La propuesta de amalgamar las dos sociedades vegetarianas nacionales de Gran Bretaña con la esperanza de que la unidad genere más fuerza, no garantiza que la esperanza sea realizable en la práctica.
Son preferibles dos sociedades que trabajen por separado y de forma amistosa a una unión que probablemente sería impopular para ambas partes en base a sus antiguas y fieles inquietudes.
Más importante que la nacionalización administrativa parece serlo la reforma del propio movimiento, tanto aquí como en el extranjero. Todo movimiento debe aceptar la necesidad de revisiones ocasionales para poder progresar y cumplir con las críticas razonables de sus oponentes. La administración unificada, acaso fuese deseada, sería más factible si se aceptasen de forma general los planes de reforma del movimiento vegetariano, ya que de este modo se iniciaría una nueva fase de evolución.
La necesidad de considerar una reforma parte del hecho de que, después de un siglo de divulgación, apenas una de cada mil personas es vegetariana. Puede que la culpa no resida en el movimiento, pero es su deber asegurarse de que el fallo tenga un origen ajeno. Es un error suponer que sólo esa pequeña fracción de la comunidad está lo suficientemente desarrollada moral e intelectualmente como para aceptar una reforma que promete ventajas universales de tal calado. Si se han mostrado rasgos ofensivos a la hora de difundir el vegetarianismo, o si las declaraciones han sido falsas o exageradas, o si se ha suscitado una imagen mojigata del movimiento, entonces su deber es corregirse. Para ser fuerte, el movimiento debe estar formado por personas autocríticas, amantes de la verdad, científicas, cuidadosas en su juicio y dispuestas a ceder ante la evidencia, aun cuando ésta vaya en contra de su causa. Aquellos que no puedan o no quieran pasar por esta prueba serán un lastre. La causa debe ser lo menos inaccesible posible a la crítica, y su exposición debe estar guiada por la psicología.
Para cumplir con estas condiciones, se sugieren las siguientes propuestas.
Como resultado de las investigaciones realizadas durante los últimos años, han surgido dos hechos de gran importancia para el movimiento vegetariano. El primero es que una dieta consciente y libre de alimentos de origen animal es segura y practicable. La segunda es que no hay motivos para hacer una distinción entre las objeciones morales al consumo de la carne y las relacionadas con el uso de productos lácteos, a no ser por el hecho de que la producción de leche requiere un tipo de explotación aún más insensible. No hay razón que permita seguir negando esto, ya que se trata de algo basado en la evidencia objetiva. Obviamente, si es incorrecto matar a los terneros por su carne, será de igual modo incorrecto matarlos por su leche. Si es incorrecto matar a las aves por su carne, también habrá de ser incorrecto matarlas por dejar de ser un activo económico en la producción de huevos. Así pues, la supresión de los alimentos cárnicos es una reforma deseable sólo a condición de que no vaya acompañada de un incremento en el consumo de otros alimentos de origen animal. De lo contrario, todo la causa se viene abajo. No será más ética, ni más económica, ni más estética, que una dieta mixta que contenga carne, y puede incluso implicar una mayor crueldad.
Nada hay en lo dispuesto por la constitución de las sociedades vegetarianas que impida esta posibilidad indeseable; de hecho, está oficialmente diseñada para lo contrario. Por muy conveniente que pueda parecer la aceptación de una ración especial de queso, el coste en términos de principios es demasiado alto. No parece tener sentido que el movimiento vegetariano muestre las enormes ventajas económicas que tiene la agricultura frente a la ganadería si ante la mínima circunstancia de emergencia nacional se ofrecen concesiones a un producto de origen animal, ni luce tampoco ningún atractivo moral solicitarle al carnicero el cuajo imprescindible para el funcionamiento de ese esquema. Se ha perdido una oportunidad inmejorable para demostrar la solvencia económica del vegetarianismo, ya que si la carne es innecesaria, también lo son sus sustitutos. Es preciso deponer esta concesión.
Son muchos los vegetarianos que han reconocido desde hace tiempo los aspectos problemáticos que plantean los productos lácteos, y a estas alturas ya nadie puede seguir negándolo. El problema está en saber cómo reformar el movimiento sin llegar a su abolición total; y es que, comparativamente, pocos de sus integrantes serían capaces de prometer una vida estricta sin productos de origen animal. La mayoría de las personas del movimiento están a veces, cuando no permanentemente, atrapadas por unas circunstancias que les obligan a sacrificar en buena medida sus principios en el arte de vivir, y los principios y la cortesía pueden llegar a pujar en dura competencia por la lealtad del individuo. Incluso es posible que haya ocasiones en que el activista considere conveniente abandonar temporal y deliberadamente la rigidez de su práctica en favor de extender el marco de sus contactos.
