Esta pregunta es una variante de “¿y si mejoramos el trato hacia los animales que comemos?”
Reconoce que no podemos tratar a los animales de forma “humana” mientras estemos involucrados con granjas industriales o incluso con granjas más pequeñas; pero pregunta, si tuviéramos una vaca o un par de pollos, los criáramos en nuestros patios traseros, los tratáramos tal como a nuestros perros, gatos u otros animales de compañía —a quienes consideramos miembros de nuestra familia— y los matáramos sin dolor, ¿qué tendría de malo comérnoslos o comer los productos hechos de ellos?
Aquí hay cuatro contestaciones:
En primer lugar, como cuestión práctica,sería en gran parte imposible criar y matar animales sin que cierto dolor y sufrimiento considerables estuvieran involucrados, incluso en las circunstancias más ideales. Esto nos lleva a la idea de que menos sufrimiento es ciertamente mejor que más sufrimiento; pero que, si consideramos que los animales tienen valor moral, necesitamos ser capaces de justificar cualquier dolor y sufrimiento que imponemos.
En segundo lugar, como cuestión psicológica, esta sugerencia no es nada realista. No comeríamos animales si pensáramos en ellos de la manera en que pensamos en nuestros perros, gatos y otros animales de compañía. Nosotros conocíamos una pareja que decidió que quería continuar comiendo productos animales pero que iban a producir ellos mismos su propia carne, leche y huevos en una pequeña granja que tenían. Ellos declararon triunfantemente que podían criar y matar animales sin hacerlos sufrir así como no sufrían sus perros y gatos, a quienes amaban y cuyos intereses ellos siempre buscaban proteger.
Nosotros éramos escépticos precisamente porque sabíamos que una vez que ellos trataran a las vacas, los cerdos y los pollos con el mismo tipo de actitud que caracterizaba su trato hacia sus perros y gatos, serían incapaces de comerse a esos animales así como no se comerían a sus perros y gatos. Y eso fue precisamente lo que pasó. Después de unos dos años, renunciaron a la granja y dejaron de comer todo tipo de productos animales. “Se volvieron familia; simplemente no podíamos comérnoslos”, fue como lo plantearon. Para aquellos de nosotros que vivimos con animales de compañía, la idea de comérnoslos nunca se cruza por nuestra mente. Si empezáramos a relacionarnos con los animales de consumo de la manera en que nos relacionamos con nuestros compañeros no humanos, no nos los comeríamos tampoco.
Ese es el punto. Si se nos prende el foco y vemos que todos somos Michael Vick, lo que hay que hacer es dejar de ser Michael Vick y dejar de consumir productos animales. La solución no es reestructurar las cosas para tratar a los animales que nos vamos a comer como tratamos a los perros y gatos.
En tercer lugar, como cuestión filosófica, esta pregunta asume que si fuéramos capaces de usar animales sin hacerlos sufrir, nuestro matar a un animal sin dolor no equivale, en sí mismo, a hacerle daño al animal.
Esto muestra un contraste marcado con cómo pensamos sobre los humanos. Sí, el sufrimiento es malo, pero vemos la muerte, incluso una sin dolor, como algo malo. Nosotros los humanos tenemos un interés en continuar viviendo. La muerte frustra ese interés, el cual se distingue de un interés en no sufrir. No queremos sufrir; tampoco queremos morir. Los animales, dicen muchos, no quieren sufrir pero no les importa morir a menos de que el acto de matar involucre sufrimiento; para el animal, el sufrimiento es el problema, no la matanza.
Esta idea, de una forma u otra, ha estado presente durante cientos de años. La intuición moral que ahora todos aceptamos de que los animales importan moralmente, pero menos que los humanos, y que podemos usar a los animales cuando sea necesario hacerlo siempre y cuando minimicemos el sufrimiento, fue una idea que surgió en el siglo XIX. Esta asumía que era aceptable usar animales cuando fuera necesario porque, a diferencia de los humanos, no tienen consciencia de sí mismos y no tienen ningún interés en continuar viviendo; esto es, ellos no prefieren, o desean, o quieren permanecer vivos.
