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¿Por qué hay animales limpios e inmundos?

Última edición: 1 octubre, 2022 | Publicación: 30 septiembre, 2022 |

Levítico 11 sigue siendo de interés para nuestros investigadores, porque todavía no se ha podido llegar a una conclusión clara y convincente. 

Se cree que la búsqueda del significado del animal que es limpio o inmundo, se remonta a los días de Aristeas y otros teóricos judíos de un siglo antes de Jesús. A continuación presento seis posiciones.

Los inmundos son los que perdieron su pureza inherente: Una posición adventista, propuesta principalmente por la antropóloga Mary Douglas, dice que “el Antiguo Testamento parte de la idea de que todos los seres humanos, las cosas y la mayoría de los animales son limpios”, pero se pueden contaminar, llegando a ser “inmundos” por perder su pureza inherente. Presenta tres ejemplos de contaminación: Mediante el contacto con un cadáver; “por las emisiones corporales” de Levítico 15:2-28, y la lepra. Esta impureza adquirida era eliminada mediante las ceremonias rituales que se leen en las leyes de Moisés. Pero cuando la impureza no era adquirida, como era el caso de los animales declarados “inmundos”, no podía ser eliminada por el ritual y quedaba excluida. Los que mantienen esta posición también creen que “la impureza inherente a los animales inmundos vivos, no puede ser transferida a los que entran en contacto con esos animales”. Además, creen que hay dos clases de leyes: Una es “universal”, porque en estos casos se incluía a los extranjeros (Lev. 17:8); y otra para “la comunidad del Pacto”, es decir para los israelitas y sólo a los extranjeros convertidos y circuncidados. Pero esta postura tiene algunas dificultades que debe resolver:

Es verdad que todo lo que Dios creó fue originalmente limpio y “bueno en gran manera” (Gén. 1:31). Pero también lo fue el caballo, el perro y todos los que hoy son declarados inmundos para comer (Lev. 11). No había entonces nada impuro inherente ni adquirido por obra del Creador. Tampoco por razones alimenticias, pues entonces la carne no formaba parte de la dieta original. El mandato para todos los animales y el hombre, fue que comieran únicamente los vegetales que dan frutos y semillas (Gén. 1:29,30).

Con la entrada del pecado, no se contaminaron únicamente los llamados “animales inmundos”, sino todos los vegetales, los animales, todos los hombres nacidos de Adán, y “la creación misma” (Sal. 51:5; Rom. 5:12; 8:21).

Entonces, ¿por qué la manzana, que hoy está contaminada por el pecado, no es declarada inmunda en la lista que se lee en Levítico 11? Porque en la ley de Moisés no sólo se habla del pecado inherente a “la creación misma” —el pecado de naturaleza que es involuntario y de ignorancia del bebé, el perro, etc.—, sino también del adquirido por pecara sabiendas; y porque contiene algo que produce pecado, es decir, que nos enferma físicamente. Por eso, entre las leyes de la torah debemos saber diferenciar las que son de carácter civil, que fueron abrogadas desde que el pueblo judío rechazó a su Rey por el César (Juan 19:15), de las leyes que son para la salvación del cuerpo y del alma. Éstas no fueron abolidas, sino cumplidas totalmente por ejemplo en la vida de Cristo, y por su muerte vicaria en la cruz (Mat. 5:17).

Lo que también quedó anulado fue el sistema de enseñanza mediante figuras, y por medio de decretos y reglamentos. Contrariamente a lo que Dios quería (Mat. 19:8), en el Pacto Antiguo el pecador debía salvarse por ley, no por una invitación evangélica como entendemos hoy. Y al que guardaba la carne de un animal limpio que no alcanzaba a comer, no se le instruía para que se cuidara de comer la echada a perder, sino que al tercer día, por conservar esa carne, la ley lo declaraba culpable y era separado de Israel sin miramientos (Lev. 19:5-8). Esto era así porque después de cuatro siglos de esclavitud, el negro manto de la ignorancia había cubierto al pueblo de Israel hasta ocultarles el Sol de justicia; y sólo podían discernir lo que era bueno y lo malo, mediante reglamentos que obedecían por temor.