Estas condiciones del entorno sugieren que la cifra de miembros comprometidos es discontinua. El movimiento debe otorgarle a la persona el derecho de juzgar la mejor manera de resolver sus problemas personales, pero no a costa de guardar en el sótano a aquellos que no puedan vivir de acuerdo con las definiciones del movimiento. La lealtad no se puede medir en base a simples estándares prácticos, ni es posible tasar de este modo el valor que tiene una persona para la causa. Las dificultades no son las mismas para unos y para otros. El compromiso apenas viene actuando como un pase de entrada a un grupo selecto, y ese es un grave error psicológico. Los grupos selectos se mantienen, por lo común, selectos. El compromiso actual es peor que inútil, ya que la mayoría de los miembros tardan poco en romperlo al consumir queso o alimentos que contienen grasas de animales sacrificados. Sea cual fuere el motivo, su abolición fortalecería el movimiento al suprimir una fuente de deshonestidad que los críticos advierte con rapidez.
Es imperioso que el movimiento acepte un objetivo lógico y coherente al que todos se puedan sumar, y que utilice después sus energías para que la realización del objetivo sea posible, fácil y segura. Si hiciera esto, de un solo golpe se volvería inexpugnable contra casi todas las críticas que haya recibido o pueda recibir. Los miembros individuales seguirían siendo «criticados» por sus imperfecciones, pero el movimiento en sí mismo sería como una roca. Sus deberes no incluirían la búsqueda de pretextos con los que excusar a aquellos que se queden cortos, ni abogaría por reemplazar una serie de crueldades a cambio de otras, tal y como ocurre en la actualidad.
Ha llegado el momento de revisar la definición del vegetarianismo, que permite consumir más alimentos de origen animal de los que se tomaban antes de la conversión. Vegetarianismo debe significar la práctica de vivir sin alimentos de origen animal. Si esto se entendiera ahora, en poco tiempo parecería inconcebible que alguna vez hubiera significado otra cosa. El cambio no supondría ningún problema para nadie, salvo para aquellos que hacen una distinción irracional entre las matanzas exigidas por la demanda del carnívoro y las matanzas idénticas exigidas por sus propias demandas. Estas personas estarían al margen del espíritu del movimiento recién constituido, no tanto por su inconsistencia práctica como por el error de su perspectiva de base. Necesitan corregir sus ideas tanto como las personas que comen carne.
Esta transformación daría a la Vegan Society la libertad para concentrarse en el trabajo aliado de encontrar sustitutos a los materiales de origen animal utilizados como productos básicos, y los dos movimientos podrían trabajar en estrecho contacto a nivel mundial. Resulta preocupante que algunos de los cientos de vegetarianos más entusiastas de este país hayan tenido que organizarse fuera del movimiento vegetariano a la hora de abogar por un vegetarianismo coherente.
La literatura vegetariana debe ser laica. Hay miles de vegetarianos, tanto teístas como ateos, que consideran que la mayoría de las doctrinas religiosas son míticas e ininteligibles y que, por ese motivo, no deberían asociarse con la causa. Introducirlas en revistas vegetarianas, o retratar escenas religiosos en las tarjetas de Navidad que difunden las sociedades vegetarianas, es una manera segura de romper la armonía del movimiento.
La asociación del movimiento vegetariano con los cuerpos religiosos debe ser de carácter crítico, cuando no de franco desafío. Probablemente la razón principal por la que las personas decentes se comportan de manera tan cruenta con criaturas tan sensibles como ellas mismas es porque la Iglesia enseña que tales criaturas fueron enviadas para uso humano por un creador providencial. Es deber del movimiento reconocer y oponerse a este aspecto siniestro de las religiones, cuyo absurdo es fácilmente demostrable y que impide el camino a la reforma vegetariana. Los cimientos de los mataderos no correrán peligro alguno en tanto sobreviva esta falsedad.
La literatura del movimiento debe limitarse al vegetarianismo. No debe incluir artículos sobre cultos y supersticiones irrelevantes. En este sentido, los anuncios publicitarios también necesitan un control más estricto.
La práctica que tanto abunda ahora entre muchos escritores vegetarianos de usar frases muy coloridas bajo una superficie de letras mayúsculas debería ser abolida. Lejos de agregar atractivo, confiere a la literatura una apariencia fanática para el lector externo reflexivo, y es un anatema para el hombre de ciencia, cuya atención es particularmente necesaria.