Esa idea, la cual con toda seguridad nos hace sentir mejor con respecto a matar animales para consumirlos, fue una locura en el siglo XIX. Es una locura ahora. Decir que cualquier ser sintiente no se ve perjudicado por la muerte es bastante peculiar. La sintiencia no es una característica que ha evolucionado para servir un propósito en sí misma. Más bien, es un atributo que le permite a los seres identificar situaciones que son dañinas y amenazan su supervivencia. La sintiencia es un medio para el fin de continuar existiendo. Los seres sintientes, por virtud de ser sintientes, tienen un interés en permanecer vivos; esto es, ellos prefieren, quieren, o desean permanecer vivos.
Decir que un ser sintiente no se ve perjudicado por la muerte niega que el ser tiene ese mismo interés que la sintiencia sirve para perpetuar. Esto sería análogo a decir que un ser con ojos no tiene un interés en continuar viendo o no es perjudicado al volverlo ciego. Los jainistas de la India lo expresaron bien hace mucho: “Todos los seres tienen aprecio a la vida, gustan del placer, odian el dolor, rehúyen la destrucción, gustan de la vida, anhelan vivir. Para todos, la vida es preciada”.
La noción de que los animales no tienen consciencia de sí mismos se basa en nada más que una estipulación de que la única manera de ser consciente de sí mismo es teniendo la autoconsciencia de un humano adulto normal. Esa es ciertamente una manera de ser consciente de sí mismo. No es la única manera. Como el biólogo Donald Griffin, uno de los etólogos cognitivos más importantes del siglo XX, indicó en su libro, Animal Minds, que si los animales son conscientes de cualquier cosa, “el propio cuerpo del animal y sus propias acciones deben caer dentro del ámbito de su consciencia perceptiva”. Nosotros sin embargo les negamos a los animales autoconsciencia porque mantenemos que ellos no pueden “pensar tales pensamientos como Soy yo quien está corriendo, o trepando este árbol, o persiguiendo a esa polilla”. Griffin mantiene que “cuando un animal percibe conscientemente el correr, el trepar, o la persecución de una polilla por parte de otro animal, también debe estar consciente de quién está haciendo estas cosas. Y si el animal es perceptivamente consciente de su propio cuerpo, es difícil descartar un reconocimiento similar de que él, en sí mismo, es el que está corriendo, trepando, o persiguiendo”. Él concluye que “si los animales son capaces de consciencia perceptiva, negarles cierto nivel de consciencia de sí mismos parecería ser una restricción arbitraria e injustificada”.
Parecería que cualquier ser sintiente debe ser consciente de sí mismo porque ser sintiente significa ser la clase de ser que reconoce que es ese ser, y no algún otro, quien está consciente. Cuando un ser sintiente está teniendo dolor o angustia, ese ser necesariamente reconoce que es él o ella, y no algún otro, quien está teniendo dolor o angustia; hay alguien que está consciente de estar teniendo dolor y que tiene una preferencia por no tener esa experiencia.
Aun si los animales viven en alguna especie de “presente eterno”, lo cual dudamos que sea el caso, eso de todas maneras no significa que no sean autoconscientes, que no tienen interés en continuar existiendo, o que la muerte no los perjudica. Sólo significa que su autoconsciencia es diferente. Los animales aún tendrían un sentido de sí mismos en cada momento particular. Ellos aún querrían llegar al próximo momento del presente. Su sentido de autoconsciencia puede que sea diferente al de un humano adulto normal, pero no sería acertado decir que no son conscientes de sí mismos o que son indiferentes a la muerte.
Vemos esto en donde los humanos están involucrados. Si un humano está mentalmente discapacitado y no es consciente de sí mismo de la misma manera en que un humano normal lo es, no pensamos que un humano como tal se encuentra sin un interés en la vida o que la muerte no es un perjuicio para ella o él. Ella o él puede que sea autoconsciente de una manera diferente que otros pero es aún autoconsciente de una manera moralmente relevante, tal que consideraríamos tratarla o tratarlo exclusivamente como un recurso —lo cual es la forma en que tratamos a los animales no humanos que comemos— como malo moralmente hablando.
En resumen, si un ser es sintiente —esto es, si es consciente perceptivamente— entonces tiene un interés en continuar viviendo, y la muerte le perjudica. No es necesario tener un sentido de sí mismo autobiográfico que asociamos con los humanos adultos normales para tener autoconsciencia. Y un sentido de autoconsciencia parecido al humano no es necesario para tener un interés en continuar viviendo.