Es común creer que en el Antiguo Testamento (AT) hay dos leyes: La ley de Moisés (torah), de carácter local, que fue abolida en la cruz, y la ley universal de Dios que contiene los Diez mandamientos. Pero la “ley de Dios” incluye la ley que escribió Moisés en un libro (Jos. 24:26; Neh. 10:29). En esta última ley se puede leer dos veces la ley moral de los Diez Mandamientos y una lista de mandamientos de carácter universal, que no fueron abolidos. Todavía hay mandamientos ceremoniales que no se cumplieron, sino durante el tiempo del fin y en la segunda venida, cuando después de la fiesta de las trompetas y del juicio que pronto terminará, nos reuniremos en el cielo participando de las feliz ceremonia de las cabañas, es decir de la vida celestial, lejos de las casas edificadas por el hombre, donde habitamos toda la vida.

Las emisiones corporales, como el semen derramado involuntariamente y la menstruación, no son emisiones inmundas, porque fueron creadas por Dios para reproducción de la humanidad antes de la entrada del pecado (Gén. 1:28). El inmundo es el individuo que no se preocupa en higienizarse, o, por falta de agua en el desierto, no permite que los flujos se sequen al sol, para evitar que lo bueno se torne perjudicial. Este problema es semejante a lo que mencioné de la carne comestible de animal limpio, que se torna inmunda por permitir la invasión de bacterias perjudiciales para la salud.

Mediante investigaciones realizadas a mediados del siglo pasado en la Clínica Mayo, en EEUU, con 600 mujeres judías, y luego con 8.500 más, se probó que una de las principales causas de cáncer de cuello de útero, es producido por las bacterias virulentas y el bacilo de la esmegma que se depositan debajo del prepucio, por aquellos que no se higienizan debidamente o no emplean preservativos.

Otro ejemplo lo encontramos con las semillas sobre las cuales cayó un animal muerto. Si estaban secas, seguían siendo limpias para poder sembrar. Pero si en ese momento estaban húmedas, eran consideradas inmundas, aunque fueran del reino vegetal, pues podían contagiar fácilmente al sembrador (Lev. 11:38). Así que en ciertas condiciones, también los vegetales podían ser inmundos.

De paso, los que creen que la clasificación divina de animales limpios e inmundos no tiene relación con la alimentación adecuada, argumentan que entre los vegetales hay algunos que son venenosos, y no se los identifica en esa clasificación. Pero la Biblia no es una enciclopedia exhaustiva, sino un libro preparado para que pueda ser útil en cualquier momento, especialmente cuando en la iglesia se menciona algún pasaje de él, sin tener que recurrir a una biblioteca (Juan 21:25). Por eso es que Dios revela lo que es indispensable por su importancia, o porque sabe que el hombre tiene dificultad para comprenderlo. Justamente, es por este motivo que después de 3.500 años que Moisés nos advirtiera acerca del el consumo del vino y las carnes inmundas, todavía muchos científicos lo discuten aunque no falten evidencias.

Como enseñaba la ley de Moisés, no solo quedaba inmundo el que tocaba un animal muerto, sino también una persona viva inmunda y un animal vivo inmundo portador de enfermedades, como el roce con la piel y la boca de los reptiles no venenosos (Lev. 22:5,6).Incluso la sangre de un animal limpio que salpicaba ensuciando la vestidura y las manos del sacerdote oficiante, lo convertía en inmundo y debía limpiarse (Lev. 16:4).

Es cierto que el extranjero estaba obligado a cumplir los mandamientos morales y universales de Israel (Éxo. 20:10; Deut. 5:14). Pero no siempre quedaba libre de cumplir las leyes rituales de la torah . Por lo tanto, no podemos definir con claridad si un mandamiento es local o universal por este medio. Por ejemplo, un israelita podía vender carne a un extranjero, de un animal muerto que no se le derramó su sangre (Deut. 14:21). Pero si el extranjero deseaba permanecer con los hebreos, estaba obligado a ser circuncidado (Gén.17:12, 27; Eze. 44:9). Podía ofrecer ofrendas por el pecado exactamente como pedía la ley ceremonial para el israelita (Núm. 15:14-16); y si cometía algún delito, debía ser apedreado según la ley del Pacto Antiguo (Lev. 20:2; 24:16, 22), o salvar su vida buscando asilo en las mismas ciudades de refugio de los hebreos (Núm. 35:15).

Por el significado ético de los animales: Según otra Interpretación, las carnes inmundas tienen un significado ético, porque sostiene que comer carne de un depredador, alimenta en nuestro interior los instintos salvajes de nuestra naturaleza pecaminosa. Una posición semejante a esta se remonta a tiempos pre-cristianos de que ya está presente en la Carta de Aristeas (par. 145-148, 153). También se encuentra en los escritos de Filón de Alejandría y varios padres de la Iglesia, como Bernabé, Ireneo, Clemente de Alejandría, Orígenes y Novaciano.