Los argumentos morales y económicos a favor de un vegetarianismo coherente parecen inexpugnables. Más cuidado requieren otros aspectos declarados por la reforma. Las siguientes teorías, citadas con frecuencia como hechos, son típicas entre las enseñanzas de la literatura vegetariana:
(a) Que toda vida es una.
(b) Que la dieta vegetariana genera una disposición pacífica.
(c) Que las personas crueles deben sufrir por sus crueldades.
(d) Que el hombre ha caído de su estado de perfección.
(e) Que el universo es moral.
Los activistas deben tener más cuidado a la hora de distinguir los hechos demostrables de sus creencias y deseos personales.
Estas sugerencias han sido lanzadas con ánimo de estudio y crítica, y a fe de que el movimiento vegetariano sea reformado y fortalecido y que su literatura sea aceptable para un público lo más amplio posible. El inicio del segundo centenario de existencia del movimiento parece un momento apropiado para la tal reforma.
Respuesta a las críticas
El artículo del encabezado ha suscitado importantes discrepancias y malentendidos, y como las opiniones expresadas en uno y otro sentido representan no sólo a las personas implicadas, sino también a grupos más grandes, es mi deber tratar de resolverlas. Un movimiento no prosperará en una atmósfera de opinión confusa sobre temas de tal importancia política.
Si el movimiento pretende representar a todos los vegetarianos sin ofender a nadie, la única manera que tiene de hacerlo es centrándose en aquello que es común a todos sus miembros, a saber, el vegetarianismo. El Dr. Pink menciona el éxito de la Sociedad para la Abolición de la Esclavitud. Mas se ha de advertir que esta sociedad no divulgó sus objetivos a partir de las inquietudes astrológicas, metafísicas y demás de algunos de sus miembros más intelectualmente aventurados. Sus energías estuvieron concentradas en la abolición de la esclavitud —el objeto de su formación. No adoptó un rol pedagógico, ni pretendió resolver los enigmas del Universo. Su argumento, como el argumento del vegetarianismo, era simple, y aunque no todos estaban de acuerdo con él, al menos todos lo entendían.
Los objetivos del movimiento vegetariano serán más difíciles de lograr, pero el método ha de ser el mismo. Tan pronto como otros mensajes y filosofías comiencen a hacer su aparición bajo la bandera del vegetarianismo, surgirán los desencuentros. Lo que a un vegetariano suene a salvación, a otro ofenderá su inteligencia. La necesidad de mantener nuestras pequeñas publicaciones intactas responde a la pregunta de Marion Reid: «¿Por qué habría de limitarse al vegetarianismo la literatura del movimiento, tal y como demanda el Sr. Watson? Nada podría ser más aburrido o más suicida».
Los mejores artículos que han aparecido en The Vegetarian, escritos en un lenguaje sobrio y moderado (un ejemplo típico lo hallamos en «Vegetarian Biology», de Richard Morse, de la Sociedad Linneana de Londres, aparecido en la edición de verano), nada tienen de aburrido y suicida en cuanto a la legítima divulgación del vegetarianismo. Si la idea del vegetarianismo no es en sí misma lo suficientemente interesante e importante como para prosperar sin ayuda, entonces más vale que el movimiento se rinda a sus competidores.
Quizá se haya malentendido este punto. Marion Reid sostiene que tanto el científico como el poeta, el artista o el místico, tienen algo que aportar. El Dr. Pink nos recuerda que los místicos de todas las épocas han sostenido la necesidad de estar abiertos a nuevas facultades. Estos hechos son discutibles. El místico podrá suscribir algo que quizá no sea accesible a los procesos usuales de razonamiento, pero debería cuando menos someterse al mismo tipo de disciplina que el resto de nosotros y sustentar sus afirmaciones en demostraciones, cosa que a menudo se muestra reacio a intentar. Si aceptamos cualquier tipo de enseñanza sin esta condición imprescindible, entonces no habrá límite a las falsedades que podrán abrumar nuestras mentes. El místico puede ser útil, pero necesita compañeros más terrenales. Si Edward Maitland hubiera elegido trabajar con un crítico perspicaz en lugar de hacerlo con otro místico, nos habría ahorrado el último párrafo de su artículo The Higher Aspects of Vegetarianism [Los aspectos superiores del vegetarianismo], aparecido en la edición de verano de The Vegetarian. Nada condena más a una causa que las afirmaciones exageradas.
