de la Muerte, desplegada en visión prospectiva ante la mirada aterrorizada del progenitor tradicional de nuestra especie, donde, entre los ocupantes, el el mayor número son víctimas de “la intemperancia en las comidas y bebidas, que en la tierra traerá enfermedades espantosas”. En este lazareto universal podría verse:
“todas las enfermedades
De espasmo espantoso, o tormento tormentoso, Qualms
De la agonía del corazón enfermo, todos los tipos febriles,
Convulsiones, Epilepsias, Catarros feroces,
Cálculos intestinales y úlceras, cólicos,
frenesí demoníaco, melancolía abatida,
y la locura golpeada por la luna, languideciente atrofia,
marasmo, y pestilencia extensa,
Hidropesías y asmas, y reumas que trastornan las articulaciones.” [6]
Muy diferentes, en otros aspectos, de los del autor de la History of the Reformation in England los sentimientos de su célebre contemporáneo Bossuet, cuya elocuencia le valió el título distintivo de “Águila de Méaux”, en cuanto al carácter degradante de la alimentación humana prevaleciente en el mundo occidental, son lo suficientemente notables como para merecer alguna atención. Las Oraisons Funêbres y, en particular, su Discours sur L’Histoire Universelle le han otorgado un alto rango en la literatura francesa. Pero un solo pasaje en la última obra, lo admitiremos fácilmente, hace más crédito a su corazón que sus esfuerzos más elocuentes en oratoria o literatura a su intelecto. Que, al igual que otros teólogos, católicos y protestantes, haya creído necesario asumir la intervención de la Deidad para sancionar el sustento de la vida humana mediante la destrucción de otra vida inocente, no afecta el peso de la evidencia intrínseca derivable de la sentimiento natural en cuanto a la influencia degradante del Slaughter-House. Así es como él, al menos implícitamente, condena la práctica bárbara:
“Antes del tiempo del Diluvio el alimento que sin violencia los hombres obtenían de los frutos que caían de los árboles de ellos mismos, y de las yerbas que también maduraban con igual facilidad, era, sin duda, alguna reliquia de la primera inocencia y de la mansedumbre (douceur) para la que fuimos formados. Ahora bien, para obtener alimento tenemos que derramar sangre a pesar del horror que naturalmente nos inspira; y todos los refinamientos de que nos valemos para cubrir nuestras mesas, apenas bastan para disfrazarnos los cadáveres ensangrentados que tenemos que devorar para mantener la vida. Pero esto es sólo la menor parte de nuestra miseria. La vida, ya acortada, se abrevia aún más por las violencias salvajes que se introducen en la vida de la especie humana. El hombre, a quien en las primeras edades hemos visto perdonar la vida a otros animales, se ha acostumbrado en adelante a no perdonar la vida ni siquiera a sus semejantes. En vano prohibió Dios, inmediatamente después del Diluvio, el derramamiento de sangre humana; en vano, para salvar algunos vestigios de la primera dulzura de nuestra naturaleza, al permitir el comer carne prohibió el consumo de la sangre. Los asesinatos humanos se multiplicaron más allá de todo cálculo”.
Bossuet, unas páginas más adelante, llega a la consecuencia necesaria y natural del asesinato de otros animales, cuando registra que “el género humano embrutecido ya no podía elevarse a la verdadera contemplación de las cosas intelectuales”. [7]
Howard Williams
The ethics of diet, 1883
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1— El tratado de Samuel Hartlib, titulado A Design for Plenty, by a Universal Planting of Fruit Trees, que apareció durante el gobierno de la Commonwealth, sin duda sugirió a Evelyn su publicación afín. Hartlib (de una distinguida familia alemana) se instaló en este país alrededor del año 1630. Por sus escritos, en defensa de una mejor agricultura y horticultura, ha merecido una agradecida conmemoración de tiempos posteriores. Cromwell le dio una pensión de 300 libras esterlinas, que le quitó Carlos II, y murió en la pobreza y el abandono. Milton le dedicó su Tractate on Education.
2— Locke (uno de los nombres más altos de la Filosofía) ya había exhortado a las madres inglesas a hacer que sus hijos se abstuvieran “totalmente de la carne”, al menos hasta completar el cuarto o quinto año. Recomienda encarecidamente una cantidad muy moderada de carne para después de años; y piensa que muchas enfermedades pueden atribuirse a la tonta indulgencia de las madres con respecto a la dieta.—Véase Thoughts on Education, 1690.
3— Cita, entre otros, a Tertuliano De Jejuniis (Sobre el ayuno), cap. IV.; Jerónimo (Adv. Jovin); Clemente de Alejandría (Strom. VII); Eusebio, Preparatio Evangelica (Preparación para el Evangelio), que cita a varios abstinentes de entre los filósofos de las teologías antiguas.
4— Acetaria (“Discurso de ensaladas”). Dedicado a Lord Somers, de Evesham, Lord High Chancellor de Inglaterra y Presidente de la Royal Society, Londres, 1699.
5— Traducido por Cowper de los poemas latinos de Milton. En una nota al poema original, Thomas Warton comenta con razón que “los panegíricos de Milton sobre la templanza tanto en el comer como en el beber, como resultado de su propia práctica, son frecuentes”.
6— Paradise Lost, V y XI Cf. Queen Mab.
7— Le sang humain abruti ne pouvait plus s’élever aux chooses intellectuelles. Véase Discours sur L’Histoire Universelle, un esbozo histórico que, aunque necesariamente infectado por los prejuicios teológicos del obispo, es, por lo demás, considerando el período en que fue escrito, una producción meritoria como uno de los primeros intentos de una especie de “filosofía de la historia”.
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
FUENTES BIBLIOGRÁFICAS
1— culturavegana.com, «La ética de la dieta», Howard Williams, Editorial Cultura Vegana, Publicación: 7 julio, 2022. En la actualidad, en todas las partes del mundo civilizado, las antaño ortodoxas prácticas del canibalismo y los sacrificios humanos son contempladas universalmente con perplejidad y con horror.
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