Pero los japoneses y los pueblos que comen carnes inmundas, no son menos pacíficos que los musulmanes y algunos judíos, que dicen respetar la ley de Moisés. Además, hay muchos animales, como el conejo, la liebre, la cigüeña, el pelícano, la garza, el ratón blanco y la ardilla, que son inmundos y no se los encuentra en la lista de los depredadores. En cambio la langosta, que no es inmunda, puede transformarse en una temible plaga para los cultivos.

La ciencia y la Revelación nos dicen que en realidad, todo alimento de origen animal limpio o inmundo, tiene substancias, como la xantina, hipoxantina, creatina y creatinina; el colesterol malo y la producción de ácidos úricos e histaminas, que son perjudiciales para nuestro organismo, y desarrollan los bajos instintos de nuestra naturaleza. Por eso Elena G. de White recibió visiones con serias advertencias para aquellos que insistan en continuar con el consumo diario de carnes limpias. [1]

Los animales que no son perfectos para Dios: Otra interpretación, que sostienen algunos exégetas del AT, con problemas semejantes a la posición anterior, sostiene que los animales inmundos son aquellos que no son santos porque no son perfectos, ni cumplen los propósitos originales del Creador. Así que un tigre y una vaca pueden encontrarse en un perfecto estado de salud, pero el tigre sigue siendo inmundo porque no se comporta como se comportaba en el Edén. Pero el conejo y la cigüeña no parecen haber cambiado sus hábitos originales, sin embargo no se encuentran en la lista de los que son limpios.

Son inmundos los que son adorados por los paganos: Según otra teoría los animales eran adorados por las naciones paganas, y por esa razón fueron declarados inmundos en los círculos de Israel. Esta idea se encontraba en los escritos de Orígenes, y todavía es favorecido por algunos comentaristas modernos. Pero, según esta interpretación, el becerro que se sacrificaba por orden de Dios en el santuario, sería un animal inmundo porque era adorado por los egipcios.

Son limpios los que fueron ofrecidos en el santuario: Una posición muy generalizada entre nuestros intérpretes, sostiene que los animales que podemos comer, son los que Dios santificó (Lev. 11:44,45). Son limpios, porque se encuentran en la lista de los animales que se podían ofrecer en el santuario. Se vale de las declaraciones que se leen en Génesis 7:2,3 y 8:20, para argumentar que Noé ofreció en sacrificio “de todo animal limpio”. Por lo tanto, ahora todos los que son limpios, lo son porque fueron santificados y ofrecidos en sacrificio.

Primero tenemos que ver cómo se emplea la palabra hebrea “kol” (todo); que tiene el mismo significado de “pas” en el N.T., cuando en Génesis 8:20 dice: “Tomó de todo animal (bejemá) limpio y de toda ave (of) limpia”. El vocablo “todo”, en la Biblia, es un todo relativo (kol: Gén. 2:20; 6:13,21; 7:8,14; 8:21; 9:3, etc. Pas: Mar. 10:21; Juan 16:3; Col. 1:6,23; 3:20, etc.). Dios no destruyó a “todo” ser en la tierra, ni cargó sobre el arca a “todo” reptil; ni dio permiso para que el hombre comiera “todo” lo que se mueve. Jesús no quiso decir que el joven rico debía vender “todo” para ser un mendigo que no le quedara absolutamente nada. Tampoco Dios nos dará “todo” lo que pedimos, ni siempre se debe obedecer a los padres en “todo”. Tampoco el evangelio se predicó en el primer siglo a “todo” el mundo y a “toda” criatura.

Los que sostienen esta posición deberían buscar en la Biblia la respuesta a esta pregunta: ¿Dios santificó y pidió que fueran ofrecidos en sacrificio, los animales que eran limpios para la alimentación humana, o llegaron a ser limpios porque los eligió para el sacrificio?