En cuarto lugar, regresemos a la practicidad. Aun si todo lo que acabamos de decir es completamente erróneo y sí fuera posible tener una agricultura animal donde los animales fueran tratados como perros y gatos y no sufrieran en absoluto, y se les permitiera morir de vejez, la realidad es que los productos provenientes de tales animales no están disponibles ahora en el mundo en el que vivimos; así que, ¿qué importancia tiene en tu elección sobre qué comer esta noche?
La respuesta es clara: Ninguna.
Hay algunas personas que, cuando se enteran que no consumimos leche ni nada de nadie que tuvo ojos o una madre, nos contarán una historia sobre la vaca de sus bisabuelos, a quien trataban como un miembro de la familia.
Aunque nosotros no aceptamos como cuestión empírica que la vaca en la situación de la granja familiar no sufrió, nuestro seguimiento usual es no discutir ese punto sino preguntar qué les pasó a los terneros que nacieron como resultado de tener a esta vaca preñada regularmente para que continuara produciendo leche. La razón por la cual hacemos esa pregunta es que sabemos la respuesta: a los machos los venden como carne de ternera, así como a algunas de las hembras. El resto de las hembras se convierten en vacas lecheras. Esto debilita el argumento de que no hay sufrimiento en la situación de la granja familiar de una manera en la que la mayoría de las personas pueden entender.
Pero siempre está la persona que regresa con: “A todos los bebés se les permitió vivir en la granja y nunca los enviaron al matadero. Te estoy diciendo, estas vacas nunca sufrieron”. Otra vez, hay muchas cosas que se podrían decir en respuesta a esta caracterización extremadamente fantástica, pero entre las más eficientes en cuanto al uso del tiempo sería preguntar: “¿Tienes algún acceso a leche hecha de esa manera ahora?”.
La respuesta es siempre “no”.
Nuestra contestación es siempre: “Así que aun si todo eso fuera verdad, ¿qué relevancia tiene eso en tu decisión ahora de consumir leche?” La respuesta es siempre o un reconocimiento de que la situación hipotética no tiene sentido en términos de nuestro comportamiento moral actual, o un comentario expresando irritación —un indicio del hecho de que hemos planteado una pregunta que no puede ser respondida de forma satisfactoria.
Un “pero” relacionado que nos dan a esta altura como contestación es: “Pero… ¿qué pasaría si rescatara y adoptara a un pollo y lo tratara como a mi perro o a mi gato? ¿Estaría bien comer sus huevos?” Dejando de lado que tal sistema no podría proveer de huevos a mucha de gente a menos que todos adoptáramos pollos, la realidad es que debido a que los pollos han sido criados para poner un número tan antinatural de huevos, sus cuerpos se ven agotados de nutrientes y los pollos con frecuencia y usualmente se comerán sus propios huevos cuando se dan cuenta que no están fertilizados. Y las gallinas con frecuencia se angustian cuando les quitan sus huevos. Así que, en el mejor de los casos, el cual definitivamente no podría suministrar ninguna cantidad de huevos como cuestión comercial, terminamos tomando huevos que las gallinas necesitan para sí mismas y poniéndolas en situaciones en las cuales padecen angustia. Y a menos que nos vayamos a quedar con ellas hasta que mueran por causas naturales —lo cual pueden ser 10 años o más después de que la producción de huevos decrece— terminaremos matándolas.
La conclusión es clara: no hay manera de producir productos animales —ya sea carne, lácteos o huevos— sin sufrimiento bajo la mejor de las circunstancias, y sin muerte. Simplemente no se puede. Y si no es necesario para nosotros consumir productos animales, entonces no podemos justificar ni siquiera un nivel enormemente reducido de sufrimiento, ni muerte más “humana” en la granja familiar inexistente del viejo MacDonald, tal como estamos de acuerdo en que una operación de peleas de perros más “humana” no haría la conducta de Michael Vick justificable.
Editorial Cultura Vegana
www.culturavegana.com
NOTAS BIBLIOGRÁFICAS
1- CulturaVegana.com, «¿Y si tratamos a los animales de consumo tal como tratamos a nuestras mascotas?«, Editorial Cultura Vegana, 28 agosto, 2020
2- CulturaVegana.com, “Come con conciencia“, Editorial, 21 agosto, 2020.
3- Amazon.com, “Come con conciencia: Un análisis sobre la moralidad del consumo de animales“, Gary Lawrence Francione y Anna Charlton.
4- CulturaVegana.com, “Por favor, hazte vegano“, Gary Lawrence Francione.
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