Mi oposición a la teoría de que toda vida es una parece haber merecido una desaprobación general. Si toda vida fuese una, entonces los mataderos probablemente habrían sido abolidos hace mucho tiempo. El daño que le causarían al hombre no invitaría a que éste siguiera matándose a sí mismo. Cuánto más fuerte y moral sería el argumento vegetariano si considerásemos la vida de los animales como distinta de la nuestra, aunque no por ello menos digna de la misma deferencia. El primer punto de vista nos exhorta a ser compasivos hacia un interés común, en una suerte de política de mera conveniencia, mientras que el segundo aboga única y exclusivamente por la decencia.
El argumento de que la dieta vegetariana predispone al pacifismo, que yo desafié, sigue sin probarse. Y su debilidad no radica tanto en nuestras experiencias recientes con aquellos dictadores y japoneses inclinados en buena medida hacia las dietas vegetarianas, sino más bien en los ejemplos cotidianos que cualquiera de nosotros podría citar respecto de afables consumidores de carne e iracundos vegetarianos. Hay demasiadas excepciones a esta regla como para que resulte tentadora. Pero si bien es cierto que existen pocas evidencias que permitan relacionar la dieta con la amabilidad, también lo es que un mundo que viviese de los productos vegetales podría alimentarse de forma adecuada y, en consecuencia, evitar una de las grandes causas de la guerra. Ésta es, quizá, una manera mucho más correcta de relacionar el vegetarianismo con la paz.
Mi sugerencia de que la literatura vegetariana debería ser secular no implica que el movimiento vegetariano deba carecer de una base moral. Las precauciones están orientadas a la necesidad de proteger al movimiento contra aquellos que quieran utilizarlo en favor de sus propios dogmas religiosos. Sea cual sea el valor artístico de la tarjeta de Navidad oficial mencionada por Marion Reid, difícilmente será bien recibida por quienes consideran la escena que en ella se describe como el fruto de las supersticiones. El objeto de las tarjetas de Navidad, de las que tanto se abusa hoy en día, se emplea para publicitar un incidente religioso, y es por esta razón que las sociedades vegetarianas, con miembros proveniente de muchas sectas y credos, no deberían emitirlas. Todos deberían aprobar aquello que todos financian.
Marion Reid nos recuerda que «incluso hay algunos párrocos que son vegetarianos». El término «incluso» sugiere cuán remota es esa posibilidad. La razón es evidente. Habiendo aceptado ya una concepción de la buena vida, en gran parte doctrinal, ellos y otros en una posición similar tienen menos probabilidades de escuchar las proclamas del vegetarianismo o las de cualquier cosa que se salga de los límites de su fe. Las consecuencias son desastrosas para el progreso moral.
La dura acusación del señor Arthur L. Rudd de que soy un ateo hablando en nombre de los ateos es falsa. Pero aquellos de nosotros que hemos aceptado las teorías ortodoxas de un dios personal (probablemente por ser la solución más fácil frente a problemas tan complejos) no deberíamos calificar a quienes hayan llegado a una conclusión distinta de «poco inteligentes» o habitantes de «oscuras tinieblas». Las obras de Shelley no sugieren nada de eso, a pesar de su ateísmo. La inteligencia y la claridad no son una prerrogativa exclusiva de los teístas.
Es una pena, como señala el señor Semple, que los movimientos vegetariano y vegano, con sus objetivos tan estrechamente relacionados, no sean capaces de actuar en comunión. Si todos los vegetarianos creyeran, como cree el Dr. Pink, que el argumento vegano es inexpugnable, entonces la unión de ambos movimientos sería posible mediante la simple adopción de una nueva definición del vegetarianismo diseñada en términos de una reforma evolutiva. Ello sin duda satisfaría a los veganos, pero no a aquellos vegetarianos que consideran los productos lácteos como un alimento humano legítimo.
Donald Watson
1948
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
Artículo original en inglés, «Should the vegetarian movement be reformed?», Donald Watson, 1948. The Vegetarian World Forum, Nº 1 Vol. 2, The Vegetarian, verano de 1948, pp.23-27. Traducción al español de Igor Sanz y publicado el 18 de marzo de 2019 en lluvia-con-truenos.blogspot.com
1— culturavegana.com, «El fundador de la palabra «vegan» en 1944 y de Vegan Society», Editorial Cultura Vegana, Última edición: 31 marzo, 2022 | Publicación: 27 septiembre, 2020. Donald Watson acuñó la palabra vegano con las letras de vegetariano y además es el fundador de la Vegan Society nacida en noviembre de 1944.
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