No debemos olvidar que el sacrificio de animales se venía realizando desde los días de Adán y Eva. Y por lo tanto, Noé y su familia comprendían perfectamente qué significaba ofrecer “todo” animal limpio. En el AT se emplean dos palabras para insectos alados: Of  (Gén. 1:20,21) y sherets. Y entre los seres alados que son limpios para comer, están las langostas, el argol y el hagab, que también se las identifica con otros seis nombres más, pero que en ninguna parte de la Biblia se las ofrece en sacrificio. Moisés señala claramente cuáles eran los animales y las aves limpias que se debían ofrecer sobre el altar del holocausto (Lev. 1:2,14; 3:1,6,7). Si para cierta ofrenda Dios pedía un cordero y para otra una vaca, no debían ser cambiadas por un ciervo y un búfalo respectivamente. Por eso, para la expiación, nunca se nombra la langosta, la gacela, el antílope, el búfalo, los peces con aletas y escamas, y los otros animales limpios.

Otro argumento que presenta esta posición, es que todo animal que se mataba como alimento, primero debía ser degollado en el santuario y ofrecido en el altar del sacrificio (Lev. 17:3-6). Pero si leemos detenidamente, el contexto nos indica que la prohibición era para los animales que se querían ofrecer “a los demonios”; en los lugares altos, o delante de la casa, como sacrificio para expiación del pecado de la familia, en lugar de presentarlos en el santuario (Vers. 7-9).

Los animales inmundos son los más tóxicos para el organismo humano: Examinemos ahora la postura teológica que se acerca más a la Palabra de Dios. Ésta sostiene que un animal no es limpio porque Dios lo santifica, sino que él santifica lo que sabe que es bueno para el cielo y para el pecador. Dios no hace nada sin razón y sin motivo. No siempre podemos saber el porqué de todo lo que nos revela. Y este tema parece ser de los que siempre quedan interrogantes. Sin embargo, hay algunos de ellos que ya deberían haber sido eliminados —recuerde que Dios revela lo que cree que es indispensable—, y deja a un lado lo que sabe que lo podemos entender por nosotros mismos.

La Palabra de Dios nos hace comprender claramente por qué clasifica los animales en limpios e inmundos. Y también por qué, incluso los animales que declara limpios, pueden ser perjudiciales para nuestra salud cuando el consumo es diario o excesivo (Gén. 1:29; Éxo. 16:4; Núm. 11:4,19, 33,34; Sal. 105:37; Prov. 23:20; Dan. 1:12-15,19). A continuación presento dos motivos principales por qué Dios señala estas dos clases de animales:

Primero:

Para conservar la salud del cuerpo: Valiéndose de ciertos anuncios que se divulgan sin rigor científico, hace poco la presidente de un país sudamericano dio instrucciones para que se comiera más carne de cerdo, argumentando que su grasa es más digerible y saludable que la de los vacunos.

Sabemos que hay animales, como los reptiles y el cerdo, cuyos hábitos de vida están relacionados con toda clase de inmundicias. Por eso su consumo llega a ser muy riesgoso para la salud. Sin embargo, esto puede ocurrir también con los que son declarados limpios, que puede transmitir al hombre cerca de 70 enfermedades distintas.

También sabemos que los microbios patógenos pueden ser destruidos mediante altas temperaturas. Pero si este fuera el problema, el Señor no habría separado los animales en impuros y limpios, sino en los que deben ser cocinados más que los otros. Por lo tanto, el argumento que presentábamos en contra del consumo de carne de cerdo, como las enfermedades producidas por la triquinosis, no es suficiente.

La pregunta que debemos formularnos es esta: ¿Por qué los caballos y las vacas pueden convivir pacíficamente y alimentarse de lo mismo toda la vida, pero los primeros quedan inmundos y los segundos limpios? ¿Por qué una planta es comestible y otra que crece a su lado puede ser venenosa? Es evidente que no depende de la fuente de mantenimiento y de crecimiento, sino de un factor inherente en ellos. No se trata de una química externa que los hace cambiar, sino de una interna que los hace ser diferentes por naturaleza.

Y es aquí donde se cumple el propósito de la Revelación, cuando recordábamos porqué Dios revela sólo lo indispensable, o aquello que sabe que, por prejuicio, los hombres de ciencia no nos darán su apoyo por mucho tiempo, a fin de que podamos encontrar la explicación. Algo semejante pasaba con la grasa animal, que era tan renombrada por su excelente fuente de energía, hasta que por fin los experimentos confirmaron la verdad mosaica de su prohibición (Lev. 3:17).

Como dije, también podemos señalar los supuestos beneficios que algunos científicos le dan al vino con cierto grado de alcohol, donde todavía no se ha hecho un estudio serio como para probar que la Palabra de Dios no comete errores (Prov. 23:31-33). De paso, cualquier científico sabe que lo bueno del vino no está en el alcohol, sino en la uva. ¿Por qué, entonces, no hablan de las bondades del jugo de uva, y se termina así la discusión?

Sin embargo, ya hay algunos estudios científicos que pueden ayudarnos a encontrar algunas causas por qué Dios prohíbe el consumo de ciertas carnes. Y esto ocurrió a mediados del siglo pasado, cuando el Dr. David I. Macht, investigador en Baltimore, Maryland, comprobó la reacción fito farmacológica en el crecimiento de la planta Lupinus albus, al absorber el jugo de distintas carnes, comprobando que si bien todas tenían cierto grado de índice fitotóxico, para las carnes declaradas inmundas de la Biblia, el índice se elevaba enormemente. De la larga lista de pruebas, las carnes más tóxicas resultaron serla del caballo, la ardilla, el cerdo y la liebre. Y las menos tóxicas fueron la oveja, la cabra, el ciervo, el pato y la paloma. En los peces también se comprobó la alta toxicidad de los llamados inmundos [2]. 

Por supuesto, ahora esperamos un estudio científico en el hombre, que nos permita probar que, efectivamente, el problema mayor de las carnes inmundas radica en su toxicidad, y donde una buena cocción no elimina el problema. Si los hombres de ciencia noven esa diferencia bíblica que existe en las distintas carnes, es posible que, como ocurrió por tanto tiempo con los males del tabaco, los resultados se perciban con los años. Por eso es que Elena G. de White dice que “muchos mueren de enfermedades debidas únicamente al uso de la carne, sin que nadie sospeche la verdadera causa de su muerte. [3]

Sin embargo, ya hay estudios serios que prueban la gran toxicidad de la carne porcina. Y éstos son los resultados:

Como el ADN del cerdo es 90% semejante al del hombre, su carne es aceptada fácilmente en nuestro aparato digestivo. Por lo que resulta un peligro si sus proporciones químicas no coinciden con la de nuestro cuerpo, provocando alteraciones que generan diversas enfermedades. Pero además del contenido proteico, que llama la atención que sólo un 14% es asimilada en el organismo humano, la carne de cerdo aporta un 60% de grasas insaturadas beneficiosas para nuestro organismo; mientras que la carne de vaca tiene un 55% de insaturadas, y el cordero un 47%. Es decir que, en proporción, la abundante grasa que tiene el puerco, no es tan perjudicial como se pensaba. Pero siempre que su cocción sea breve, de lo contrario sus ácidos grasos monoinsaturados se transformarán en polinsaturados. Lo mismo ocurre con los embutidos de esta carne. Esto explica por qué los que acostumbran a comerla son obesos. Y si decidimos cuidarnos de la grasa perjudicial cocinándola poco tiempo, seremos perjudicados con alguna de las 80 enfermedades causadas por gérmenes, virus y parásitos, como las conocidas cisticercosis y triquinosis. Por lo tanto, comer carne de puerco es un riesgo de cualquier manera.

El Dr. Hassan Mustafa, un miembro de la Unión Mundial para la Salud en Canadá, presenta siete razones médicas más para evitar la carne de cerdo. Entre ellas informa que tiene un alto grado de ácido úrico en su orina, que al ser muerto permanece en su cuerpo el 98% de su totalidad. Esto no sucede con otras carnes. Por eso produce prurito y artritis.

Además contiene niveles elevados de la hormona del crecimiento, que junto con la Colesterina que posee, acelera la proliferación de células cancerígenas en formación. Como además contiene un elevado nivel de histamina y cuerpos imidazólicos, también favorece los procesos inflamatorios y urticariantes, tales como apendicitis, colecistopatías, flebitis, flujo vaginal o leucorrea (en mujeres), abscesos y flemones, así como enfermedades cutáneas de la piel, úlceras gástricas, inflamaciones, enfermedades alérgicas y asma. Y con el tiempo fiebre de heno, rinitis vasomotora, arritmia cardíaca e inclusive infarto de miocardio.

Además de su alto contenido en toxinas, el profesor Shope, del lnstituto de investigación de enfermedades víricas de Londres, dice que produjo la pandemia mundial llamada “gripe porcina”. [4] 

El investigador Hans H. Reckeweg, fundador de la Homotoxicología, cuenta de grupos humanos que pueblan el territorio de Hunsa, en la India, y no ingieren ninguna clase de carne de puerco, son sanos y trabajan hasta muy avanzada edad. Pero no sucede lo mismo con los habitantes del otro lado del valle que comen esa carne. También informa que durante la Segunda guerra mundial, los soldados de la campaña del norte de África bajo el mando del Mariscal Rommel, se enfermaron de “úlceras tropicales”. En las piernas desarrollaron fétidas ulceraciones que los inutilizaban para la lucha. Probaron de todo, hasta dejar la ingesta de carne porcina, y el mal desapareció en poco tiempo.

El hambre que produjo la guerra, obligó a toda la población alemana a cambiar de régimen alimenticio. El tocino americano y la carne de caballo no se pudieron comer hasta 1950. Y esto favoreció la salud del pueblo alemán, hasta que volvieron a comer de ellas, sufriendo las mismas enfermedades de hacía medio siglo. Fue entonces cuando el Dr. Reckeweg entendió que además de los problemas parasitarios del cerdo, la misma carne es tóxica para nuestro organismo. Y en 1955 publicó su libro: “Homotoxinas y Homotoxicosis, bases para una Síntesis de la Medicina”. Editora Aurelia Verlag, Baden.

Este científico empleó no sólo la observación clínica, sino también la experimentación con ratones que poseen el 98% de semejanza con el ADN del hombre, y observó que alimentándolos diariamente con carne de cerdo se volvieron irritables; mostraron pronto enfermedades cutáneas, y a los pocos meses cánceres en distintos órganos del cuerpo.

Otro elemento tóxico que él destaca en el cerdo, se encuentra en los tejidos mucopolisacáridos con alto contenido de azufre. Sus componentes gelatinosos alergizantes, tornan el tejido conjuntivo del hombre también mucilaginoso; y con el tiempo produce reumatismo, artritis, artrosis, problemas discales en columna y cáncer.

Jonathan Stoye y sus colegas, del Instituto Nacional para la Investigación Médica, en Londres, han publicado en una conocida revista científica,3 que hay dos clases diferentes de pro-virus en el cerdo que son capaces de infectar a las células humanas. Y Karel Rodríguez encontró «factores sanguíneos» sobrecargantes de mesénquima.

En la Universidad de Ulm (Alemania) se probó también que el consumo de carne de cerdo produce condilomas, que son tumoraciones de origen vírico a modo de verrugas gigantes, que aparecen en el ano o en los genitales externos. Esos investigadores probaron, además, que desarrolla el cáncer de cuello uterino. La carne de cerdo es la culpable de factores inflamatorios, de edematizaciones tisulares y tiene por ende influencia en hipertrofias y acromegalias.

Es evidente, pues, que con cocinar la carne de cerdo a altas temperaturas, sólo se eliminarán sus microorganismos patógenos, pero no su toxicidad. Por eso en la Biblia está en la lista de las carnes inmundas.

Segundo:

Para salvación y conservación de la salud espiritual: Dios eligió cuidadosamente los animales para los ritos del santuario, a fin de que el pueblo pudiera comprender mejor el mensaje que debían recibir en cada caso. Debía ser del ganado vacuno u ovejuno, y de las aves un par de tórtolas o palominos, porque se los conoce por ser muy mansos. No son los únicos que tienen esta característica. Pero eran los animales que el pueblo podía ofrendar sin mucho costo, en las tierras donde moraban. Y es así, como con toda mansedumbre, Cristo recibiría el castigo, soportando los terribles dolores en lugar de los pecadores.

Pero los animales sacrificados en el santuario, no sólo representaban la muerte de Cristo, sino también el “sacrificio vivo” espiritual del pecador (Rom. 12:1); porque “nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él” (Rom. 6:6). Esto explica por qué a pesar que Cristo es uno, el sacrificio no era de un solo animal. Entonces, cuando la persona que debía ofrecer el sacrificio al Señor, ejercía algún cargo de autoridad civil, el animal debía ser un macho cabrío (Lev. 4:23). Si era anciano de la congregación, o si oficiaba en el santuario, debía ofrecer del ganado vacuno (4:3, 4, 13-15), que es un animal grande pero más manso, para que lo representara mejor a él. Si era uno del pueblo, debía ofrecer un animal más pequeño, como la cabra, el carnero o el cordero (4:27, 28; 5:6, 15, 18). Y si se trataba de una persona pobre o de una mujer indefensa, podía ofrecer a un animal más indefenso y pequeño, como un par de tórtolas (5:7,8). De esta manera, el pueblo de Israel podía entender que cualquiera fuera su condición, aun la más humilde, el Mesías se humillaría hasta llegar a ser un siervo sufriente de siervos (Fil. 2:5-8).

Esta verdad no fue comprendida en el mundo cristiano, sino hasta que en 1888 tres estudiosos de la Biblia: E. J. Waggoner, A. T. Jones y Elena G. de White, produjeron en todo el cristianismo una verdadera revolución teológica; pues esta verdad había quedado olvidada desde la apostasía cristiana, a partir de la influencia del gnosticismo de los siglos II y III. Cuando Lutero conoció la justificación por la fe, también entendió que Roma estaba equivocada, al afirmar que el pecado original en la naturaleza del pecador, quedaba anulado en el perdón por el bautismo (Rom. 8:23). Pero se fue al otro extremo y propuso la doctrina de la salvación únicamente legal. Luego las iglesias cristianas se dividieron con soteriologías que se acercaron un poco a Roma o a Lutero, pero sin encontrar una solución, porque todavía se conocía muy poco acerca del funcionamiento de la mente. Fue gracias ala luz que recibió Elena G. de White, que se entendió que la expiación incluye una purificación real en el justificado, mediante una muerte y un nuevo nacimiento en el mismo momento del perdón.

Debido al movimiento pro evangélico que surgió en nuestra iglesia, como reacción a los errores del perfeccionismo legalista adventista, a partir de la década del 70 un buen número de teólogos propuso un regreso a la doctrina de Lutero y a Calvino; y así fue como la revolución de 1888 quedó casi en el olvido, hasta que finalmente será retomado próximamente con el poderoso mensaje del tercer ángel. Pero, ¿qué es lo que se cambia, si no es la naturaleza pecaminosa? ¿Por qué la expiación incluye también al justificado?

En primer lugar, porque en la Biblia no hay una justificación divina sin una purificación del alma (Éxo. 29:36, 37; Lev. 12:7; 14:18-20, 31, 53; 15:15; 16:16; Núm.8:6, 7, 21, etc.). Por eso Pablo dice que Cristo “nos salvó … por el lavamiento de la regeneración, y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). Note que no dice que nos declara justos para lavarnos recién en el largo proceso de la santificación, sino para que “fuésemos hechos justicia” y “nueva criatura es” (2 Cor. 5:17, 21). Es decir, no solo perdonados, sino también limpiados (1 Juan 1:9).

En segundo lugar, siempre que la limpieza es divina, es puntual en cada perdón (2 Rey. 21:13; 51:10, 14, 19; Isa. 1:25; Eze. 36:25, 33; 37:23; Dan. 1:35; 12:10; Joel 3:21; Mal. 3:3; Juan 13:10; Heb. 10:22; 1 Ped. 1:22, etc.). No hay limpieza gradual individual (2 Crón. 30:17; Sal. 24:4, 5; 73:13; Prov. 20:9; Ecle. 9:2; Isa. 6:7, etc.). Lo que es gradual es el perfeccionamiento del carácter para vencer al pecado. Y cuando en Hechos 15:9 leemos “purificando por la fe sus corazones”, debe decir “habiendo purificado” (partic. Aoristo 1º). Esto es así porque Dios no miente, declarando justo al que no lo hace justo, ni imputa su justicia si primero no lo hace realmente. Por eso Elena G. de White dice con toda claridad:

“La justificación es un acto de Dios […] Esto incluye el perdón de todos sus pecados pasados; la regeneración, o nuevo nacimiento; y en adición a todas estas bendiciones, le imputa la justicia de Cristo” [4]. “Como pecadores son perdonados de sus transgresiones por medio de los méritos de Cristo, mientras son revestidos con la justicia de Cristo por medio de la fe en él” [5]. “Cristo no reviste el pecado con su justicia, sino que elimina el pecado, y en su lugar imputa su propia justicia” [6]. 

En tercer lugar, si Cristo no lo hiciera en el breve proceso de la conversión y el perdón, tendría que hacerlo en la santificación, que, contrariamente a lo que creen los perfeccionistas, es una obra que no termina mientras haya vida (Rom. 6:22; Apoc. 22:11). Pero, en este caso estaríamos perdidos, pues la revelación dice: “Cuando él viniere, no lo hará para limpiarnos de nuestros pecados, quitarnos los defectos del carácter, o curarnos de las flaquezas de nuestro temperamento y disposición. Si es que se ha de realizar en nosotros esta obra, se hará antes de aquel tiempo” [7]. 

En cuarto lugar, lo que Cristo renueva totalmente en el perdón, no es nuestra naturaleza, donde en la corteza cerebral se graba químicamente todo lo bueno y lo malo que aprendemos, y nunca se borra, sino el producto del cerebro: El “alma” (Juec. 16: 30), [8] el “espíritu” de la mente (nou`» nous). Note que no dice la mente, sino una parte de ella, llamada “espíritu”―que no es el Espíritu Santo, pues él no necesita ser renovado―; la “conciencia” (nous) (1 Ped. 3:21; Heb. 9:13, 14), el “entendimiento” (nous) (Rom. 12:2. Ver Luc. 24:45; 1 Cor. 14:14, 15, 19; Fil. 4:7; Apoc. 13:18); [9] que también se le llama: ”la razón”, 10 “yo” (Juan 5:30; Gál. 2:20), y la “voluntad” (Mar. 14:36 con Luc. 22:42).

Esta revelación es la que nadie lo había entendido desde el Pentecostés. La Hna. White escribió: “Justificación significa la salvación de un alma de la perdición para que pueda obtener la santificación[…] Justificación significa que la conciencia [note que no dice naturaleza, sino sólo la parte consciente de nuestra mente], limpiada de obras muertas, es colocada donde puede recibir la bendición de la santificación” [11]. 

Así que lo que Dios renueva no es el cerebro, sino la forma en que se lo usa. No lamente, sino su producto espiritual: el “alma” (Gén. 2:7; Sal. 146:1,4), la “conciencia”, la forma en que empleamos la mente. Por eso al cambio que se produce en el perdón se le llama “conversión”, “arrepentimiento” completo o cambio de mente (metánoia). Como figuras del Salvador, y también de la limpieza y el cambio que se produce en el justificado que se ofrece en sacrificio vivo, los símbolos animales que debían ser elegidos y santificados para el santuario, tenían que ser, pues, elegidos rigurosamente.

Entonces, aunque todavía necesitamos un estudio científico de mayor escala, ya podemos entender que esta última posición es la que se acerca más a la Palabra de Dios, y puede explicarla con más claridad. Pero creo que sería de mucho provecho que, así como ocurrió con las pruebas que la Universidad de Loma Linda aportó, para que los hombres de ciencia confirmaran la verdad que se encuentra en Levítico 3:17, podría también hacerlo con el capítulo 11. Mientras tanto sigamos aferrados a la Biblia y permitamos que sólo ella nos responda y nos conduzca con su Espíritu.

Leroy E. Beskow
lebeskow [@] arnet.com.ar

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

1— Elena G. de White, Consejos sobre el régimen alimenticio, Buenos Aires: ACES, 1969), pp. 458-460, 463, 467.

2— David. I. Macht, “Apreciación científica de Levítico 11 y Deuteronomio 14”, La Revista adventista, Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana, Nº 2, año 1966, pp. 10,11.

3— El ministerio de curación, Elena G. de White, Mountain View, California: Publicaciones Interamericanas, 1959, p. 242.

2— Web: Hassan Mustafa, “Ocho razones médicas para prohibir la carne de cerdo”, 22 de enero de 2012.

3— Jonathan Stoye, Nature (16-10-1997)

4— ”This is the Way”, Review and Herald (RH),1939, p. 65.

5— Ser semejantes a Jesús (SSJ), (Bs. As.: ACES, 2004), p. 189.

6— Reflejemos a Jesús (RJ), (Bs. As.: ACES, 1985), p. 205.

7— Joyas de los testimonios, tomo 1, (Bs. As.: ACES, 1975), p. 181

8— A fin de conocerle, (Bs. As., ACES), sábado 10 de abril.

9— Aquí vemos que el vocablo griego nous significa mente, y también la parte espiritual de ella, que es el consciente.

10— Conducción del Niño (CN), (Bs. As.: ACES, 1964), p. 38.

11— Francis D. Nichol, ed., Comentario bíblico adventista del 7º día, vol. 7, (Mountain View, Pub. Inter., 1978), p. 920


Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com

NOTAS BIBLIOGRÁFICAS

1— culturavegana.com, «Los primeros cristianos eran vegetarianos», Editorial Cultura Vegana, Publicación: 25 agosto, 2022. Los animales se habrían ahorrado mucho sufrimiento si Jesús de Nazaret hubiera sido escuchado al ordenar a sus seguidores que no comieran carne


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